Estoy loca. Dios lo sabe o quizás no, pero estoy loca. Es lo que dice el médico y lo que repite mi madre. Yo no podría asegurar algo como eso, pero sí tengo la sensación a veces de que me pierdo de mí misma, de que me ausento y de que, en algún lugar lejano, habito. Con el tiempo regreso, y me encuentro sin saber en dónde dejé la vida, la vieja, la de no-loca. Es complicado comenzar si no sabes en qué extraños lugares se quedaron algunos de tus días; si no puedes recordar las palabras que has usado, las que te han dicho, lo que te han prometido y lo que has olvidado. Tengo la impresión de que, aun cuando no estoy loca, sigo estándolo. Pero me resulta pesado y confuso, porque imagino que todos piensan que aún sigo con la cabeza enredada, ¿cómo hablar sin que crean que vas a soltar un disparate? Mamá dice que soy una loca buena; o sea, que no lastimo ni ofendo a nadie. No me alcanza el delirio para armarme de piedras y lanzarlas a todo el que pase. Soy pacífica, dice mi madre. Pero aun así me carga de pastillas para intentar curarme. A veces me pregunto de qué, si no lastimo a nadie. Además mi madre dice que parezco muy feliz; voy de una esquina a la otra en paso de baile. Una y otra vez, y otra vez y otra vez, y así durante toda la tarde, hasta caer el día. Mi locura es bailar. Mamá dice que me veo muy bella, y que se entristece porque me veo feliz, pero estoy loca.
Me visto en los días de loca con trajes y vestidos de vivos colores, con ropas de folclor, de cumbia, de pasodoble, de campesina colorada y frugal. No sé si mamá me viste o me elegí el atuendo, pero ella cuenta que me veo algo así como una chapolera o como un miembro de un grupo de danzas. Salgo temprano a la calle, y el rito de recorrer la misma acera con el mismo paso comienza enseguida. Me muevo, bailo siempre que me muevo, y sonrío como si hubiese un público que aclamase mi danza, cuenta mamá. Ella me vigila desde el balcón, es inútil intentar detenerme porque al parecer me enfurezco si no me dejan hacer. Así que mamá cada tanto se asegura de que aún esté allí con el paso de baile que resulta eterno y repetido. Mamá dice que no miro a nadie cuando bailo; mantengo una mirada fija en un espacio invisible, estoy a tal punto lejos de mí misma. O demasiado sumida en mí, no sabe, no sé, pero hay algo que mamá no logra ubicar en ningún punto de esta realidad.
Siempre dice que me veo feliz, pero que es una pena que yo misma no lo sepa, que no tenga conciencia de ello. Por eso, dice ella, mantiene el tratamiento médico y espera que yo algún día me cure. Porque de qué sirve la felicidad si no la puedes saborear, si no puedes ostentarla en tu mano, dice mamá, como perdiendo la razón ella misma. Yo no sé qué responderle, no estoy muy segura de qué sea la felicidad, pero entiendo que es algo bueno y deseable. Tal vez yo no sepa que lo soy, pero de igual manera puedo llegar a serlo, entonces mamá no tiene de que preocuparse. Pero ella igual se afana como si el saber fuese algo más fuerte que el sentir. No discuto con ella, sé que hace lo mejor por mí; quién quiere una hija loca, que está bailando por allí sin ton ni son, que se viste para carnaval o desfile, que no entiende lo que es ser feliz aun cuando parezca serlo. Me río porque pienso que hay que estar loco para ser feliz. Se lo digo a mamá, y ella me sacude del brazo y me manda a callar. Lo extraño de todo esto es que en los días de cordura, de no-loca, no percibo felicidad alguna. Me siento intoxicada aún de las pastillas, abrumada por un mundo que no sé cómo enfrentar. ¿Cómo saber en qué momento perderás la razón?, ¿cómo determinar qué día dejarás de lado un lugar en el que hay que ser consciente para ser feliz? Así que no trabajo y no estudio ni tengo novio ni marido. Tampoco tengo hijos porque mi locura llegó de manera temprana. No podría decir cuántos años hace que padezco este mal; mamá lo sabe, eso es lo que importa. Cuando la locura me abandona soy silenciosa y no bailo. Salgo siempre con mamá porque ella teme que el delirio me estalle en la calle y sola, y no sepa regresar nuevamente a casa.
He visto algunas mujeres no-locas, pero desesperadas y marchitas. Tan afanadas por tantas cosas tan poco importantes.
Mamá sufre. Dice que le gustaría que yo fuese normal, y tuviese una vida como la de cualquier otra mujer. Yo no sé qué me gustaría, esta salud que ahora está conmigo la siento desabrida y solitaria. He visto algunas mujeres no-locas, pero desesperadas y marchitas. Tan afanadas por tantas cosas tan poco importantes. Tal vez es porque soy como una niña, dice mi madre, que tengo esa manera de ver las cosas. ¡Tú no entiendes, no entiendes!, grita desde su cuarto. No sé si quiero estar loca y bailar todo el día en la misma acera; además, si no puedo entender lo que es la felicidad me vale lo mismo no tenerla; la tiene la loca, la que entristece a mi madre. Yo no quiero que mamá sufra por mi culpa, ni por mis desaciertos. Así que decido tomar las medicinas y dejar la locura en lo posible fuera de mi vida. Aunque entiendo que a veces no puedo evitar enloquecer y volver a la fiesta que es mi vida sin razón alguna. Lo único que me resta son las intenciones de mejorar, o bueno, de no ser una persona que va por ahí bailando sin ningún motivo. Eso es de locos. No puedo decir que ser loco tiene la ventaja de que se es feliz, porque no puedo entender esas palabras. No importa cuán bien te veas en tu insania, no importas si ríes de forma desatada, si no golpeas o desafías a nadie, no importa que bailes y saltes sin parar, lo relevante es esa bendita sinrazón que te consume, y así no puedes vivir. ¡No, señora, así no se puede vivir!, dice mi madre que no es loca pero que tampoco es feliz. Eso de ser un demente tiene sus desventajas; nadie cree nada de lo que dices, ni te confían tarea alguna, y nadie se alegra de tu alegría o de tu sonrisa. Eres sólo un pobre o una pobre loquita digna de lástima y aflicción. Así que es mejor que te mate la ira o el desespero, o la necesidad de consumir un sinnúmero de cosas que mañana ya no precisarás; es mejor que olvides la alegría y seas más razonable, dedicado, hables de cosas que todos entienden y registran sin ningún contratiempo. Es mejor vivir como dice mamá, razonablemente. Así que esta pobre loca toma pastillas, quema su piel con sustancias químicas que la curten, y enreda su ánimo entre fármacos que entumecen cualquier atisbo emocional.
Es difícil saber si mamá está más loca que yo, o si el mundo es tan loco como uno; todos gritan y ofenden, y lastiman y acorralan; van por la vida devolviendo sangre con sangre, golpe por golpe. Se arrastran por las más mínimas cosas, y deliran al unísono por jabones y oropeles, por tetas grandes y plásticas. Yo sólo bailo, me sonrío suavemente, y aunque parezco ser feliz no lo puedo ser sin serlo. No importa, la razón me basta para decir mi locura, para algo habría de servir, no.
- Loca felicidad - viernes 15 de septiembre de 2023