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Elegía a Miguel Hernández, cuyos ojos al morir no pudieron cerrarse

lunes 7 de diciembre de 2015
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I. Los primeros libros

Yo quiero ser cantando
el aprendiz de tu pericia en lunas
y en rayos que, incesando,
truecan las horas brunas
en luz y llama que en el verso aúnas.

Tu doble ojo en ausencia
la canción y el romance habrán helado,
mas la muerte en presencia
quiere ver, por tu vado,
fe, amor, pasión, vida que tú has mirado.

Labrador de más aire
y pastor de palabras que destellan,
perpetras el desaire
a penas que se sellan.
Por faro en tu pluma, lumbre centellan.

Viento del pueblo has sido
y así aún resuena tu dulce aliento,
después de ser herido
por el temible acento
de guerra, celda, frío y sufrimiento.

Nanas de la cebolla
le diste a tu hijo hambriento de posguerra,
después que tu otra joya
matara el hambre, en guerra
contra España, contra ti y con la Tierra.

 

II. Los siguientes libros

El hombre acecha el vuelo
hoy de tus versos, símbolos y rimas,
en donde halla consuelo,
por el amor, en cimas.
Y en cimas duelo que, al cantar, sublimas.

Quién te ha visto postrado
por afección y por derrota, huyendo
hasta ser apresado,
y quién te ve hoy uniendo
en tu honor a ambos bandos. Tú venciendo.

No hay que apartar la tierra
por verte, ni llorar ausencia triste,
pues tu alma no la cierra
ni hachazo que sentiste
ni el desdichado marzo en que partiste.

Torna abril entre flores
a pajarear hojas de tu higuera,
cada vez que enamores
a un lector que volviera
a tus hojas de libro, y las leyera.

Treinta y un años tempranos
y ya hubo que contarte entre difuntos,
mas tus cantos lozanos
en patrimonio adjuntos
dejaste a mundo y hombre, de ti trasuntos.

 

III. Tus ojos abiertos

Tu clara vista abierta
de humanal vida sigue enamorada;
aún mira despierta,
en rehúso a la nada,
siente más el latido que la helada.

Los ojos, por tus ojos,
del mundo ya no son simples fanales
mirando los rastrojos
de quebrados cristales.
A belleza, iris izan verticales.

¡Qué cruel y acerba muerte!
Por celda fría y rejas peregrino,
tu silbo se convierte
en vulnerado trino,
¡A jilguero en yema han roto el camino!

¡Mas tu canto bravío,
pirotécnico estruendo de vocales,
bate a muerte con brío,
y emite sus señales
de azahar, limón, lirio y palmerales!

Que truena, truena, truena
tu voz no ha callado aún en la tierra.
Ramas posee y ordena
que se pare la guerra,
que escale alba en paz la más alta sierra.

 

IV. Tu nombre eterno

Sólo es esta tormenta
de la voz honda del poeta eterno
la que ya en ti se asienta.
Pues siempre tu cuaderno
restará entre las naciones, fraterno.

Liba el néctar la Historia
de tu legado, fresco, puro y dulce.
En mil años, memoria
habrá de tu agridulce
rasgar de abeja. O más siglos endulce.

No rojo desaliento
sientan más las amapolas. Que el vientre
de la tierra da al viento
tu son recio. ¡Que encuentre
de un palmeral el cielo en que se adentre!

El arrullo, en tu trino,
mece hoy a enamorados labradores.
Viaja, igual, al destino
de las gustosas flores
que de Humanidad. Forja sus valores.

No penes, pues, perito
Miguel… en vida, muerte, herida y viento,
que siempre el infinito
almendro tendrá atento
a tu canción de nata, alma y alimento.

del libro Castilla, este canto es tu canto

Juan Pablo Mañueco
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