Estaba sentada en el suelo, justo en el centro del espacio que hacía de una especie de antesala a las siete puertas. Tenía el semblante mustio, y sus manos sostenían su cabeza como si ésta le pesara. Las piernas encogidas hasta el pecho, y el cabello largo y negro le caía como manto. La luz entraba desde arriba, desde una especie de panel en forma de triángulo. Miró la figura que se dibujaba en el piso, con ese juego de luz y sombras y las partículas de polvo que se hacían visibles flotando. Parecía un cuadro, pintado por algún desquiciado. ¡Ah!, pero ese era el menor de sus problemas ahora. No sabía cuánto tiempo había pasado, lo que tenía claro era que en cuanto sonara el cucú del siniestro reloj que no marcaba las horas, ella debía abrir alguna de esas puertas. ¿Cuál abriría? ¿Qué había del otro lado? ¿Cómo llegó ella a ese lugar? No encontraba respuesta para ninguna de las interrogantes. Aún tenía en el bolsillo del vaquero los pedazos del extraño papel, con una especie de mapa e instrucciones grabadas con letra muy antigua. Primero debía encontrar las llaves, era lo que se podía leer. Miró alrededor, aparte de las puertas y lo singular de cada una de ellas, había una especie de mueble empotrado en la pared que estaba justo detrás de ella. Se levantó. Con la mano, despejó su rostro de los cabellos que lo cubrían. Miró detenidamente pero con nerviosismo el sorprendente mueble, había grabados de símbolos que no conocía, figuras espeluznantes. De pronto advirtió una especie de palanca en el lado izquierdo, justo debajo de un triángulo igual al del panel del techo. Se atrevió a moverla y entonces se abrieron varias cajuelas que salieron de toda la estructura como una especie de lenguas. Con cierto temor se aproximó a mirar en cada una de ellas, y su sorpresa fue tal que la desesperó ya que había llaves en todas ellas. ¿Cuál de todos esos manojos sería el correcto? Le temblaban las manos, pero tratando inútilmente de controlarlas, comenzó a sacar y probar uno a uno los juegos de llaves. Ninguna llave abría las puertas. Cayó casi desplomada en el piso, las lágrimas le rodaban por las mejillas. Hizo un esfuerzo, intentó recordar algo, pero lo último que muy difusamente aparecía en su memoria era que había pagado por algo, en alguna tienda… Luego recibió el cambio, un billete, el billete que ella, por alguna razón que no podía recordar, había roto y que ahora estaba en su bolsillo, convertido en esos extraños papeles que parecían venir de otra época. Volvió a sacarlos, volvió a leerlos y se levantó de prisa. Parada de nuevo frente al mueble, trataba de alcanzar una protuberancia, justo debajo de un insólito símbolo, y al lograr tocarla se abrió un diminuto compartimiento y vio que había otro juego de llaves. Lo tomó y corrió hacia la primera puerta de la derecha, introdujo una llave, luego otra y la puerta no se abrió. Probó con la segunda y ocurrió lo mismo, el temblor en sus manos ya era exagerado, se le cayeron las llaves, las recogió y entre sollozos continuó con la tercera puerta, una llave, otra llave y otra llave. Todas eran exactamente iguales, ninguna marca, ninguna diferencia. Introdujo al azar una de ellas y escuchó el lúgubre sonido del cucú y la puerta se abrió. Sintió como un golpe de calor insoportable que le hizo cerrar los ojos, le dolía el cuerpo, sintió como un desvanecimiento. Cuando abrió los ojos estaba frente a gente extraña, militares que aplaudían. No entendía lo que pasaba, pero las palabras salían de su boca y sintió pánico al ver sus manos, su uniforme y escuchar el sonido de su voz que era la de un hombre y el idioma en el que hablaba no era el suyo. Por lo que recordaba de sus conocimientos de historia, pudo reconocer la escena, era Hitler… ¡Ella era Hitler! Casi en estado de shock, hacía hasta lo imposible por comprender algo de lo que pasaba, deseaba que la puerta no se hubiese abierto. Pero allí estaba, en Berchtesgaden, 22 de agosto de 1939. Dando un discurso frente a los jefes militares del partido nazi. El lugar del discurso era Obersalzberg y mientras escuchaba las palabras que salían de su boca recordó que tendría que ser el discurso en el que se iniciarían los planes para la invasión de Polonia y como consecuencia la segunda guerra mundial. Atinó a pensar y cambió por completo el mensaje, había decidido no dar curso a la invasión. Escuchó un bullicio, el calor tan abrasante que le impedía abrir los ojos y nuevamente el desvanecimiento. Cuando volvió en sí, estaba de nuevo en el lugar aquel, frente a las siete puertas. Tenía las llaves en sus manos. Estaba aturdida, no comprendía lo que pasaba, no había lógica alguna que explicara lo que sucedía. Dejó de lado sus pensamientos al darse cuenta de que debía continuar, según las instrucciones (pero ¿qué instrucciones?), tenía que abrir otra puerta. Le faltaban fuerzas aún, pero se puso de pie, y comenzó a insertar llaves en la chapa de la cuarta puerta. No logró abrirla, pasó de inmediato a la quinta puerta y tampoco se abrió. El sudor en sus manos era visible y las llaves se resbalaban, hacía un gran esfuerzo al introducir una llave en la sexta puerta cuando escuchó el sonido del cucú y la puerta se abrió. Sintió un intenso frío, como cuchillos que se clavaban en sus ojos y no le permitían ver. Nuevamente la sensación de desmayo y de pronto estaba caminando por una calle, llena de escombros, miraba hacia todas partes y todo se veía viejo, eran como ruinas de lo que alguna vez fue el mundo. La poca gente que pudo ver tenía aspecto escuálido, enfermo… Escurridizo. Se sentó en el borde de lo que parecía ser el muro de una casa, o lo que quedaba de él. Pudo ver que dentro había algunas personas y se animó a aproximarse. Un hombre mayor, casi sin dientes y de aspecto cadavérico, se le acercó. Ella lo saludó amablemente, él respondió el saludo con asombro y desconfianza. Ella le preguntó qué ciudad era esa, qué año. El hombre, sorprendido y con voz entrecortada, le dijo que era Francia y que era el año 1952. Ella preguntó: ¿acaso hubo alguna guerra? Él respondió que no, pero que en 1939 la humanidad sufrió una enfermedad muy extraña, alguna peste que no pudieron controlar y quedaron muy diezmados en todo el mundo. En pocos años todo se había convertido en lo que ahora veía. Ella, sin poder entender muy bien, se alejó.
Caminó por unos minutos, extrajo rápidamente de su bolsillo los extraños papeles y pudo ver claramente el mapa, marcando la ruta que debía seguir. Ya en el lugar, que era debajo de un puente, buscó el símbolo y ahí estaba la protuberancia de una piedra, la tocó e inmediatamente sintió el temblor, el frío y despertó en el suelo, junto a la cuarta puerta. No hubo guerra, pero hubo peste, se repetía como en trance. No podía rendirse, no ahora. Se levantó y volvió junto al mueble. Tenía que encontrar otras llaves. Vio una inscripción en una extraña lengua, desconocida para ella, pero le llamó la atención. La examinó minuciosamente y vio que había una fractura en una letra, la tocó y la letra cayó, en el orificio había un nuevo juego de llaves. Se apresuró e intentó abrir la quinta puerta, no resultó, lo mismo pasó con la séptima. Volvió entonces a la primera puerta y al introducir alguna de las llaves, el cucú sonó y la puerta se abrió. No hubo calor, no hubo frío, sólo un leve temblor. Abrió los ojos y vio que estaba en el interior de un baño. Se miró en el espejo y le asombró lo bien que lucía. Salió del baño y siguió por un suntuoso pasillo, se escuchaba música a medida que se acercaba a un salón. Obviamente era una reunión. Mientras se fue integrando con las demás personas, se dio cuenta de que era algo político, luego se estremeció al escuchar que mencionaban a Luther King. Se apresuró a tratar de saber en qué año estaban y cuando supo que era abril de 1968, supo que tenía que hacer algo. Según sus conocimientos de la historia, él tendría que estar en el motel Lorraine, en Memphis, Tennessee. Tomó un taxi y pidió al chófer que se apresurase a llegar a la dirección que le dio. Cuando bajó del vehículo, corrió, entró en el motel, subió corriendo las escaleras y entró en la habitación donde estaba Martín Luther King junto a sus colaboradores y en medio de la conmoción que causó, pudo aproximarse a uno de ellos y susurrarle lo que ella sabía. Como resultado, Luther King jamás abrió la ventana para saludar a la gente y el francotirador no pudo asesinarlo. Ella sintió el temblor y al abrir los ojos estaba nuevamente tendida ante las siete puertas.
¿Cuál era el objetivo de todo aquello? ¿Qué retorcido sueño la había atrapado?… No había atisbo de que sus incógnitas se develaran. Se sentía física y mentalmente extenuada. Pero debía continuar. Antes de lograr ponerse de pie, un ruido metálico la sobresaltó, no era el cucú… El sonido provenía del mueble, se aproximó a él y vio que justo en el centro apareció como un espejo, muy similar al de la habitación de su infancia. Era muy raro y más raro aún cuando a través de él pudo verse, sentada en el suelo de su dormitorio, jugando. No sobrepasaba los siete años, el cabello lo tenía recogido en dos hermosas trenzas que le hacía su abuela mientras le contaba historias. Otro ruido más intenso la sobresaltó y vio que se había abierto una cajuela debajo del espejo. Ahí pudo ver otro juego de llaves. Lo tomó, se dirigió a la segunda puerta y no se abrió, se dirigió a la quinta puerta y entonces escuchó el cucú, cerró los ojos y contuvo la respiración.
La humanidad sufría el flagelo de la maldad y perversión del propio hombre con el hombre. ¿Cuál sería la clave para terminar con ello?
De pronto una mujer la tomaba del brazo, subían unas escaleras muy hermosas. Se dio cuenta de que se trataba de la ópera. Vaya, pensó al ver sus manos y sus pies, eran de hombre y la mujer que iba a su lado le llamaba Charles. Después de la función salieron a la calle, todo se veía hermoso, cada casa, cada edificio. Le dijo a Emma, ya que así se llamaba la mujer, que dieran un paseo por la ciudad. Tomaron un coche y grande fue su asombro al ver una ciudad hermosa, limpia, ordenada; se sentía a gusto. Le propuso a Emma que fueran a cenar donde ella quisiera y aceptó. El conductor se detuvo y bajaron del vehículo. Caminaron un poco, mientras la mujer decidía a qué restaurante quería ir. Todo se veía magnífico, pensó. Entraron al restaurante y el mozo, con las debidas formalidades, los condujo a una mesa. Podía percibir que todo era tan diferente. Estaba a gusto en la calle, y también estaba a gusto dentro del restaurante, cosa que le pareció rara. En ningún momento sintió algún cambio en la temperatura y, como realmente le llamó la atención, preguntó a Emma. Ella con cierta ironía le dijo, parece que vienes de otro mundo. Ya sabes que eso se debe a la implementación del moderno sistema de climatización. Él permaneció en silencio y ella continuó: Al principio, eran sólo sistemas de aire acondicionado y calefacción. Los usaban en todos los edificios y casas. Luego progresaron, e incluyeron el suministro de agua caliente. El siguiente paso fue su instalación en todas las ciudades. Él se asombró ante tal explicación y dijo, ciudades hermosas con climas perfectos todo el año. Entonces, preguntó: ¿dónde viven los pobres? Ella sonrió y le dijo ¿qué pobres?… Y acotó: el mundo es un lugar donde no existe la pobreza, todos tenemos las mismas condiciones sociales y económicas. Pero hay algo de lo que hay que cuidarse… De los asesinos en serie y de los violadores. Muere mucha gente en todas partes y no hay forma de parar eso.
Estaba a punto de decir algo, cuando sintió como la arremetida del retorno y efectivamente así fue. Independientemente de las consecuencias de los supuestos viajes, estaba el dolor que le provocaba lo que encontraba detrás de aquellas puertas. Se esforzaba por comprender que no hubo segunda guerra mundial pero aun así el mundo fue devastado por la peste. Que no murió el personaje que prometía un gran cambio de igualdad en la sociedad mundial. Que efectivamente se logró ese cambio, pero la humanidad sufría el flagelo de la maldad y perversión del propio hombre con el hombre. ¿Cuál sería la clave para terminar con ello?, ¿sería posible salvar a la humanidad, cambiar el mundo para bien? Muy decidida, volvió a levantarse y a mirar el mueble detrás de ella. Justo en lo más alto y del lado izquierdo, había una grabación, le recordaba a la que había visto alguna vez en una caja de música que solía tener en su adolescencia. Trepó con gran dificultad y logró alcanzarla, al tocarla se abrió una rendija frente a ella y sacó de allí otro juego de llaves. Fue de prisa hacia las puertas y dudó un poco, recordó que ya abrió la tercera, la sexta, la primera y la quinta puerta. Entonces introdujo la llave en la cerradura de la segunda puerta y ésta no se abrió, fue hacia la séptima y tampoco pudo abrirla. Introdujo la llave en la cuarta puerta y sonó el cucú.
Cuando abrió los ojos supo que esperaba instrucciones de alguien sentado detrás de un escritorio. Escuchaba la voz algo peculiar y cuando giró la silla pudo ver con horror que era un robot vestido de traje y corbata. Disimuló el espanto, giró sobre sus pies y, al salir de la lujosa oficina, leyó en la puerta que era el jefe del consorcio. Se alejó pensativa y recordó las historias de su abuela, recordó sus libros de historia, recordó la misteriosa desaparición de su padre. Llegó al final del pasillo y se detuvo, contemplando estupefacta el inmenso edificio casi todo de metal y vidrio. Eran las máquinas, los robots, los que estaban a la cabeza. Los humanos eran meros sirvientes. Metió la mano en el bolsillo, miró el mapa y salió de allí, había estado en el año 2037. Fue lo último que pudo ver en ese lugar.
Al recobrar la conciencia en la ya conocida sala, no se detuvo a pensar en nada, era como si le urgiera solucionar aquello. Revisó cada milímetro del empotrado y tras un símbolo que le pareció familiar en aquel momento, encontró otro juego de llaves, fue sin pensarlo a la séptima puerta, pero no se abrió, no quedaba más que la segunda puerta y entonces sonó el cucú y la puerta se abrió. Una sensación como de asfixia la invadió, no podía moverse. Unas personas con unos trajes como de astronautas se movían en torno a ella. Le extraían sangre, y pudo sentir que estaba conectada a algún tipo de aparato. Escuchó lo que dijeron, 36 millones de muertos y aún no había vacuna. No pudo soportarlo más, no podía hablar. Presionó con todas sus fuerzas el pedazo de papel extraño y sintió el temblor. Al abrir los ojos no pudo evitar el llanto, la profunda pena. Por donde fuera y como fuera, la humanidad estaba como predestinada a la desgracia, a la destrucción, a la perdición. Debía haber algo… Fue entonces cuando recordó que había estado en una pequeña tienda de recuerdos antes de ir rumbo al aeropuerto para retornar a México de su viaje a Jerusalén. Había comprado un llavero para una amiga y el anciano de la tienda le dio aquel billete… Metió la mano en el otro bolsillo de su vaquero y allí estaba, el llavero y en él una llave, completamente diferente a todas las demás; sin titubear se dirigió a la séptima puerta, introdujo la llave y escuchó el cucú. Cuando abrió los ojos, sintió la brisa fresca en su rostro. Vio la naturaleza en todo su esplendor. Aquel lugar era maravilloso, la embelesaba el canto de las aves y todos aquellos colores y olores. De pronto escuchó una voz que provenía de un frondoso árbol y le decía, ven, come, no te hará daño, podrás ser como él. Entonces ella comprendió y cuando la serpiente abrió la boca para decir: come, Eva, con una rapidez impresionante introdujo los pedazos de papel que sacó súbitamente de su bolsillo en la boca del siniestro ofidio y éste se redujo a cenizas que volaron con el viento…
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