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Ocho sonetos de Luis Enrique Yong

viernes 17 de marzo de 2017
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Se le vio junto al olmo

a Antonio Machado

Se le vio junto al olmo palpando sus raíces;
comprobó del crepúsculo su comarca de vino;
del mar —la gran mochila—, su embestida de plomo;
y de aquellas tabernas bebió licor andaluz.

Sacerdote expresivo, duplicaste la encina
para obrar su madera dándola a los estantes,
como caudal, fortuna, de la tierra asombrosa;
para ti la aureola, la espiga, la cebada.

El río emergió de tu cintura metálica,
tu cuello de infinito, para darle al sendero
la pisada absoluta del viandante y su báculo.

Nunca diste el sombrero para estiaje y fracaso,
sino que lo otorgaste para elevar el gránulo
que concebía el árbol de libros y corbatas.

 

Arroja sus saetas

a Federico García Lorca

Arroja sus saetas este Hércules hispano
desde su torreón hecho de piedra indómita,
su boca aporta olivas ansiadas por el crimen,
sus manos van al día con la escardilla encima.

Se tercia la guitarra con sonrisa y avena;
hace geometría con la fuerza del muslo;
a la luna de estaño la mira con su canto;
bebe del río intenso, jugo de Andalucía.

Federico es tan útil como la hoz en verano
recortando los tallos que darán a la boca
pan imperecedero, y platos abismales.

Federico es tan frágil como taza de barro
dispuesta en el mesón a punto de quebrarse…
Y fueron a quebrarlo junto a aquellas raíces.

 

El fauno de los bosques

a Rubén Darío

El fauno de los bosques bailando sobre el heno,
sobre los minerales, sobre las hortalizas;
nada dentro del trópico estuvo sin su atmósfera
que ha pedido a la luna sus cosechas y triunfos.

Disciplinó sus manos para establecer bronce,
cornucopia y lechosas, y una insólita pampa
extendió su dominio con loco itinerario
para regenerar las semanas y briznas.

Este herrero dispuso de metales recónditos
forjando la corneta que sonara en los antros
con la misma constancia del barro en la quebrada.

Confeccionó su mundo, confeccionó su ropa,
para que concordara con su pecho en el tramo…
¡Cambió las cerraduras, y el portón fue preciso!

 

Allí vas, capitán

a Pablo Neruda

Allí vas capitán sumando caracolas
por el saco del mar con tus ojos olímpicos,
esperando cometas, esperando esperanzas;
y tus manos titánicas sin trabarse en tristezas.

De tu carpintería cayeron las virutas
que fueron a colarse con los libros y el tiempo.
¡Todo lo escrito ayer es nuez indispensable
iluminando el cesto del huerto, del mercado!

Y cuando amenazó del miasma su martillo
a tus pies, que ascendían la escalera del mundo
¿qué fórmula aplicaste para asir la despensa?

Te forjaste un renombre con el cobre y el bronce,
y nunca jamás nadie desmanteló en las calles
el rigor de tus días y tu palabra inmune.

 

Tú, señor de la casa

a Andrés Eloy Blanco

Tú, señor de la casa, caminante contiguo.
Te han visto por las calles proporcionando
efluvios descubiertos del suelo, sacados con paciencia,
para así disolver a esa plaga impasible.

Te asomaste al budare para fundar la lumbre
de tu hogar, de los tuyos. Arrojaste fortunas
para aquellas cabezas hundidas en las celdas,
y hacia los ventanales se enganchó tu palabra.

Para ti el apamate concedió sus raíces,
para ti la plazuela condujo sus pasajes,
para ti la nación dispuso sus fronteras.

Desde tus poemarios el olor de la patria
doblegó las narices, y amarraste zapatos
para que camináramos con el paso nativo.

 

II
Para Andrés Eloy Blanco en la cárcel

¡Palmero denostado por el peso del frío!,
¡patriarca fulminado para penar en noches!,
¡elemento añadido para mezclar el charco!,
¡poeta blasfemado por el puño del guardia!

Detrás de los barrotes hurgaste entre guayabas,
y nunca hubo desfalco del rostro del destello
que entraba como espada para animar tu traje
roído por la lágrima, vencido por el cardo.

Ordenaste el desorden con muebles de tu sala,
y calentaste el pecho con abrigo del frío,
como única partícula para tejer el sueño.

El lápiz en la agenda vino a marcar semanas
que poco a poco hicieron la verdad de tus días
hasta complementar la gracia en tu desgracia.

 

A José Antonio Ramos Sucre

Te adjudicas maldito yendo al templo luctuoso,
te ocultas en la noche como fantasma incierto,
bebes de la tragedia la botella más agria,
asumes tal pobreza dentro del cuarto noble.

¿En cuál pantano o miasma se extraviaron tus ánimos?,
¿con cuáles reciedumbres diste acción a tus hombros?,
¿por qué cubrir los cardos en el huerto de peras?,
si nunca sedujiste, ¿por qué turbaste en multas?

Se perdieron tus siestas en la cama adecuada,
como miembro inservible que no apoya la mesa
en la hora del almuerzo, junto a frutas y granos.

La calleja sin gente condescendió tu fiebre,
alargando la acera donde tu pensamiento
lentamente sudaba hasta colmarse en muerte.

 

De Huntington provino

a Walt Whitman

De Huntington provino tu semen matutino
para reproducirse cual número coloso,
y empinarse entre el valle y el lago de los duelos:
eres popular musgo entre la vulgar roca.

Al parecer tu frente, de altura, de estallido;
mezclada con la tierra y todas sus partículas,
se funde y se confunde con un trueno o cometa
avanzado en su rumbo o amores viscerales.

Eres fiero bisonte del que todos comentan:
perceptible en el orden, definido en el pasto.
¡Oh padre sideral ofréceme tu hogaza!,

¡cédeme tu discurso que cuelga de tus labios!,
¡sírveme de ese cáliz de luz, de cereales!,
¡acógeme en tu anillo que revoca las sombras!

 

Mr. Raven

a Edgar Allan Poe

Acá te manifiestas hurgándote las noches
sujetas a tus hombros –candiles trasnochados
que lanzan luz revuelta por la calle de ortigas—;
¡hortelano en invierno padeciendo tormentas!

Cayó en ti la fortuna del pan perecedero,
los martirios que al alma revierten la moneda,
la talega roída que no guarda ni polvo,
el beso de la amante que tampoco se obtuvo.

El estrago fue un cuervo ruinoso e insistente
pernoctando en tus ojos, como aquel arrebato
que no se solicita ni produce algún mérito.

Escribo estas palabras para que no sofoques
ese viaje maldito que plagó tus semanas.
¡Con la muerte habitaste decretando su infamia!

Luis Enrique Yong
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