
Este texto forma parte de la antología publicada por Letralia el 20 de mayo de 2022 en su 26º aniversario
Bajo la mesa
Tiemblo bajo la mesa
abrazada al perro que al igual que yo
tiembla,
la lluvia de gotas metálicas, humeantes,
desgarra la piel de la tierra
y los gritos llegan
y todo se agita, madres, tías, hermanas, esposas
y abuelas, corren, ¡corren!… ¡Sí!, corren,
buscan su carne, buscan su sangre,
tal vez derramada a la vuelta de la esquina
hablo con el perro, las lágrimas mojan el uniforme de la escuela,
el perro gime, mira con ojos de “¿qué pasa?, no entiendo”
y tenemos miedo
y tenemos hambre, las patas de la mesa parecen gigantes,
la radio truena, no hay nadie, ¡no!, no hay nadie…
sólo lágrimas
y el rostro
y las manos
y el uniforme escolar llenos de pelos
y el perro
y los dos temblando bajo la mesa
del cielo sigue cayendo la lluvia metálica,
las entrañas de la tierra se desangran
pájaros con alas de fierro oscurecen el cielo
esa mañana.
Es hora
En principio eran apenas unos cuantos,
los de la estrella
sentenciados a no ver la luz, sólo explosiones,
verdes uniformes
sentir la caricia fría de un arma.
Y las sirenas rompiendo obligados silencios.
La miseria corroída por el hambre,
una horda de locos confabulando ejecuciones
y la historia se repite:
Ya no son sólo las estrellas,
son la raza o el color de la piel,
son el credo o la nacionalidad,
son el ser o no ser potencia;
son el peso contenido en los bolsillos, lo que cuenta,
lo que dicta las sentencias y el olvido.
Y van labrando el destino sobre millones de tumbas,
y van tiñendo con sangre la tierra:
Es hora de que el mundo deje de mirar a otra parte.
Un grito de auxilio
Entre el polvo y el humo,
los gritos y misiles explotando.
Se desgarran las súplicas de piedad.
¿Dónde está el alivio de las heridas?
El suplicio del último aliento de los muertos
se confunde con la oscuridad
que envuelve a los pueblos y su exterminio.
La infamia de la orden de abrir fuego,
la desesperanza del gentío
ronda las fronteras de la ignominia;
y la mano del agresor
se refleja triunfante en las pupilas del oprimido.
Una plegaria, un estallido.
Un grito de auxilio…
¿La humanidad avanza?
Escarchas de sangre
El cuerpo rígido,
las manos como palomas
cruzadas en el pecho,
simulando estar exánime.
¡Basta de bombardeos!
Los oídos me sangran,
no sé qué es más fuerte,
si el llanto de las viudas,
el de los niños huérfanos
o el grito mudo que mi pecho revienta.
La brillantez del estallido
ilumina las escarchas de sangre,
agitadas, presurosas,
en medio del horror confundidas
sin saber a qué cadáver pertenecen.
Los aviones sobrevolando
como buitres esperando el momento
para soltar las mortíferas descargas
y borrar los pueblos.
No hay edificios en pie
ni la risa en los hogares.
Sólo gente petrificada
detrás de los escombros
o corriendo hacia la nada.
Escapando de la sevicia de la guerra.
Y yo aquí contemplando desde arriba
la rigidez de mi figura
tendida sobre el pavimento.
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