Estuario
Sin el vacío la pluma posterga su caída,
cede su peso ante el derrumbe;
pero ¿yo?
Lanzo un puño de lodo,
mazo del vértigo y sus trampas,
y hago sonar los negros círculos del abismo
como grilletes inevitables que aguardan el asalto.
Cuando el chopo hunde sus venas en el pantano,
emergen los secretos prófugos de la memoria,
cuyas sogas empapan mis lánguidos talones,
los agrietan y hunden en una pútrida balsa:
espuma de lo infame, rabia de la mano ejecutora.
Al evaporarse las luciérnagas sobre el fango
como reflejo de luna,
supero de las huellas su espacio,
ahondo en las comarcas divididas
para luego volver al reino de lo insípido,
ocultándome detrás de cada herida,
en los rumbos inhóspitos del pasado,
insepulto, náufrago de sol,
sosteniéndome por error de una amarga copa,
confundido entre raíces inhabitables.
El caudal del río se ha roto,
corre sobre sí mismo, aspa turbia,
cuyo desenlace jamás ha de cumplirse.
Un sudor subterráneo comienza a colmar estas orillas,
cobre la espesura del vado crecen húmedas larvas,
coágulos mundanos que chirrían como bisagras
y arrojan su verde lengua hacia algún pez.
Flojo entre las coyunturas,
surge un paisaje incompleto, doblado como un paraguas,
y en la carrera flemática se formula lo terrible:
la saliva que abandono en el charco
(de óptica hueca y agrio vapor)
se sabe que afina la melodía del salitre,
dejándome atrapado en un remolino brumoso,
similar a la catástrofe.
Pórticos
III
Los pesares agobian y aunque parcos
delinean sus angustias en los ojos;
apartarse las cuencas como hinojos
deberían hacia dentro de sus arcos.
Sumergirse en reposos siempre zarcos,
meditar con paciencia en los abrojos
y diluirlos en mares de despojos,
que a los sueños empocen en sus marcos.
Navegando impetuosos en la noche,
los sentidos disponen del descanso
y despliegan su onírico derroche.
Amanecen oleajes de visiones;
un caudal tan complejo como manso
purifica y renueva sensaciones.
VI
Es el universo entero
una inconstancia perpetua:
se muda todo; no hay nada
que firme y estable sea.
Vorágine sin sentido,
órbita fallida acaso,
retorna sin haberse ido
con espléndido fracaso.
Figura de trazo henchido,
amplia, falaz como un cero,
que su diámetro reniega
con un ventarrón certero;
esta bóveda honda y ciega
es el universo entero.
Es un giro que inseguro
posee una gama variante,
retroceso hacia el futuro
en espiral desafiante.
Aún su viraje no auguro
ni adivino su silueta;
con norte fugaz deviene,
falsa maniobra, pirueta,
directriz que ruin mantiene
una inconstancia perpetua.
Intento seguir la estela
y al vórtice gris me asomo;
al erguirme con cautela
contemplar puedo este domo.
En sus fauces se revela
la ilusión que descarnada
las pupilas erosiona
y en su visión doblegada,
que al espacio distorsiona,
se muda todo; no hay nada…
De las estrellas el hado
su existencia misma anula
y muestra sólo el pasado
el resplandor que simula
un porvenir descifrado.
Se consume luz febea
en infinito lamento
y en vano mi alma desea
al mirar el firmamento
que firme y estable sea.
Fractus
Pulso de agua,
ventanal que fluye dormido
bajo la persiana del sauce triste.
Azulejo de vidrio donde límpidas celdas
aprisionan al día, la gota del mañana,
y colman los márgenes mudos del ser,
adelantándose al próximo rumor
que rebasa inerte la presencia de ríos
con un aire póstumo que parece ataúd.
Piedra que inunda almas,
respiro donde regurgita la angustia,
mientras en el fondo de este reino
duermes y silbas a la vez.
Da tumbos paralelos
en el vapor y la periferia
y aparta, con inaudito salto,
la noche del éxtasis, la profecía del sueño.
Resurge el cuchillo,
negra dentadura,
destello moribundo que hiere
y arroja desde lo profundo su asfixia,
honda bastarda del paisaje,
que arrastra lo inánime, el corazón.
Satura el vacío las manos,
mutila su pretensión de parvada,
el respiro dorado que elevarse pretende,
afán escondido bajo un tumulto de plegarias;
lastre, azar de regiones claroscuras e impedidas,
y aunque unas crezcan sobre la sien,
el caos se dispara en mil charcos de bruma y pavor.
Desaparece el ojo al acercarse,
lente que en fuga
dilata sus líneas pálidas
como el pernoctar de un búho.
Rodea la noche antes del declive.
Sórdido, nítido desmayo
sobre nubes irregulares,
repetidas bajo la sal,
que expulsa la fría palidez,
muerto flujo de venas últimas como remos
que se desploman: columnas humeantes.
Soliloquio
En el risco de la brisa presente
hay un otoñal suspiro de la rama;
con sollozo apresurado reclama
de su mano el espacio reticente.
Al polvo se conjura precedente
y oculto en el tallo rugoso llama
al encuentro furtivo de la calma,
refugio de la sombra indiferente.
Retrocede el verde tacto, confuso;
de sí mismo se aleja como intruso,
aislado del copioso devaneo.
Pasean los faroles por la Alameda
y un perro vagabundo solo queda.
Mis pasos devenir apenas creo.
Arcano XV
De azufre tentativa,
calvario advertido en plegarias agónicas,
origen de ancianos apéndices,
compás de mosca,
revoloteo de flema y lodo en el origen sobajado,
larva próxima al precipicio,
aleteo desafiante del ángel poseso.
Brasa de carbón moribundo, hielo extinto.
Úlcera en la pelvis de escorpiones contornos,
viral desquicio, ponzoña que carcome las sienes
con embustes feroces,
tuétano de doble ariete carnal: rabia,
cuerno desquiciado, aguijón de tres puntas
arrojándose, molesto, al sexo pesaroso.
Cencerro beligerante que lastima
la piel con un bestial arañazo:
temblor, escalofrío medular, en suspenso,
bajo las descomunales pezuñas,
terruños incompletos de herraduras y forjas.
Eslabones redondos, inconciliables, unidos sólo
por los degollantes cuchillos cuya perpetuidad
desata, con un movimiento, las seis onzas de sangre
que desnudas escurren sobre serviles troncos
hasta las infames, malévolas plantas,
de linajes fratricidas que el globo circundan
y enraízan sus bucles y desdichas
en patética, breve ilusión de existir, de perdurar.
Galope derrotado,
argolla brutal adherida a las cuencas
que bufa y condena, desaliento de mortal pulso,
quizá desbocado adrede,
choque metálico y sin escrúpulos,
carruaje de oro bélico, freno invidente;
el rechinar de su dentadura indica en vano
la desgracia de un castigo que exaspera y colma
al precio de treinta galopes
un denario evanescente,
cerca de la soga y el cantar del gallo.
Altar donde se entrelazan cuencas de tóxico olor,
escollos de fétido poder
sobre la aureola suspensos, en descomposición;
subterránea cumbre donde alabanzas se postran, soberbias,
sed y blasfemia del exilio,
labios como llamas patéticas, ofensivas,
daños cuyo bullicio de cadencia salvaje
doblegan en trance prohibido los cuerpos,
conchas terrestres, dagas carnívoras;
al chasqueo del látigo engendran heréticas llagas,
tormento que desciende incesante, osado,
mientras una loba codicia cierne su hocico
y devora a los pródigos traidores e infames
a través de los nueve entramados del Infierno.
Una elíptica espada anularía, de un tajo,
la distancia que aleja de la honda y profana tumba
a la redonda palabra de Dios.