Cala blanca
Camino estos parajes donde el tiempo no existe,
millares de mujeres los caminaron antes
son las mismas de ahora,
hablan de sus dramas, cuentan sus historias:
un marido muerto,
el amor de su vida…
Una familia, unos hijos, en algún lugar
dejado atrás,
un esposo inválido traído consigo,
Dios, el refugio.
La oración, un consuelo.
Otros exilios,
otras mujeres, otros relatos
tallados en la piedra tosca.
Deambulan por la cala.
¿De dónde eres?
Es siempre la pregunta.
De aquí, de allá, de cualquier lugar del mundo
y ahora de Venezuela.
Las mismas almas, por siglos,
huyendo.
Los árboles del destierro
No crecen desordenados en todas direcciones
como los de mi tierra natal.
Sus copas no se enmarañan voluptuosas,
ni se explayan en forma de parasol,
arropándolo todo con su sombra.
Sin dar más abrigo del necesario,
los árboles del destierro
conservan su espacio con adustez.
Buscando al sempiterno, prudentes y solemnes,
sin invadir lo ajeno,
y sin dar más abrigo del necesario.
Tienen, me parece,
la sabiduría del tiempo, de milenios.
Y en invierno, ya desnudos y secos
los flamboyanes de flores violeta
arrojan sus semillas en forma de castañuelas.
Así de españoles son los árboles del destierro.
Mujer poeta
Así te llaman, la poeta,
¿qué había de malo en la palabra poetisa?
¿Es menos que poeta?
Me gusta como suena,
poetisa, poetisa…
aterciopelada
de suave y delicada cadencia
la palabra,
femenino de la forma poeta,
persona que escribe obras poéticas,
no mujer, sino persona,
estás en el diccionario, poetisa,
pero ya no eres políticamente correcta.
Mujer poeta, ya no te discriminan.
¡Enhorabuena, mujer!
Los ancestros
Aquí estamos de vuelta, españoles de América,
con libro de familia y pasaporte europeo.
Dos generaciones fueron suficiente
para vernos volver, arrastrando memorias
de aquellos que viajaron en sentido opuesto
cincuenta años antes, con un mismo sueño.
Otra dictadura, otro dolor, otra guerra,
trazó la ruta que siguieron: Venezuela.
Antes nuestro hogar, amplio y dadivoso.
Ellos, los ancestros, no volvieron.
Quedaron enterrados.
No habrá quién visite sus tumbas,
ni habrá flores en sus mausoleos.
Queda la añoranza,
el dolor de expatriado,
que llevamos adherido a los genes como un duelo.
Los países construyen su grandeza con el sacrificio de sus pueblos.
No hay países grandes.
O al menos no debería haberlos.
Identidad de género
Ya no me siento ella, ni yo misma
ya no me siento
No me siento yo misma,
ni él, ni ella, ni ello…
es que no me siento en absoluto de ninguna manera.
No me siento hombre, ni mujer,
ya no me siento,
no me siento transgénero,
¿o debería decir transgénera?
De niña solía jugar muñecas,
y metras, que son canicas.
Cualquier cosa era buena para jugar,
treparse a los árboles o lanzar piedras.
Solía llevar vestidos almidonados o pantalones.
Lazos en la cabeza o pelo corto.
Pero ahora,
ya no me siento yo misma,
ni él, ni ella, ni ello…
es que no me siento en absoluto de ninguna manera.
¿Será que habré perdido mi identidad de género?
Pedazo de mi alma
A mi gran amigo Victor Cadet
Víctor, nombre de vencedor,
amigo entrañable.
Cuánta belleza hay en tus textos,
cuánta añoranza,
de aquellos días inmensamente largos de la infancia
(que no vivimos juntos).
Somos la misma historia,
de lances que entrelazan almas.
Del futuro que fuimos,
tan previsible como promisorio,
quedamos todos truncados.
El futuro es un lugar
que me es ajeno.
Me queda el sabor acre
de mi alma desgarrada,
que habita en mil fragmentos de distintos destierros.
Tú escribes, yo leo.
Yo escribo,
dibujo con palabras los recuerdos.
¿Quién podría desentramar la urdimbre
de memorias y vivencias que nos unen?
Un beso en la distancia.
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