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Carta de Caracas para un amor que se marcha

martes 15 de diciembre de 2015
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Y si tú lejos te vas, con Caracas estarás soñando.
Billo’s Caracas Boys

Lo nuestro estaba destinado a ser una relación complicada, pero sin duda era genuina, real. Al menos eso creí, hasta que decidió dejarme.

Ella renunció a mí como Andrés Eloy renunció con su poema a un amor que fue vapor de fantasía, pero lo nuestro no tiene fecha de expiración.

—Me marcho —me dijo sin más.

Al despedirse, tenía lágrimas en los ojos. Me dijo —mientras volteaba la mirada— que estaba confundida. Que, aunque me amaba, debía irse. Que otras tierras le ofrecían un mejor futuro, pero siempre me llevaría entre sus recuerdos.

Nuestra relación era tan hermosa como difícil. Confieso que más de una vez la hice sufrir y ella también a mí. Fue sin querer, puedo jurarlo poniendo la mano sobre mi pulmón, mi órgano más preciado. Yo nunca quise ser hostil, pero créanme, a mis 448 años, algunas cosas escapan de mi control. Ella tampoco quiso hacerme daño, lo sé. Cuando se molestaba con la vida, me decía palabras hirientes, pero enseguida se arrepentía.

—Juntos podremos enmendarlo, lo prometo —le susurré con insistencia al oído, haciendo mi mejor esfuerzo para que entendiera el mensaje que le enviaba cada mañana con las guacamayas que volaban cada mañana frente a su ventana, pero jamás lo comprendió.

Yo me esforcé para merecer su cariño. En verdad lo hice. Cada día buscaba nuevas maneras de sorprenderla. Le ofrecí un paseo entre las cálidas luces de Plaza Altamira, la llevé a caminar entre flores y árboles robustos en los jardines de La Estancia, compartimos lecturas en la Biblioteca Los Palos Grandes, la invité a tomar aire fresco en Parque del Este. Le conté miles de historias de patriotismo guardadas en el centro de mi ser, endulcé sus días con tazas de chocolate caliente frente a la Plaza Bolívar, le acerqué el cielo con las escaleras de El Calvario. Logré que reviviera su infancia en el Museo de los Niños y detuve el reloj de la UCV solo para mantenerla más tiempo conmigo. Nada de esto bastó para cambiar su decisión. ¿Acaso no di suficiente?

—Me marcho —repitió mientras lloraba.

Nuestras diferencias pesaron más que el amor que construimos, ese que se fue hundiendo poco a poco entre ruidos, contaminación, desencuentros e inseguridad. Cuando alguien se cansa de luchar por salvar una relación de dos no hay nada más que hacer. Respeto su decisión, no la puedo culpar, pero me duele. Y mucho.

Lo nuestro estaba destinado a ser una relación complicada, pero sin duda era genuina, real. Ella renunció a mí como Andrés Eloy renunció con su poema a un amor que fue vapor de fantasía, pero lo nuestro no tiene fecha de expiración. Por eso sigo pintando atardeceres color rosa, tejiendo nuevas historias que la llenen de orgullo, tratando de construir un hogar más cálido y seguro para ella, ofreciéndole motivos para que vuelva. Sigo aquí, escribiendo cartas al vacío, para que siempre tenga presente que cuando regrese la estaré esperando con el pulmón abierto.

Eileen Rada
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