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Dos textos de Gema Acosta

sábado 20 de agosto de 2016
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Al derecho y de regreso

El detective de la facultad de derecho que primero llegó al aula halló el cuerpo sin vida de la joven reclinado en una silla del lugar. La sala comenzó a vaciarse rápidamente debido a los vigilantes escolares y demás personal encargado del taller, que amablemente prestaban su ayuda al oficial. Los curiosos no se hicieron esperar y algunos simpatizaron con la sonrisa del tierno cadáver. Era una joven de apenas 29 años, con el rostro lindo, pálido, y la vestimenta enlutada, como si hubiera sabido con conocimiento de causa cómo acabaría ese fatídico día.

El investigador empezó a comentar al reportero del periódico de la escuela:

—Según la temperatura del cuerpo y la mirada en sus ojos, el deceso acaeció a las 10:52 horas, probablemente antes de que su alma estudiosa de las leyes humanas se fugara de su cuerpo, entró en shock hiporaciocinial, previo a un coma derechiano, el cual la llevó a las cálidas manos de la muerte letrada en el tema, personificada por José.

El joven periodista preguntó con suma curiosidad:

—¿Sufrió tortura?

A lo que el examinador responde:

Las heridas pudieron haber sido ocasionadas a punta de discurso saturado de palabras rebuscadas.

—¡Intensamente!, el cadáver da muestras de tortura, probablemente por dos días. Las heridas pudieron haber sido ocasionadas a punta de discurso saturado de palabras rebuscadas, malas acentuaciones y teóricos jurídicos de distintas épocas. Hobbes, Locke, Marx y probablemente Compte, fueron cómplices del agresor en más de un momento.

El corresponsal interroga nuevamente al oficial:

—Señor, ¿cree usted que en un escenario como este pudo haber sido violentado algún otro de sus derechos humanos, aparte del obvio, que es el de la vida cerebral?

El verificador de los hechos responde:

—Irónicamente, en un escenario como este, ¡SÍ, por increíble que parezca! Sé que suena vulgar, atroz e indignante pero… en estos aposentos en donde el cúmulo del conocimiento del derecho hace eco en las cabezas de los jóvenes buscadores de los espacios del ejercicio de la legalidad, fueron violentados varios derechos humanos de la joven. Esta conclusión fue extraída del cuaderno de notas que la difunta llevaba consigo el día que la catrina besó sus inconscientes neuronas litigantes, ya que sus dudas premortem evidentemente no fueron resueltas por el catedrático atacante, y su clamor por el derecho a la educación fue arrancada de los entonces vivientes dedos de la difunta. En ese momento, el artículo 3º de la Constitución de los Estados Unidos Mexicanos fue ignorado hasta sus últimas consecuencias y secuestrado sin fines de reincorporarlo con vida.

—Oficial, ¿nos pudiera describir el arma homicida? —cuestionó el joven articulista.

A lo que éste respondió:

—En este caso pudimos observar de inmediato que el ignoto hacía uso abusivo de la creencia de que su plática era interesante, y con el poder somnífero de su voz hipnotizó a la víctima y la llevó hacia su perdición, de la cual sabemos no tenía oportunidad de salir con vida. Ella confió ciegamente en su captor, el cual con ingratitud la condujo lentamente hasta el estudio incorrecto y no al que pertenecía al orden de su voluntad. La pobrecilla se encontraba perdida desde el inicio y, como nos podemos dar cuenta, resistió con valor durante todo el tormento.

—Y después, ¿qué sucedió, señor?

Luego la volvía a hundir en una serie de letras y teorías que debilitaban cada vez más a la occisa.

—Él la empezó a embalsamar hasta casi inmovilizarla con su labia y sin ella darse cuenta, debido a la inyección de morfina suministrada con anterioridad a través del émbolo que formaba la voz de José, la ahogó mediante palabrería barata, discursos cundidos de “información paja” para el objeto de estudio, que ella intentaba con ahínco dilucidar. Él era tan perverso que por intervalos de tiempo la dejaba tomar aire, sólo por unos breves minutos y luego… luego la volvía a hundir en una serie de letras y teorías que debilitaban cada vez más a la occisa, sin que pudiera siquiera la pobrecilla defenderse o levantar la mano para solicitar el derecho a réplica.

”No conformándose con eso, el violentador le regurgitaba encima filosofía muerta y construcciones del lenguaje repletas de artificios y laberintos dialécticos.

En el momento cumbre del asesinato, cuando el maestro alcanza su límite de tolerancia, al ella osar pedirle la clarificación de la relación entre derechos humanos, familia y el personaje histórico citado, él pierde la paciencia; se vuelve verborreico e ininterrumpible, la estrangula lentamente con redobles de información sin interrelación entre sí y callejones históricos sin sentido para el objetivo del curso”.

El gacetillero posa un nuevo cuestionamiento al detective:

—¿Hubo algún testigo de este crimen?

A lo que el investigador presto y solícito explica:

—Sí, varios, pero sólo uno de ellos la vio fenecer. Nos cuenta que la muchacha por fin exclamó, al mismo tiempo que alzó su manita temblorosa y semimoribunda, “maestro, maestro, sigo sin entender”, entonces él, perdiendo todo contacto con su auditorio para descaradamente y sin pudor ensimismarse en su clase, tira con más fuerza de las notas eléctricas del micrófono, dejando a la víctima cianótica de tanta charla secular salpicada de matices estudiantiles legales.

El informante, con cara de horror y expectación, interroga a su interlocutor una última vez:

—¿Algún otro dato que nos quiera comentar sobre este inesperado incidente?

El agente haciendo su declaración final dice:

—Esto es lo que ocurre cuando vas por el derecho y te sacan por la tangente.

 

Aquel briago profesor logró captar la atención, inclusive de aquel señor sentado en ese rincón, que agradeció la distinción de la pregunta selecta.

El derecho simpático

Simpático borrachín entró al aula de derecho
Y dictó cátedra hasta el parlanchín, reunido bajo ese techo.
Platicó vivencias y anécdotas, salpimentadas y bien narradas. Que entre risas y carcajadas, claramente fueron aceptadas.
Los estudiantes aplicados, y cada vez más animados, replicaban al ponente que estaba muy elocuente.
A pesar de su embriaguez —que ciertamente ocurre sólo una vez por mes—, con entusiasmo contaba, al derecho y al revés, los casos allí resueltos por las cortes de las tres.
Entre chistes no pasados, se sentían motivados, estudiantes, concurrentes por tan letrado ponente, compartiendo a los presentes su sapiencia ese día con pericia y alegría.
Sorprendió a todos con su labia, ya que su conciencia sabia le rumoró al oído: “Pts, dale sentido a las dudas allí desnudas” o que dijera voladas “o más bien no hagas charadas”, porque de no ser así, las copas antes tomadas no serían excusadas.
Así ejemplos sin fin dio y el alcohol no se notó, ya que el lenguaje coloquial, se usó en forma sin igual.
Aquel briago profesor logró captar la atención, inclusive de aquel señor sentado en ese rincón, que agradeció la distinción de la pregunta selecta.
Su auditorio entretenido se inclinó ante el bebido, mismo que de cuando en cuando daba un sorbo a su botella, mientras señalaba a ella y decía al mismo tiempo: “Dígame usted, señorita, ¿qué piensa de esto, damita? ¡De lo que hemos revisado!, puesto que he de dejar esto, entendido o explicado”.
La joven asintió y habló, mientras él bebió y tomó, la clase finalizó cuando el abogado cesó.
Del lugar se retiró con la botella en la mano y la venia del decano, que a lo lejos sonreía. Caminó escalera abajo, mientras educadamente mandó a todos al carajo cuando ellos descendían.
El público asistente a su clase exclamó: “Qué buen maestro tocó, muy acorde al diplomado, capaz ese licenciado de mantenernos atentos, hasta salimos contentos, aquel sábado y sonriendo”.

Gema Acosta
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