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Cinco poemas de Claudia Bravo Martínez

lunes 28 de noviembre de 2016
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El desastre

Te rescatamos de un desastre bíblico
durante una noche de luna llena,
dentro de un canasto desarmado.

Llorabas como un gato y tenías la piel sucia,
los dedos crispados y los ojos cerrados por el encono de la soledad, a tan temprana edad,
sin saber siquiera cómo hacen las estrellas para comerse el sol,
no teniendo idea de quién es quién a la hora de hacer el nudo que encierra el amor.

Te rescatamos entre la mierda tirada por todos lados,
eras pequeño,
minúsculo y no tenías dientes.
Te congelabas,
te calentabas,
te morías de a poco…

Pero te rescatamos y aquí estás,
sentado frente a la ventana,
el viento juega con las cortinas
y a la vez con tu pelo,
con ese mechón rebelde que cae sobre tu frente…

¿Quién eres finalmente?
Si te sacamos del umbral que se caía a pedazos
y te limpiamos
y te dimos de comer.
Ahora no dices nada, te encierras,
tragas el aire a pedazos grandes y no lo compartes con nadie…
¿Quién eres tú?
¿Quién eres ahora?
No lo sé. Debimos dejarte morir ahí.

 

El submundo de la necesidad

¿Por qué siento esto?
Como el agua helada que se derrama sobre mi espalda, me enfría,
es tan gélida que se me doblan las piernas y lo ignoro.
Lo ignoro.

Quiero hacerlo para no morir en esta estela de ilusión
que se desgrana frente a mí,
creo ser tan feliz,
pero bajo mis pies se abre un submundo lleno de ojos enrojecidos por la ira.

Es como si este infierno persiguiera porfiadamente mi alma,
mi alma que sólo busca la paz,
una almohada blanda para humedecerla con mis sueños.

Maldita sensación de frialdad, maldita.
Te oigo a lo lejos.

El sonido de tu voz es como un hilo fino que se corta al chocar con este muro.
Estoy enferma,
no tengo remedio…

La tristeza se incuba en todos lados y no me deja estar.
Quiero paz, pero la deseo contigo.
Si tan sólo pudiera adivinar lo que piensas,
diseccionar tu cerebro para descubrirte.

Es todo tan difícil.
Yo no quiero más,
sólo que me ames y no me olvides.
Sólo amor, sólo eso y nada más.

 

Tú, mi silencio, mi amor, mi dolor

Dime
¿Qué puedo hacer con esto?
Comerme la tierra que he pisado,
tragar los coágulos de mi propia sangre entregada a tus brazos,
sin contener el deseo de llorarte a mares…

Congelando en un momento todo esto que siento,
todo esto que me molesta a tal punto
que no quiero más que retorcerle el cuello al desastre,
o a este caos nacido de nuestros encuentros,
de aquello que me carcome la piel por las noches, sin siquiera un consuelo…

La maldición de tus ojos hundidos en un ambiente taciturno,
bohemio y basureado,
cortado por los círculos atómicos de la noche,
de las estrellas que te rasgan la piel,
heridas ocultas tras tu dureza…
Oh, tú… Silencio pesado… Silencio marcado… Silencio maltrecho…
Tú, mi silencio, mi amor, mi dolor.

 

Esqueletos y sombras

El esqueleto se vuelve agua en este bosque,
lleno de plantas y dolores enredados.
Todos gritan,
pero mis oídos no captan nada
y pienso que esta sordera es tan conveniente.

Tú.
Esa sombra que trepa rápido a mi sexo,
cierro los ojos con hambre,
ansia de que un remolino me trague y no me deje salir.

Tú.
Amor lleno de palabras,
sentir furioso que me ama al salir el sol.

La carne se vuelve trémula a ciertas horas y siento tantas cosas.
El hueso se hunde hasta matarme,
no puedo respirar, mi grito ahogado.

Mis uñas se hunden en la piel blanda y morena.
Ya no sé cómo soñar al terminarse todo.
Tengo miedo de este calor, de que al castillo se lo coman las nubes.

Olvídalo todo cuando estés conmigo,
que desaparezca mi demonio.
Que mi piel se crispe.
Ven y no te arrepientas después.

 

La mente arde

¿Por qué escribo?
¿Por qué escribo?
¿Por qué?

Destrozo la paz del papel porque me nace,
porque no tengo otro fin más que dibujar letras…

¿Por qué? ¿Para qué?
Para demostrarle a la gente que tengo alma,
que la mente me arde,
que quiere explotar de ideas y yo…
Yo no hago más que escribir,
más que aprender a leer y escribir todos los días.
¿Y si el trastorno bipolar me nutre de esta ansiedad?
No lo sé, quién sabe.
No lo sé.
No sé nada,
sólo sé que escribo,
que lo hago
y que mis dedos toman el lápiz para arrebatarle la virginidad a las libretas,
a los espacios en blanco.
Realizo, realizo, realizo…

Eso, eso es mi monstruo, mi fantasma, mi todo…
Yo.

Claudia Bravo Martínez
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