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No quiso confesar que estaba herido

lunes 6 de mayo de 2019
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En memoria de José Álvarez Menéndez

Soneto III

No quiso confesar que estaba herido
por ese mal que lleva hasta la muerte
la voz de la esperanza, cuya suerte
destierra con crueldades de su nido.

Y, sin mostrarse triste ni abatido,
guardaba su dolor, si, siendo fuerte,
más duro que la dura piedra inerte,
a nadie dijo el mal más escondido.

Dejó ya este rincón su pensamiento,
que el tiempo pudo ser menos avaro,
haciendo su maldad más decidida:

La clara bocanada que el aliento
recibe al respirar el aire claro
faltó al final, negándole la vida.

 

Soneto IV

Más altos vio la noche sus castillos
sabiendo que, si el alma se derrama,
no faltarán las manos de una dama
que su color confunda con sus brillos:

Pinceles de la aurora más sencillos,
los traza con agrado alguna llama,
si el alba se deshace en nuevo drama
que corre con apuro sus pasillos.

Las luces apagaron la hermosura
Del mundo, su color siempre risueño,
Su fuerza, su dulzura y su belleza.

Y triste se hizo entonces la figura
De aquella dama cruel cuyo beleño
Veneno fue robado en la maleza.

 

La luz burló del alba

La luz burló del alba
que nace en los lejanos horizontes
que ven nacer el sol del nuevo día,
diciéndolo imposible,
sabiendo que la muerte
amiga es de las sombras que se esconden.

La luz burló del alba
que sabe de los prados escarchados
que muestran los eneros de mañana
juzgándolo difícil,
sabiendo que la muerte
amiga es de las sombras que se esconden.

La luz burló del alba
que quiebra los cristales de los cielos
que sueñan inocentes otra aurora
pensándolo mentira,
sabiendo que la muerte
amiga es de las sombras que se esconden.

 

Quiso ayer la noche oscura

Quiso ayer la noche oscura
enfrentarse con la vida,
que, entre la nieve perdida,
rápido el tiempo se apura.
Entre la densa espesura
de los bosques y la helada,
donde reina la nevada
del duro enero invernizo,
junto al ruidoso granizo,
viene la muerte callada.

Quiso luego el rayo ardiente
ver sus fuegos en el cielo,
y, por deshacer el hielo,
se reflejó en la corriente.
Fue la llama incandescente
la que trajo la alborada,
cuya llama engalanada
no vino con alegría,
pues mostró, al nacer el día,
aquella muerte callada.

Y la mañana risueña
la noche quebró profunda
que en la maleza se inunda
de la luz que se hace dueña.
Y al tiempo que se despeña
tanta luz enamorada,
podréis ver la puñalada
que ardió triste y dolorosa
donde la vida gozosa
la muerte alcanzó callada.

Que suele ser doloroso
el paisaje de la muerte,
si es que la quiere la suerte
en ese reino brumoso.
Porque el silencio brumoso
siente que la madrugada
viene, en la noche estrellada,
con un eco de dolor,
que abre paso, sin amor,
a la muerte más callada.

Que suele ser un espejo
en la noche soberana
esa voz de la mañana,
cuando grita el oro viejo.
Y es que el curioso reflejo
que vio el alba alborotada
era su llama cuajada
de singular hermosura
al romper la noche oscura,
flor de la muerte callada.

 

Abrir una ventana

Abrir una ventana
hubiera sido bello,
tan bello como el vuelo de las aves
que escapan de estos mares de amargura,
sabiendo lo que viene
tras esos meses tristes que se acercan.

Abrir una ventana
hubiera sido bello,
tan bello como el sueño de los osos
que buscan en las cuevas su letargo,
sabiendo lo que viene
tras esos meses tristes que se acercan.

Abrir una ventana
hubiera sido bello,
tan bello como el llanto de las hojas
que pierden su verdura en el otoño,
sabiendo lo que viene
tras esos meses tristes que se acercan.

Abrir una ventana
hubiera sido triste,
tan triste como el canto del espíritu
que vuela de este mundo a otros lugares,
sabiendo lo que viene
tras esos meses tristes que se acercan.

José Ramón Muñiz Álvarez
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