Este relato está incluido en el libro Cuentos en el tiempo.
Debía apurarse. Si lograba llegar hasta la parte alta de la montaña, tal vez pudiese evadir a sus perseguidores. El ruido, el olor y la influencia de los movimientos en todo el sistema de árboles evidenciaban su presencia. A su derecha observó unos arbustos y se internó en ellos justo cuando un objeto pasaba a gran velocidad rozando su cabeza. Se detuvo unos instantes para percibir todo lo que pudiese brindar información a sus sentidos. Notó que sus perseguidores se acercaban, y continuó avanzando entre los débiles arbustos. Aunque las pisadas de sus perseguidores pretendían ser silenciosas, él sabía que se encontraban muy cerca. Una opción era enfrentárseles, pero ese sería el último recurso. A la derecha las ramas se hacían más altas, y se internó rápidamente en esa dirección sin preocuparse de que sus movimientos revelaran su ubicación. Cuando cruzó observó un árbol suficientemente frondoso y adecuadamente alto como para subirse a él, cosa que hizo. Sin detenerse por motivo alguno, aprovechó el principio de una frondosidad de árboles para saltar entre ellos, hasta que se sintió suficientemente alejado y se refugió en la unión de varias ramas, donde permaneció inmóvil.
El haber estado inmóvil fue un motivo de tensión más que de descanso. Mientras su oído descartaba los sonidos familiares del entorno, su olfato y su tacto intentaban detectar olores o movimientos que delatasen cualquier presencia amenazante. En la medida en que sus músculos se relajaban, el temor fue dando paso a una sensación de sueño.
Despertó. Al salir de su situación de letargo y parcialmente olvidada su preocupación como perseguido, sintió nuevamente las señales que enviaba su estómago. Debían ser atendidas. No había podido saciarse cuando fue interrumpido por sus lejanos y olvidados perseguidores, y la calma posterior a la carrera habían reactivado su hambre. Todavía cauteloso, aprovechó algunas pequeñas frutas a su alrededor, pero no eran suficientes. La falta de alimento había sido uno de los problemas que le había impulsado a iniciar el peregrinaje desde los páramos merideños. También había influido la ausencia de condiciones favorables para la vida, y la imposibilidad de obtener pareja. Los espacios que antes estaban abiertos para su disfrute, ahora se encontraban ocupados por personas que se sentían amedrentadas con su presencia.
Después de un tiempo indeterminado de travesía, sus sentidos comenzaron a despertar en una reacción muy parecida a la alegría.
Siguió internándose obedeciendo a sus instintos, y aprovechando cualquier cosa que pudiese reducir sus necesidades de alimentación, hasta que los bosques que le ayudaron a esconderse llegaron a su fin. A la derecha subía una carretera similar a donde habían iniciado su persecución. Estuvo tentado de tomar esa vía porque sabía que por allí podía comer algo de manera fácil, pero el recuerdo de la persecución le hizo optar por devolverse e internarse nuevamente en el bosque para continuar su búsqueda, confiando en sus instintos.
Después de un tiempo indeterminado de travesía, sus sentidos comenzaron a despertar en una reacción muy parecida a la alegría. Había comenzado a notar frutas y flores creciendo como agregados de los árboles que antes había visto sin otras formas de vida alrededor. Los sonidos, los olores, el clima y el ambiente en general habían cambiado favorablemente, y la adecuación al ambiente le ofrecía una sensación de pertenencia, de correspondencia, de libertad y de comunicación e integración con su entorno. Entonces supo que había llegado. Sus ojos no llegaron a detenerse en el letrero que decía:
“Bienvenidos al parque Paraguas, hogar del oso frontino. Estado Trujillo, Venezuela. Pulmón de la humanidad desde el año 2076”.
- Camino difícil - martes 25 de septiembre de 2018
