Otra vez te encuentras atrapada en tu habitación, sentada en el suelo para mantener cerrada la puerta.
Toca, intenta abrir, se rinde y se retira.
Entre las tinieblas de la noche, escuchas el bullicio de una fiesta. Piensas en esa gente divirtiéndose mientras tú estás allí, amargada, sosteniendo la inservible puerta con tu espalda adolorida para evitar que él entre.
Las lágrimas emergen de tus ojos grises, opacos como las nubes que presagian lluvia.
Esperas, oyes la música de la celebración. Escuchas a la vez la melodía funesta de la tormenta.
Te embarga la desesperanza. Te preguntas por qué ellos, por qué él…
Un grito surge de tu garganta.
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