Después de una guerra a nadie obliguemos a amar.
Amar, esa palabra resuena vacía, flota en el aire como si tú no la conocieras, sin poder entrar en ti. Como si no la hubieras pronunciado nunca. Y otra aparece y se repite. Un intento para que tu tierra esconda y niegue. Polvo sin oxígeno. Fuente de su poder tu herida, la herida de la hija. Fuente de su miseria tu sonrisa, la sonrisa de la hija.
Todo el Perú sumergido por una piedra de papel. La piedra es pequeña y lleva escrita en ella millones de nombres.
Bajo qué huaca oculta, este país. En qué color de piel, su marcha hacia ninguna parte. Qué aguas flamenco y zorro beben del mismo pozo. Sobre el río viaja el indio en su canoa. Árbol de la quina, tus hojas cubren nuestra falta. Pronuncia nuestro nombre. Birú Perú. No lo reconocemos. Cuánta nada hemos construido. Cuántos huaycos de palabras, como niños aprendiendo a escribir.
Uno de esos nombres es el de mi padre: Carlos Alfonso Orbegoso Velezmoro. Él está muerto como los otros. Y me ha pedido que hable, que cuente su historia.
Perú, marcho con tus vivos, con tus muertos. Sobre el Pacífico, que recoge el río de los que pronuncian palabras privadas de amor. Camino a izar la bandera de nuestro castigo, salgo de ti, caigo sobre el peso de mi destierro. Mi alma cruzada por oveja, mono y gallinazo. Una sílaba la retiene. En ella, más grande la semilla que el maíz hacia el sol. La niña sola se comunica. Sin palabras, se piensa y se sumerge.
No hay descanso para el que trabaja, para el que no ha sabido más que hacer eso toda su vida.
El cuerpo peruano. Zurcido complejo, trepanación, neblina húmeda de los sin nada y sus cuatro vientos. Nuestro embrión no debe ser sólo músculo. La fuerza aniquila a los mejores. Habrá que huir de su temperamento sordomudo. Pasarán los siglos y nuestro espíritu divagará dentro de la lenta sangre del pulso militante. Ahora vuelvo. Yo venía del averno y te encontré cielo abajo sumergido como tantas otras almas que se habían perdido en su oración. Ahora como el río que habla callaré y nunca más prenderé la música de nuestra ucronía.
En la otra vida, padre, sigues trabajando, no sabes pintar, ni componer, ni escribir un poema. La fotografía de tus cinco hijos cae en un pozo oscuro y profundo. Has olvidado sus caras, su manera de caminar, de comer, su edad, pero tu amor sigue intacto.
Perú no: tus culturas te caminan: llegan juntas, serenas, insoladas y temblorosas, vienen tenebrosas tus culturas.
Tus culturas quebradas, como el carozo carcomido y amargo, como un cielo enterrado en la semilla del maíz, sin verbo, sin rastros europeos, sin compasión: leves, líquidas, embotelladas, sangradas culturas. Culturas neblina. Culturas guano. Casi culturas.
Padre, soy la mujer que fue aplastada por un sonido.
- Textos de Perú - lunes 19 de septiembre de 2016