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Poemas de Astrid Salazar

viernes 6 de julio de 2018
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Calma. Que no panda el cúnico

Salgo muy temprano a dar clases
ya no quiero hacerlo
porque si caminas a las cinco y cuarenta y cinco de la mañana
por la calle Vargas de Maracay
es muy probable que lleguen unos motorizados
a quitarte las notas del lapso, el cepillo, las llaves de tu casa, el pasaje.
Ahorita duele mucho esto del pasaje, pues no hay efectivo en el país, captas.
Entonces ya ni quieres que amanezca
pero amanece y te das cuenta lo jodido de todo.
Pero, si tú llamas………………….me calmo
y podría seguir un día más. Un día más.

 

Alguien llame a un fumigador

Esta pausa
hospedada en el útero
ha hecho que se apague
la luz en casa

a las afueras de la puerta
ya no florece ningún clavel

los grifos siguen exprimiendo
su llanto………..gota a gota
para no deshidratarse de a golpe.

Esta pausa
llena de mis ahorros
lleva una franja púrpura
en los pañitos tibios
colocados a mis venas todos los veinte de cada mes.

No busco dormir
si lo hago las chiripas se lo llevarán todo.

………..ya lo sé

debo fumigar pronto

se comerán mis pies hinchados
mis alas en pausa.

 

Una polarcita, por favor

La leuprolida no debe mezclarse con la cerveza
pero
esta vez, no me importa seguir con las indicaciones

todo lo he hecho, siempre siempre, al pie de la letra

y ya ves

acá estoy
sedada

guiñándole un ojo al doctor

a la espera de una polarcita fría
besándome los labios.

 

Ese ocho de enero

Ayer
todo el líquido avellana lo derramé de tus ojos

y mi mano hinchada…..es la muestra grotesca
de quien con una botella rompe micas a medianoche.

Ayer
perdí tu calor del lado derecho de mi cama

y todo este reino de soplos, de segundos,
que me hizo ser muralla china

se desploma
junto a este VapoRub untándose a mi pecho

para aspirarte
para volver a ti
como canto de paraulata.

 

Manía

Estoy quieta
encerrada en casa

enumero todas las cosas dañadas
el secador el flotante de la poceta la llave del fregadero el microondas la luz del cuarto de la sala la puerta de madera el dvd la licuadora la lavadora

me pregunto cuándo se me vendrá el techo encima

sí, me luce ser trágica
en estos tiempos de hambre
donde falta todo
menos esta manía mía de masturbarme
con tu nombre en mis labios.

 

39 grados

Tengo quebrantada el alma

tiene 39 grados
y a veces tose
escamándome los huesos.

Tengo resfriada el alma
no
estos son inventos de las abuelas

sólo son huecos en el hilván de la falda
y se descosen
en puntadas fuertes detrás de los ojos.

Tengo el alma en 39 grados
porque estoy fuera de juego

tengo fiebre y tos seca

caliente y erizada la piel
a tu espera.

 

Agosto

Siempre

en agosto

coloco
romero debajo de mi almohada
—tal como lo mencionaste—

unto, para el cuerpo,
jengibre y cúrcuma
mientras
los eucaliptos hierven en la estufa.

Me desvisto
voy descalza

y soy menos lluvia.            

Con la escoba
recojo todas las huellas
y las tiendo al sol

destejo el polvo de los libros

hago cruces de sal en los rincones

me olvido de los tés
y vuelvo al café.

En este mes de menta
donde llegan nuevos huéspedes
a mi piel
ya caliente

vuelvo a ser más bruja

y con crema alcanforada
embalsamo uno a uno mis dedos

vuelvo al útero

respiro.

 

A las “conuqueras” y punto

Hay hombres que juegan a ser fieles.
Y buscan guarapos para atar el alma y engañarla con cantos golondrinos.
Hay hombres llenos de ABC que levantan multitudes con discursos enciclopédicos.
El desapego es su bandera.
Y van metiéndose en anchas y estrechas vaginas.
Fingen ligereza como galletas de soda sobre la mesa.
Huyen de los platos pesados porque con ellos no pueden alzar el vuelo.
Hay hombres que juegan a ser fieles para engañar sin miedos.
Y tienen chicas esperándolos al final del día, desde una llamada, desde un para siempre.
Y ellos, cargados de humedades de otras pieles, sonríen. Pues su objetivo ya está claro.
Pero dan pena son sus mariposas, sus vírgenes, sus muñecas.
Muchachas quienes labran la tierra en búsqueda de la verdad.
Llenando sus uñas de mugre y sol. Porque está de moda tener conucos.
Para llevarlos de estampa en el pecho. Tejiéndolos junto a los tatuajes mándalas. Guindándolos en los piercings de sus sonrisas luna.
Ellas, quienes no son nombradas por ellos.
Creen. Y comen, desde la intensidad, los panfletos del lado izquierdo,
añorando un cielo multicolor.
Ellas
no reconocen el paso de sus amantes
—o quizás, se niegan a verlo— porque también se engañan.
Y me hablan. Y se disculpan por ser tan antiguas. Felices por ser yo quien las mire. Desgastadas en sus discursos sin hechos. Siendo las princesitas de disney. Y aunque sus fotografías andantes dicten lo contrario. Siguen acá a la espera de su caballero que las rescate de su conuco.

Astrid Salazar
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