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Patria

martes 14 de agosto de 2018
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Una tarde a la una, te encuentras en camiseta y ropa interior, jugando dominó contra ti mismo, sentado en el colchón de la única pieza de tu apartamento, disfrutando de tu primer mes de jubilación.

Tratas de recordar la última vez que conseguiste comer queso o huevos. Te preguntas si esta vez darán algo más aparte de la emulsión.

Aunque están abiertas las ventanas por culpa del calor, quisieras estar debajo de una mata de mango. “Si es que se consiguen matas de esas todavía”, piensas mientras te llegan recuerdos de algún árbol que escalabas de niño, cuando todavía había suficientes y los niños tenían la libertad de encaramarse en ellos si les provocaba. Es tu turno, aunque es evidente que todos los turnos son siempre tuyos. No estás seguro si jugar el tresdós. Entonces escuchas a los parlantes exigiendo que todos bajen porque hay reunión con la coordinadora comunal y se van a repartir las raciones del mes. Contemplas las marcas dejadas por los nanoimplantes sobre la piel reseca y arrugada de tus brazos. Sabes que el partido los utiliza para ubicar a cada persona, en cada momento. No han dejado de sonar los parlantes. “Burro que piensa no suelta la carga, y mucho menos si es un burro arrugao y canoso”, dices en voz alta y te ríes, como si lo dijera un imaginario contrincante. Te resignas a jugar el tresdós y te dices: “Es tu turno”. La próxima jugada la tienes pensada, pero antes de colocar la piedra en la mesa, un droide patrullero pasa frente a la ventana y al fijarse en ti entra en el apartamento.

—¡Sí… ya sé! ¡Ya sé! ¡Maldita sea! ¡Escuché los parlantes! Ya voy bajando.

Te pones unas chancletas y bajas los ocho pisos, así mismo, en interiores y camiseta. Tratas de recordar la última vez que conseguiste comer queso o huevos. Te preguntas si esta vez darán algo más aparte de la emulsión. Pero piensas que es poco probable.

Cuando llegas ya la gente está amontonada a unos metros de la pantalla. Los droides se aseguran de que nadie se aproxime más de la cuenta. A los droides es mejor no provocarlos, en varias ocasiones has visto cómo acribillan a balazos a algún desafortunado hasta que su cadáver queda hecho pedazos. En la pantalla transmiten un video sobre los logros de la revolución y explican cómo gracias al comandante Sarmiento logramos salvar el planeta, evitar la extinción humana y detener el avance perverso del tecnocapitalismo. No crees una mierda de lo que dicen. Te pasan una botella de licor, y te echas un palo sin preguntar el contenido de la botella. ¿Es anís? No sabes cómo hacen para conseguirlo; pero sospechas que quien lo consiga debe tener amigos en el gobierno, dentro del alto mando militar o en la clase dirigente (seguro que a los líderes de la revolución nunca les falta ni queso, ni huevos). Bebes otro trago y pasas la botella. El video finaliza con un saludo afectuoso y revolucionario del comandante mismo al pueblo valeroso. A pesar de su avanzada edad, el comandante se ve rollizo y lozano. ¿Qué edad tiene? Nunca envejece. Sin duda el resultado de una buena alimentación y las nanomáquinas que regeneran su cuerpo. Dicen que el comandante es eterno. Probablemente sea cierto. La gente aplaude, y algunos lloran de alegría al escuchar que el líder supremo se dirige a ellos.

—Imagínate, camarada, si fuera por el tecnocapitalismo, del mundo hoy sólo quedaría una plasta gris cubriéndolo todo. Pero gracias a la revolución, la nanotecnología es del pueblo —te dice un vecino.

No sabes si está fingiendo o si su entusiasmo es auténtico. Como respuesta guardas silencio y asientes de manera complaciente. Estás acostumbrado a ser cauteloso y evitar comentarios que podrían traerte problemas con el partido. Finalmente, ves que aparece en la pantalla la coordinadora de la comuna. Una mujer demasiado obesa, de nariz chata y facciones algo masculinas. Informa que esta vez, además de la emulsión, los niños van a recibir una ración de leche en polvo. La gente aplaude la noticia, tú aplaudes con ellos.

—La emulsión es la sangre de la revolución, es el nanocombustible que alimenta al pueblo, el principal motor de la patria soberana… —dice la camarada a través de la pantalla; luego hace una pausa mientras ustedes terminan de aplaudir, y continúa con su mensaje—. Hoy tenemos un anuncio especial —la gente hace silencio—: a uno de los camaradas de esta comuna, un adulto mayor, se le va a conceder un gran honor, por favor que dé un paso al frente y se acerque con orgullo. Recibámosle de forma calurosa para brindarle todo nuestro amor y comprensión.

Algo estalla dentro de ti. ¿Qué es este sentimiento? Sin aviso, tomas la botella de anís y la estrellas contra la pantalla. Intentas huir. Sabes que es imposible.

Quedas un momento paralizado cuando escuchas tu nombre. Sientes personas a tu alrededor que te palmean la espalda para felicitarte. Alguien coloca su mano en tu hombro, te pasa la botella de anís para que celebres con un trago. Caminas hacia la pantalla, sintiéndote un poco desorientado. Se te olvida regresar la botella y todavía la tienes en la mano. Escuchas que la mujer de la pantalla se refiere a ti y continúa hablando, pero no prestas atención a lo que dice. Se aproxima un dron y te entrega algo. Contemplas la pequeña cápsula de color negro. El color de la muerte. Entonces comprendes que esta vez no recibirás una ración de emulsión. Comprendes que eres considerado una carga y que el partido decidió que puedes ser descartado. Se supone que debes sentirte agradecido por esta última oportunidad que te brindan de servir a la patria. Todos sonríen de alegría al ver el honor que te conceden.

La cápsula se te cae de las manos. Algo estalla dentro de ti. ¿Qué es este sentimiento? Sin aviso, tomas la botella de anís y la estrellas contra la pantalla. Intentas huir. Sabes que es imposible. Los drones disparan contra ti. Tu cuerpo se desploma contra el suelo. En ese momento te das cuenta de tu error: quizás si no hubieras jugado tresdós, podrías haber trancado el juego.

Rafael Figueredo
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