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Tarde de domingo

viernes 1 de noviembre de 2019
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A María Luisa Sosa Antonetti

El presagio que apenas intuí
En aquel tiempo lejano
Es ahora un delicado sentir
Que hace venir los recuerdos
De un preciso acontecer
Cuya importancia crucial
En mi destino
Debió esperar hasta ahora
Para revelarse.

Un domingo tan caluroso
Como aquel de mi infancia
Vuelven las escenas
Que creía perdidas
Pero ya no para anunciar un rumbo
Sino el nítido fin del camino.

Allí estamos ambos
Sentados en primera fila
Escuchando suaves acordes
Que amenizan la espera
Acordes que nunca
Me abandonaron
Porque eran la señal convenida
Como detonante que traería
A este presente resignado
La remembranza
Y sus significados.

Volvemos a estar
A bordo del Pequod
Y de nuevo el capitán Ahab
Lacerado por dentro y por fuera
Está arengando a una tripulación
Magnetizada por una delirante obsesión
Y una sed de venganza
Ajenas a su simple sentir marinero.

Igual que en aquel neblinoso pasado
Seguimos siendo
Mudos
Mas ya no indiferentes testigos
De un acontecer
El nuestro
Al que vuelven
Los inquietantes atajos de la magia
Bajo la forma del astroso Elías
Hablando de bandadas de aves blancas
Y de olor a tierra donde no hay tierra
Vuelven también calma y tormenta
El rayo de San Anselmo
Iluminando al capitán Ahab
Antes de embarcarse
Con toda su tripulación
Hacia la última batalla.

Así fue nuestra búsqueda
Aquella tarde de domingo
La búsqueda
De nuestra ballena blanca
La Moby Dick que hizo
De nuestros avatares
Una incesante y angustiosa travesía
Por los mares
De la desesperación y la ansiedad.

Ahora
Vuelto a navegar sobre mí mismo
Trato vanamente de comprender
Por qué
Aferrado al ataúd de la melancolía
Pude sobrevivirte tanto tiempo
Madre.

Alberto Amengual
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