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Canto del bosque, de Efrén Barazarte

miércoles 19 de abril de 2023
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“Canto del bosque”, de Efrén Barazarte
Canto del bosque, de Efrén Barazarte (Blacamán, 1999).

Canto del bosque
Efrén Barazarte
Poesía
Blacamán Editores
Colección La trenza del cascabel
Villa de Cura, Aragua (Venezuela), 1999
ISBN: 980-327-492-9
56 páginas

Somos un signo por interpretar.
Friedrich Hölderlin.

En el poema no existen deducciones; en todo caso, el asunto va por el camino de los sentidos: sensaciones y emociones. Es el cuerpo acoplado del dolor-alegría, las ausencias-encuentros. Ahora bien, la ciudad se homologa al igual como lo es la casa, pues es un transitar y un descubrirse. Uno, el de la casa, es el de adentro, y el otro, el de la ciudad, es el transcurrir desde afuera; aun así, cada uno de ellos se recoge en un orden de la significación. El poemario Canto del bosque (Blacamán Editores, colección “La trenza del cascabel”, 1999), de Efrén Barazarte, nos ubica en ese doble espacio: casa-ciudad. Decir casa es decir patio y sus diferentes cotidianidades, el balcón con otra mirada, la que se refleja desde otro ángulo. Luego está la figura de la ciudad con sus acontecimientos y sus perpetuidades como aquello que siempre está y sin embargo lo ignoramos; dicho de otro modo, la acera desgastada por el pisar y la historia del peatón, el árbol que está por caer, aun así, el tiempo y la contemplación lo sostienen, una pared que reside en su añorada lucidez, la ventana corroída y las ausencias del aire que llegan a nuestros oídos; después de todo, deviene el poema que se hace en nosotros: el lector.

La voz poética de Barazarte nos acerca con su Canto del bosque para acogernos en la dimensión de un bosque que, si bien puede ser conocido, está expuesto para ser redescubierto con el vocablo porque ya existe un recorrido, aunque el poema nos da la posibilidad de encontrarnos en otra dimensión. Entonces, interpretamos en tanto exista la conmoción de lo leído. El presente me afecta, luego el pasado me pregunta, el poema en movimiento se convierte en mi continuidad al ser confrontado por la inmersión de la imagen.

III

¿Quién no tiene un patio
dentro de su corazón metido?

Miguel Ramón Utrera.

Claro del bosque
último viaje eterno,
oración del patio que somos.

El ayer no es el sino
y todas las ramas permanecen
en el curso del agua hacia piedras.
Hoy, tu canción se hace morada de resplandor

a Harry Almela

El canto me dice para comprender, no mi salida, ni mi final: es como recitar una plegaria para sanar lo que tengo acá adentro. En vista de lo cual, casa-ciudad se me unen en la palpitación de la lectura. Merecemos un encuentro con este y otros libros que muestren el zumo poético: “Sigue caminando… (…). No te vayas / No te vayas (…). Todo regresa: / las aguas eternas de las piedras, / lejos de lo cerca / es el ancho camino de quedarse”. Cantos y ecos que aparentan contradicción para que surja una voz que nos reúne en: “árbol”, “rama”, “hoja”, “horqueta”, “helechos”, “espinas”, para orillarnos en lo perpetuo. En aquella mirada hacia el bosque —sugerido por una voz— que somos: hoja de viento de resplandor. Florece así un estado único de placer por lo leído.

El encuentro amatorio entre casa y ciudad está dibujado por el alfabeto poético de Barazarte.

Insisto, casa y ciudad están ante el lector, la correspondencia va en esa raíz que quizás implica arraigo; es más, en ellas —casa/ciudad— se procura volar. Las figuras literarias confluyen para dar cuerpo a la totalidad; esta acotación de las figuras va sin pretensiones académicas, me hago entender, en el poema XXII da inicio con la palabra quien en siete ocasiones y en seis en forma consecutiva, allí se contiene un ritmo; luego, en el canto XXV, las imágenes, tales como “Una calle del aire pasa” nos dirige a, no cualquier calle ni cualquier aire, es una calle del aire, que en su conjunto es un componente para hacerse en imagen única. El carácter del sustantivo adquiere su dimensión y se fortalece en ese juego del “código original”. La búsqueda está dada como una vía de insinuación de la voz poética. Con todo esto, no pretendo resultados apegados a un carácter metodológico, no, vamos por otros senderos: la sorpresa del hallazgo. La casa y la ciudad están en mí. Crecen entre las hojas caídas y entre aquellas, las líneas de los edificios, así se dibuja ese bosque lejano. El “bosque” de todos, el “bosque” de nadie, el “bosque” de mi figuración.

La cuantificación apegada al sentido científico no existe. Este es un mundo de imprecisiones, de sobresaltos y de emociones que se juntan en las aceras y recovecos de la existencia de aquel que camina con la gravitación sin recelos por descubrirse en los cincuenta cantos del poemario. Sí, es un revelarse. La ciudad va en mi andar. En estos poemas la plaza contiene un resplandor, las aceras y las hojas son uno, el aire canta, las aguas son eternas, los patios tienen historias; en las horquetas desaparecemos y los cantos contienen aromas, amparo y alas. Palabras que al ser nombradas se erigen en su instante para ser imaginadas.

XXXVI

Las sombras de lo verde

Este canto repite las hojas
de las aceras lluévelas ramas secas

Y verdad de tu brisa en el aire
Que llega a los asfaltos

De las palabras escritas los murales:
el árbol bosquejado de la pared
dándonos otro amparo

Importa poco cuántas veces se nombre la palabra hoja, ella no se desgasta; todo lo contrario, el vocablo se reinventa a cada instante porque en él existe una lucidez, pues es un signo en constante interpretación; cada lectura será un nuevo bosque entre mi casa, mi ciudad y mi memoria. Los poemas de Canto del bosque decantan la resonancia de un sentir. En este abrigo de sentimientos radica la unidad del libro. Sin dudas, mi deseo como lector es el de instaurar una relación íntima con el poema; esta voz poética de Barazarte lo logra: me quedo con esta conexión de imágenes. En gran medida, leer los cantos del poemario es una iniciación al lado de mi existencia en diferentes horas. Así ocultaré la sensación al pisar la calle como la prolongación de mi dolor; entonces, la huella de los insectos marcará el paso de mis lágrimas de hueso entre las nubes.

José Ygnacio Ochoa
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