I
No los tolero más
Ni en los tallos de los árboles
Ni en la palma de mi mano.
Huyan de aquí al Jordán, huyan.
II
Miraré el cielo hasta que se quede rendida mi angustia
esperando el Néctar en mi espíritu.
Brillaré en la guerra de los mil caos entre alienígenas y santos,
protagonistas de mi película límbica.
Cantaré las rechakas de mis temores peregrinos
en la existencia alienada.
III
Seguramente fue masacrado el poder de su pasado
y ahora está dopada con sus lágrimas secas
trabajando la consciente pincelada del cielo
que se enferma si no lo visita con los ojos encendidos,
mientras las telarañas se van marchando por la pureza tibia de los pequeños segundos de renuncia,
los cuales son una crucifixión tan desierta
que matizar la hermosa música del presente
es un juego de oscuridades abiertas hacia la esperanza.
Y en medio de los choques de los diálogos de incertidumbre en los cargos rutinarios que sirven vientos de constante libertad esclava,
allí están las partículas de locura disipándose y arrodillándose hacia la construcción de esta obra maestra.
IV
Realmente estoy en la vigilia,
desnudando la lluvia y arropando los cuerpos de mi pasado
para no sucumbir al llanto,
para no despertar los fantasmas homicidas.
V
El juez está silenciado en este madrigal de tristezas
porque con su amor fue destruyendo la maldad de todos los mundos.
Y es que el amor es la acción en el silencio.
VII
¿Qué estoy haciendo entre el sueño y la vigilia?
Si todo es tan bello como me lo pintan los cuadros de De Lince,
me ocuparé de recibir ese esplendor vivencial.
VIII
En mi plegaria
estaba el cielo acostado en una hamaca,
tejiendo más misterio,
aquella inquieta agonía sigue viva,
Y te pregunto otra vez, ¿dónde te hallas?
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