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Muebles antiguos con personalidad

sábado 1 de septiembre de 2018
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Nicolás heredó de su abuela materna una cómoda antigua. Siempre le había gustado aquel vestigio de otra época. Cuando lo recogió, el mueble se encontraba en muy mal estado. Lo restauró él mismo, trabajando las noches, después de su jornada laboral. La reforzó con unos trozos de madera y le hizo una limpieza profunda de la mugre adherida durante un siglo. Después, le dio un acabado con aceite de linaza; no la quiso pintar para no cubrir las preciosas pinceladas con las que la naturaleza había obsequiado a la vieja madera. Le gustó cómo quedó y la instaló en su dormitorio. La cómoda moderna que él había usado anteriormente fue trasladada a casa de un amigo.

El mobiliario moderno de la estancia fue, poco a poco, sustituido por otro, comprado en tiendas vintage. Entre estos muebles se destacaba un gran armario viejo de origen indio.

Al ver aquel bello objeto en su habitación, Nicolás se sintió muy contento y tomó la decisión de seguir sustituyendo sus muebles comunes por otros, de segunda mano; muebles antiguos, con personalidad. Unos meses más tarde, pudo conseguir un hermoso guardarropa de nogal. Pagó bastante por él, pero valía la pena. Sus puertas estaban cubiertas de un ornamento tallado a mano. Compró también una cama antigua de níquel dorado, con una gran decoración de formas florales.

Al terminar de amueblar el dormitorio, Nicolás siguió con el salón. Durante los siguientes años, el mobiliario moderno de la estancia fue, poco a poco, sustituido por otro, comprado en tiendas vintage. Entre estos muebles se destacaba un gran armario viejo de origen indio. Aquello sí que era una pieza única. Lo consiguió en una subasta y, para darse el gustazo, pagó un dineral de sus ahorros. Estaba fabricado de madera basta marrón oscuro, pero sus puertas eran de color beige, con un labrado exquisito y unos grabados magníficos con motivos naturales. Exuberante vegetación y flores exóticas, frutas tropicales y animales salvajes: todo ello se exhibía en las puertas del mueble. Nicolás se sentía alucinado con su rara belleza, aunque reconocía que aquel armario le había causado un problema. Para crear un ambiente armónico, tendría que sustituir el resto de los objetos de su salón y, en primer lugar, el sofá. A Nicolás le daba pena hacerlo, pues era muy bueno, pero no hacía juego con el armario indio.

Con esta idea fija en la cabeza, recorrió tiendas vintage de toda la ciudad, visitó varias subastas y realizó búsquedas por internet. Y nada le convenía. Había visto algunos muebles de época muy bellos, como un sofá isabelino con un tapizado hermosísimo a rayas; también un sofá Luis XV, con un dibujo floral y, para finalizar, uno de estilo inglés antiguo. Pero ninguno era cómodo ni combinaba con el armario indio. Necesitaba algo de otra época; pero, al mismo tiempo, confortable para pasar los momentos de ocio, leyendo o mirando la televisión. La tele era el único objeto moderno, del cual no pensaba deshacerse. No soportaría tal sacrificio. Le gustaba demasiado el cine; no podría vivir sin ver sus películas o seriales preferidos.

Llevaba ya un año buscando el sofá cuando, de repente, vio uno en una tienda de su barrio. Una tienda de segunda mano, donde pocas veces se podía encontrar algo de verdadero valor. Al pasar frente a ella, echó una mirada al interior. Era un establecimiento pequeño y bastante oscuro, por eso el sofá no se distinguía muy bien desde fuera. Entonces entró y, en cuanto lo vio, sintió un sobresalto. Era justamente lo que necesitaba, un Chesterfield de un modelo bastante poco frecuente, con el respaldo alto, de color coñac. No se trataba de un mueble antiguo; era un ejemplar de los años sesenta del siglo veinte. De esos que ya no quedan en el mercado. Asombrosamente, en muy buen estado. Había pertenecido a una señora, le dijeron, una señora muy cuidadosa y que vivía sola. Mantenía muy buena forma y ni siquiera el tapizado de piel se veía dañado por el tiempo. Se sentó. Se encontró tan a gusto, como siempre había soñado estar. Ningún sofá de diseño moderno jamás le había proporcionado tanto agrado y comodidad. Este sofá era ideal.

Lo compró. Lo llevaron a su casa y lo instalaron frente al televisor, igual que el sofá anterior. Cuando todo estaba hecho, se sentó. Primero en la parte izquierda y ahí permaneció un rato. El sitio tenía buena iluminación natural desde la ventana que quedaba cerca y era muy cómodo para leer durante las horas diurnas. Después se trasladó hacia la parte derecha del sofá. Situada algo más hacia dentro del salón y alejada de la ventana, tenía, sin embargo, una ventaja en horas nocturnas: una lámpara de pie, lo bastante potente como para iluminar las páginas de un libro. ¡Absolutamente perfecto!, concluyó muy contento. Y aunque no era amante de los asientos del centro, también decidió probarlo. Se sentó y apoyó la cabeza sobre el respaldo. Inmediatamente, lo envolvió un bienestar increíble. Hasta se le quitaron las ganas de moverse. El cuerpo entero se le fue relajando y el cerebro se le fue llenando de pensamientos ligeros y agradables. Se quedó así un rato, disfrutando de aquel estado de paz; después se movió de nuevo hacia la derecha. Enseguida notó un cambio. Seguía gozando de plena comodidad, pero ya sin experimentar la enajenación de antes. Otra vez cambió hacia la izquierda y fue lo mismo. Entonces se colocó en el asiento central, y un sosiego asombroso le empezó a inundar la mente. Se quedó un rato disfrutando de ese estado de embriaguez. Su mundo habitual empezó a tomar nuevos colores y hasta la habitación le pareció diferente. Las paredes pintadas de un azul claro tomaron un tono celeste, la ventana lucía más ancha y despejada, y la luz que entraba por ella adquirió un reflejo dorado. ¿No habría sido por el efecto del sol que se asomaba por el cristal?

Siguió paseando la vista por la estancia y la detuvo en el armario hindú. ¡Qué bellos eran los grabados en sus puertas! Sin embargo, algo había cambiado en aquellos adornos. Le pareció que las flores habían empezado a cambiar de color, adquiriendo un tono rosa tierno, y las hojas de las plantas se habían matizado de verde. Aunque lo más asombroso vino después: el elefante de la puertecilla derecha levantó su trompa para saludarle, y el mono de la otra le sonrió, enseñando todos sus dientes. Hasta los pájaros de ambas portezuelas movieron alegremente las alas.

Por cierto, lo más sorprendente era que Nicolás no se asombraba por los cambios; los tomaba como algo muy natural. Pero ¡qué cosa más curiosa! ¿Por qué no me había fijado antes en esto?, se preguntaba. Estuvo así mucho rato, feliz, contemplando la generosa naturaleza tropical. Y concluyó para sí mismo: ¡Esto es más entretenido que la televisión!

Esa tarde Nicolás no vio sus películas. Se quedó sentado en el centro del sofá, levitando en agradables pensamientos y descubriendo la magia de la selva india. Felizmente era domingo y por eso podía hacerlo. No salió en todo el día, ni siquiera para realizar su habitual recorrido por el parque.

Era la primera vez que Nicolás descubría una serpiente en aquella imagen exótica. Claro, pensó, es la selva tropical y debe de estar llena de bichos.

Al día siguiente por la mañana, cuando se levantó para ir al trabajo, se sentó en el sofá para comprobar si seguía igual de estupendo. Y sí que seguía. Por otra parte, las puertas del armario le mostraron nuevos detalles de su original grabado. De las profundidades de la selva habían salido otros animales, como tigres, antílopes y gacelas, muy graciosas éstas. El tigre perseguía infructuosamente a un antílope. La lucha entre ellos era tan excitante que Nicolás no podía despegar la vista del grabado; por eso no fue al trabajo. Llamó a la jefa diciendo que estaba enfermo. Inmerso en aquel estado de éxtasis, apenas comía y tampoco salía de casa. Cada día descubría mundos nuevos sobre las puertas del armario. Así pasó una semana. No se afeitaba ni duchaba; tampoco se vestía adecuadamente. Andaba todo el día en pijama. Ni siquiera encendía el televisor o leía libros. Con su nueva distracción, no necesitaba nada más.

Pasó una semana y llegó otro domingo. Nicolás se levantó a la hora habitual y ocupó su puesto favorito en el centro del sofá. Su estado de ánimo era inmejorable. Se sentía tan feliz que se le salían las lágrimas. No conocía el motivo, sólo estaba muy agradecido a la vida, al sofá nuevo que le proporcionaba tanta dicha y al armario indio que se había convertido en su santuario. Se acomodó bien, dispuesto a disfrutar del espectáculo que se le ofrecía.

La selva se iluminó con los rayos del sol naciente y las hojas de los árboles adquirieron un verde más intenso. De repente, desde la espesura del bosque, abriendo un camino entre las lianas, apareció una hermosa cobra. Era la primera vez que Nicolás descubría una serpiente en aquella imagen exótica. Claro, pensó, es la selva tropical y debe de estar llena de bichos. La cobra se detuvo, levantó la cabeza y su cuello se hinchó. De su boca abierta salió una lengua bífida. Después, la serpiente empezó a bailar y estuvo un rato así, como si escuchara la música de una flauta. Nicolás la observaba con admiración. Se sentía hipnotizado por los movimientos monótonos y muy gráciles del reptil. Súbitamente, éste terminó su baile y empezó a desplazarse hacia el borde de la puerta. Nicolás no esperaba esta maniobra y se sintió inseguro. Inmóvil, no sabía cómo reaccionar ante el comportamiento de la cobra, que inesperadamente salió de la puertecilla y bajó al suelo. Mientras, el animal avanzaba lentamente en dirección al sofá. El último metro lo venció como un rayo. Su ataque fue rápido y efectivo. Sin entender lo que pasaba, Nicolás recibió una picadura en el pecho. Murió al instante.

***

Esa misma tarde, la hermana del Nicolás, preocupada por su silencio, puesto que el hombre no la había llamado ni una sola vez en el transcurso de la última semana y eso le parecía muy extraño, decidió visitarlo para averiguar qué le pasaba. Como nadie respondía a su llamada en la puerta, la abrió con una llave duplicada que poseía. Entró en el apartamento y sufrió un choque al encontrar al pobre hombre sentado en el sofá, muerto. Llamó a una ambulancia y se lo llevaron. Ya en su casa, ella recibió la llamada con la que la informaban sobre la causa de la muerte de su hermano. Murió de un infarto.

Después del entierro, la mujer fue al apartamento de Nicolás para decidir qué hacer con sus pertenencias. Estaba triste, pero ya tranquila. Al entrar, vio con otros ojos la morada de su difunto hermano. ¡Qué muebles tan elegantes!, pensó fascinada. Ya había visto varios objetos vintage y el armario hindú y le habían gustado mucho. Pero era la primera vez que veía el sofá y todo el conjunto. El día de la muerte de Nicolás no contaba, ¿quién iba a fijarse en los muebles teniendo en frente a un hermano fallecido?

En esta ocasión todo era diferente. Aunque estaba triste, ella era una mujer práctica. El armario está precioso; lo quiero para mí, se dijo, mientras se sentaba en el puesto central del sofá. ¡Oh, qué sensación más agradable!, exclamó. ¡También me lo voy a llevar! En el mismo instante, la llenó un sosiego increíble. Cerró los ojos y pensó: no se puede estar más feliz. Permaneció así durante unos minutos, levitando entre la tierra y el cielo. Cuando abrió los ojos, vio a un elefante que le saludaba con su trompa desde la puertecilla del armario indio. Y un mono le sonreía, mostrando todos sus dientes.

Galina Álvarez
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