XXXVI Premio Internacional de Poesía FUNDACIÓN LOEWE 2023

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Cinco microrrelatos de Mayra R. Encarnación

martes 4 de octubre de 2022

Libros abandonados

A Calvo Buendía

Las palabras se desbordaban de las cajas. Se asomaban a la acera tratando de enamorar algún transeúnte. De repente, un caminante mañanero tropieza con el desfile de letras de todos tamaños, formas, colores y sentencias… Se arrimó a indagar el carnaval de palabras y a levantar el primer libro.

Atesoró su hallazgo y lo situó en su mesa de noche. Desde entonces, no puede dormir. Vive en la urdimbre del mundo real frente al universo ficcional. Arquea palabras, consume versos, deglute personajes y sacia su sed con el entrecruzamiento de voces que le confiesan historias.

Los días transcurrieron, renunció a su trabajo, a su vida social y a la amatoria. Todas las mañanas recorre la ciudad, escudriñando los cajones desbordados de palabras.

 

Necrópolis

Ella vive encerrada en un sarcófago. No ha descubierto su muerte. Todos los días siembra terror al mundo de los vivos. Un buen día, un arqueólogo descubrió el ataúd. Después de investigar su valor histórico, impartió las instrucciones de cremar los restos.

Desde entonces, en la agencia gubernamental, todos trabajan armoniosamente.

 

PD. Después de múltiples excavaciones en la necrópolis, el hallazgo arqueológico desvelaba: “Se trataba de una loba devorando a su presa” —apuntaban los periódicos del país.

 

Némesis

Olvidó su nombre y comenzó a distinguir cada uno de los objetos de su hogar: nevera, estufa, mueble, cama, inodoro, puerta, ventana… Cuando llegó al espejo de su cuarto, miró detenidamente el rostro reflejado y escribió en la pegatina: Némesis. Las carcajadas se escucharon por todo el vecindario y continuó bautizando las cosas.

 

Narciso

Nací para vivir en soledad. No confío en la grandeza de ningún ser humano. Transito por la vida con mi único espejo… mi sombra. No hablo con nadie. No me interesa salir a los espacios de recreación. Vivo con mi ser.

Cada mañana preparo dos tazas de café y me siento a desayunar conmigo. Planificamos nuestro día; discutimos los inconvenientes de la existencia de la masificación de las conductas deshumanizantes. Sembramos en nuestro huerto; alimentamos a las plantas y eliminamos la mala hierba.

De repente, alguien toca a la puerta. Empiezo a temblar. Nadie pisa esta casa hace más de diez años. Miro por una rendija y veo a un carro oficial de la policía. No salgo; me escondo. Escucho a los policías: “Te dije que la casa está abandonada”. Respiré…

Al siguiente día, un estruendo me levanta. Empezaron a destruir la casa con maquinaria de equipo pesado. Salgo corriendo hasta mi huerto, destapo la fosa y me entierro con mi sombra.

 

PD. “¡Detengan las máquinas! Encontramos restos humanos”.

El director del proyecto indica: “Sigamos con el derrumbe de la edificación. Eso debe ser algún toxicómano que dejó su espejo”.

 

Purificación en la calle del Cristo

Ella vendía su amor impuro en las calles. Necesitaba borrar la huella del tío, el abuelo y el padre. En cada encuentro sexual vengaba el rastro del dolor… Cuando finalizaba el recorrido nocturno, encendía una fogata en la parte trasera de su patio y quemaba la ropa. Mientras se desnudaba, repetía como un mantra: “Desarticulo todo tacto, apropiación o violación a mi ser. Convierto en cenizas la voluntad de poseer bajo el sello del dominio”. Enjuga sus lágrimas y toma un baño de luna.

No obstante, llegaron las lluvias de mayo. Con el nuevo amanecer, abrió la puerta de su casa e inició la fogata… no progresaba. Al séptimo día, las lluvias no cesaron. Se encerró en su cuarto. Comenzó a desprenderse de la ropa, incineró las cortinas y los muebles y se arrojó a la cama, adoptando una posición de manos y piernas abiertas.

 

PD. “Un lío amoroso terminó en tragedia”, leyó el locutor de radio en las noticias de la mañana.

Mayra R. Encarnación
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