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Dos poemas ingenuos de Miguel Ángel Latouche

lunes 3 de febrero de 2020
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La biblioteca

Refugiarme en mis libros
cual si fueran
las piezas en conjunto
de un último bastión.
Ejército de letras
que relatan con su paso
las proezas de Aquiles
o las cuitas de la herencia
de Uther Pendragon.

Un tejido de hojas
se alinea tras mis pasos.
Muro de piedra,
foso,
ciudad amurallada.
Batallón de los sueños,
sirenas de la muerte,
Quijotes que batallan
en cada encrucijada.

Sutil suena la voz
impresa de los bardos.
Relatan mil historias
de pájaros y fuegos;
recuerdan los lejanos extravíos;
los cuentos de los hombres
que vencieron con empeño
los desafíos febriles
de los mares bravíos.

Recojo los relatos
de los héroes sangrientos,
también los fugaces testamentos
de nuestra vieja historia.
Batallas incansables
en contra de la muerte
que va quedando al paso
de nuestra desmemoria.

Rutas de ensueño.
Comerciantes de seda.
Siempre hay tiempo
para una última cruzada.
Cazadores de entuertos
en los tiempos de veda,
detrás de la clara luna
amurallada.

Desando mi camino,
salgo del laberinto,
me he encontrado
con Edipo en Corona.
Hay castillos caídos
hechos polvo y ceniza
y caminos torcidos
que conducen a Roma.

Resucitan los Buenos
del sueño de la muerte.
La vida se hace fuerte
al ritmo de las musas.
Sentado en este sitio
rodeado de mis libros
yo puedo resistir
cualquier escaramuza.

Sherezade me envuelve
en caricias febriles.
Son eternos los sueños
de las noches de Arabia.
Cuentos de aventureros
que derrotan dragones
y misteriosos seres
que nos llenan de magia.

Son sutiles los roces
de las sutiles hadas
La vida repuebla y fructifica.
El latido de los sueños
rebosa cual cascada
la esperanza que vence
al mal que crucifica.

Acá estoy cual labriego
que siembra la semilla
y la protege.
Al igual que el sabio religioso
—que pone vida en riesgo
al cruzar el desierto
con rumbo hacia la Meca—,
me siento bendecido
al repasar los textos
que se guardan seguros
en esta biblioteca.

 

Ilusión

El pobre Rey siente en su Corazón
el peso enorme de la culpa y el engaño,
víctima y victimario
de los trucos perversos de la sinrazón.

La codicia, terrible serpiente,
que todo devora,
llevó a la joven princesa delicada y pura
a las puertas oscuras de la muerte.

No se trató de una acción deleznable, o fiera,
tampoco de un crimen cuestionable,
ni de la furia de Ajax contra los suyos,
son crueles los efectos fulminantes
del amor enceguecido que silenció
el murmullo de aquel capullo.

El buen Rey bailaba enloquecido, febril,
lleno de gozo,
en un mundo de ilusión y fantasía,
al amparo de un falso futuro luminoso.

Ya no haría falta el trabajo laborioso
del que abre los surcos de la tierra,
ni las vueltas de las ruecas que incesante
encarnan los hilos del destino.

Creía el Rey, en su sueño descarnado,
haber recibido un don afortunado
que le permitía trasmutar la naturaleza
de las cosas, elevando su valor y su belleza.

¡Ah! Necio Rey que ahora te lamentas
sobre el cadáver metálico de tu joven hija.
¡Ah!, ¡las paradojas de la suerte son atroces!
Qué crueles son a veces aquellos Dioses
que se llenan de placer con nuestras ligerezas.

¿Quién te dijo Midas que podías impunemente
tocar a la princesa?

Miguel Ángel Latouche
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