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Desmesura

lunes 25 de febrero de 2019
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“…los seres terrestres se tornaban acuáticos
Y los que nadan se pasaban a la tierra.
El fuego aumentaba en el agua su propia virtud
Y el agua olvidaba su poder extintor”
Sabiduría 19, 19-20
“Para que cambien de curso los ríos
Y te lleven atrás hasta sus fuentes”

Odisseas Elytis

I

Quisimos el sol antes del sol,
El inicio del agua antes del mar,
La marcha de la hierba antes de la tierra.
Detrás del recuerdo,
Una parábola de peces,
Apenas humo,
Apenas polvo de palabras
Que crecían en la noche.

Quisimos el sol antes del sol,
Lo que sería el espacio desmesurado,
En las redes que urdían la plenitud y el hambre,
En la confusión del nacimiento y la desembocadura.

Quisimos el sol antes del sol,
En el principio la luz y el oro de los peces,
El meandro resguardado por el oro de la tierra,
Orilla de los vientres que serían cópula y tragedia,
Como joyas y pedruscos naciendo de la sal
A la inclemencia,
Al otero de relámpagos descarnados.

Quisimos el agua antes del agua,
Volver a la reconstrucción del cuerpo,
Desde un cardumen que tejía su cristal
En la espuma de futuros mares,
Las formas de la espada, la arcilla,
La flor arrojada a la boca de los templos,
El agua arrojada a la boca de la sed y la delicia,

Dulce agua de silencios tendidos que miraban
Desde el fondo, la subida del salmón a la ceniza,
Desde una superficie de lágrimas y peces,
Ángeles y hombres en un giro de cosas hacia arriba
Por la desembocadura de los cuerpos recién llegados,
Listos para estar en franca guerra con el mundo,
La lucha de lo que crece y sufre por los surcos baldíos.

Quisimos el sol antes del sol,
(Espejismo de las orillas
No curéis al loco)
Como si fuera ayer,
Todo lo que del agua vuelve,
Letras para el bautismo del hombre,
Estribaciones y penínsulas que acercaban
Lo agostado de la tierra al pez brillante.

 

II

Quisimos la huella antes del cuerpo,
La forma de las hojas antes que la luz las convocara,
El sonido de la lengua
Antes de la balbuciente boca,
Lo que no cupo en el principio de las manos,
Hueco de la tierra,
Borde de hielo para el hambre
Y el inmóvil pescador de las mareas.
Peces antes de los peces,
Peces que luchaban por encontrar el alba del estuario,
El mar por encontrar el filo de los deltas,
Ríos despojados.

Quisimos el hombre antes del hombre,
Su boca de esqueletos calcáreos
Más antiguos que el resplandor de sus ojos,
Más antiguos que la saliva de las palabras,
Erguido en la estatura de los siglos,
Para nombrar el sitio de los bosques que cantaban,
Por los andamios de la niebla,
Para tomar lo que pronto desaparecía
Con la torrencial desmesura de la tierra,
Con el vértigo voraz de las laderas.
Erguido sobre dunas encendidas,
Para ver el venado del risco,
Para conocimiento del día,
Cruzando el farallón azul de su dominio,
En las horas que pedían ser habladas,
Por los hijos que dirían un bosque y un prodigio.

 

III

Para crear los peces del abismo,
Para crear las formas desmedidas
Bastó una partícula de destierro
Hurgando la sólida forma del cuerpo,
La desconocida materia,
¿Qué había dentro
Bajo la cáscara y la piedra?
Fue la carencia del espacio,
El estómago vacío de los cuerpos sin nombre,
Lo que llevó a buscar
Una mujer de pechos blancos,
Una catedral de perlas y oquedades
Donde resonara la primera sílaba,
El primer embrión
De un jardín perdido.

La vida en el inicio de la pulpa
No soportó el vacío,
No quiso saber de cosas incompletas,
Ni de la boca cerrada que no reclama
Lo mejor de la cosecha,
Ni del agua que no se torna delta de los barcos,
Ni de la arena que no es materia
Para las altas torres del desierto.

Quiso todo el vértice del hambre,
Todos los círculos vacíos del espacio,
Para nombrar la ocupación del pájaro,
Para nombrar la ocupación del corazón dentro del hueco,
Para decir la sed del agua por la boca,
La ocupación de los bosques desmedidos.

 

IV

Si fuera el germen y la espuma,
Si fuera fragua y oleaje la resurrección del cuerpo,
El jardín perdido antes de la fruta,
La intemperie antes de la desnudez.

Si fueran semillas arrancadas por el viento
En su esperanza de caer en altiplanos,
En una era de creaturas que jugaran a besar su cáscara,
A picar la cápsula impenetrable de su boca cerrada.

Si fueran peces de fértiles llanuras quebrando con su boca
El pequeño universo, al otro lado de la noche,
En una latitud en que las espigas se apresuren
A señalar desde un comienzo la carencia,
El interminable viaje por las vastas llanuras del encuentro.
Si fuera el cardumen procreado,
El ánfora y el jade sin voz y sin materia,
El buril que tradujera las palabras,
El silencio de los hermanos caídos,
Hermano mío,
En el bajo fondo de los mares,
Fosa de dolor,
Mesura del polvo.

Si otra vez fuera la noche
Para la resurrección de los vencidos,
Una estampida de luz
Dando hierbas y ramajes de paciencia,
Por el agua,
Por la cabeza rota de las piedras que dijeran:
“Porque ahora recuerdo, me levanto
Lázaro del piélago, carne de mi carne”.

 

V

El oído más extenso de las islas
Escuchó el desembarco
Y abrió la música a las dunas de silencio,
Para los hijos de la espuma sin mar,
Para los terrestres soles que hilaban
Con la madeja de las sombras hacia arriba,
La voluntad de la luz,
La secreta desmesura del inicio,
La dolorosa forma de crecer como las palmas y el otero.

El oído más extenso de las islas escuchó el llanto
De las madres de los bosques que cantaban,
Que lloraban la espesura de los cantos,
En las paladas de la tierra y los cimientos,
Lo roto por el aire,
Los hijos caídos a las puertas de la siega.

El oído más extenso de las islas
Escuchó en la cuenca de las horas y los hijos
El latido de las hojas a punto de caer,
Los habitados de la hierba,
Arrojados a la lluvia
En círculos y círculos de agua sin nombrar.

 

VI

Entre caracoles y setos que urdían
La escarcha ofrendada a los veranos,
Entre el guijarro y el dolmen
Levantado al norte de la noche,
Surgió un rudimento boreal,
Una sonata de invierno
Parecida al más fino cristal que se tocara,
Como los blancos dientes de los hijos
Soplando la niebla,
Como los blancos ojos de los hijos
Multiplicando el sol,
Un hueco por donde se fugaran
Las creaturas soñadas en el párpado,
Por donde cupiera la primitiva sílaba,
La vibración del crótalo en la primera caravana,
Una hilandera para el baile de los niños
En el fulgor de las dunas,
Un ciervo de huesos transparentes
En la curva y la silueta de las cosas a su paso.
Algo quebró la roca
Gota tras gota,
Todo el fervor posible del agua
Todas las montañas por mover
Al ritmo del dolor y el canto,
En el espejo de la fuente y el limo
Por mandato de un gigante de corrientes,
Pan y la levadura en el hambre de los barcos.

 

VII

Y fuimos lo que miraba desde el fondo
El fervor del agua por las manos,
El estuario para las rasantes aves al filo del pozo,
Bajo arcos de agua y viento
Debimos decir lo que no se nombra,
Melopeas de nuestro vacío inmenso,
Cantigas de creaturas que buscaron en la marcha
Alguna sílaba, algún rumor del latido
En bancos de coral y espacio,
Un golpe de luz en las horas de la tierra.
Y fuimos el inicio de la desmesura,
Elevación, despojo, bosque indócil
Sobre toda arquitectura,
Un lugar para tener dónde elevarse,
Dónde morir y nacer en el envés de la caída.
Y fuimos el hallazgo al borde de todos los bajeles,
La sal antigua en la orilla del hambre,
Cuerpos en el vocerío de los sueños,
Vocerío en el oído más extenso de las islas,
Llanto de las madres de los bosques que cantaban
En su neblina de ojos pequeños,
En su humo de brasas encendidas,
Nuestros ojos en la nube de la casa,
Siguiendo los venados al borde, las madres al borde,
En la cuenca de las horas y los hijos,
Y los hijos caídos a las puertas de la siega.

 

VIII

Cómo saber la altura de la luz de nuestros cuerpos,
Cómo saber nuestro crecer desmesurado
Al borde de las horas de la tierra,
Fuimos nosotros devorando sol y viento,
Fuimos nosotros en ese rayo de color
Extraviados en la oscura dimensión de la espesura,
Fuimos los habitados de la selva,
Los que hablaron su lenguaje de mástiles altivos,
Crecer con el vértigo de pájaros rasantes,
Redoblar la voz de la roja bandada,
Si alguien en toda la vasta llanura del espacio
Nombrara la marcha incontrolable de la selva
Sería decir nuestra marcha de palomas sobre el humo,
Decir nuestra boca de hierba galopante,
Decir que somos la saturación del clima,
Vapor, diluvio, fuente de creaturas,
Decir que somos el deseo geológico
Por encontrar la cerámica elocuente,
Por llevar cosas humanas a las altas maderas,
Letras vueltas a la quebradura y el trino,
Decir la selva que no puede existir sino en sí misma,
Y la noche de la selva y toda la nación del agua para el mar:
Árboles adentro, la efigie de sus rostros y murallas
Que no pueden existir sino para sí mismas, para su propia lluvia,
Para su manera de morir en círculos y círculos de agua sin nombrar.
Madre de todas las cosas que ruedan por el mundo,
Madre de todo lo que levanta cabeza por la bruma, diciendo Yo soy,
Armería de hojas y plumajes para el que atraca en las costas,
Bastión de Pernambuco para los círculos y círculos de ríos sin nombrar.
Muchacha del cieno, niña de la lámpara y el río,
Si alguien hablara todo el prodigio que fue tu lámpara
En medio de la noche más negra de los conquistados,
Si en nosotros fueran los peces que te siguieron hasta ser la tierra,
Las formas que hiciste del barro puro de tu silencio,
Peces que hiciste, luz de lámpara antes de la luz,
Si nos uniéramos para siempre a tu rastro de agua,
Muchacha, si en nosotros fuera tu silencio y tu paz y tu violencia.

 

IX

Si dijera que todo lo perdí de vista
Por bajar entre los peces ciegos, plomada abajo
En un bosque de algas submarinas. Si hablara en mí
La catedral de perlas y cinturones
Por donde adiviné la tierra en su centro,
Moviendo su espina dorsal como animal largo
Y una voz que decía “ven, gota de lluvia,
Abraza este cordial silencio que te envuelve”.
Pero fue la niebla de la sal.
Si yo pudiera contar mis pérdidas,
Lo que atrás dejé apretado contra la costumbre,
Cuántas millas hacia abajo tuvo que caer mi carne,
Cuánto polvo sin fin en el espacio.
Si dijera esa semilla empujada por el viento,
En su esperanza de caer si en altiplanos,
En una era de peces que jugaran a besar su cáscara,
A picar la cápsula impenetrable de su boca cerrada,
Si fueran peces de fértiles llanuras quebrando con su boca
Ese pequeño universo, atravesar la noche al otro lado,
Romper la tierra, asomar espigas en las eras removidas.
Si dijera el viaje por las vastas llanuras del encuentro,
Si nombrara las manos que tomaron al herido,
Deshilvanando el dolor de nacer,
Esas marcas y suturas, antes de poder salir,
Ojos abiertos a las sombras estivales.

 

X

Caminar entre caracoles y setos que urdían
La escarcha ofrendada a los veranos, agua de tu esperanza.
Como los blancos dientes de tus hijos soplando la niebla,
Haciendo un hueco para el sol de las ventanas,
Caminar hacia el lugar donde tu muerte teje el baile de los niños.
Ciervo de huesos transparentes, es a ti a quien llamo,
Luz de lo que fuiste, cuando dabas de qué hablar entre los peces,
En tu fervor por el agua, hijo de tus hijos, padre de mis padres.
Vengo a decir que imagino que te haces de tu cal y tu ceniza,
Que te haces por mandato de un gigante de corrientes,
Viento que te nombrara hierba, bisonte,
Pan y levadura en el hambre de los barcos.
Si yo comiera de ti para vivir por siempre,
Ya no hablaría tu muerte ni tu cascabel de vertebras,
Sino que sería sólo saciedad en ti, corola encendida,
En ti que no muriera, en mí que fuera tu palabra
Y la palabra de todos tus padres y tus hijos diciendo: levántate.

 

XI

Pescador de mi isla, yo puedo decir cómo abriste en dos mitades
El universo del mar, y en una grieta de aire, más allá de la hondura
Hablabas: levántate. Yo puedo decir cómo se detuvieron
Las cosas que te escuchaban, peces, atolones,
Marcha de medusas blancas. Yo que siempre he sido
Creatura desunida, blanda raíz del piélago, en mí
Que todo se ha evaporado, puedo hablar de cómo
Fue tu mano en mi mano de sal y de abismo,
Carne sobreviviente de tu carne, de cómo pescaba tu red
Desde la paciencia de los témpanos, desde las prehistóricas arenas
De esas islas sin dueño, al hombre de los peces,
Al ciego hijo de tu hijo, habitante del barranco.
Tú, imagen y semejanza del sol, hacedor del movimiento.
En boca de la noche, ¿no fue tu libertad el canto de los hijos
Dando al alba la voz que no esperaba respuesta?
Pájaro del mundo, ¿sabías que otros escuchan esas obras del amanecer,
Lo que no ve tu descendencia, esos lirios sin nombre de tus manos?
Tú que todo lo cubres, ven a poner en las laderas
El inicio de las cosas, sobre la zarza seca
El inicio de tu palabra ardiente,
Sobre la espiga que algo de ti ha guardado,
Tú que llamas al agua de tu agua,
Compasión de los ríos por la sal sedienta.
Ven a enseñarle su final a la muralla eterna.
Piedad del agua: ¿acaso no fue sobre ti,
Que el hijo del hombre caminaba?

Víctor Rivera
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