Poemas a la memoria de María del Carmen Álvarez Menéndez
Soneto I
El alba clara que encendió su brillo
sabía de un destino que, sellado,
ardía donde quema ese nublado
que esconde cada llama del castillo.
Y vimos esa luz donde, sencillo,
un nuevo sol, dormido y apagado,
dejó sus evidencias, derrotado,
callado en su dolor, triste caudillo.
Y miro en cada prado ese reflejo
que gustan, caprichosas, las heladas
que vieron el nacer del nuevo día.
Partir la vio la luz del oro viejo,
llegar al aire mismo, las moradas
que sabe reflejar la escarcha fría.
Soneto II
El sol halló la escarcha en que se quema
la voz que en la maleza se hace avara,
si ve del sol la luz, el alba clara
que alcanza su corona por diadema.
El mar su brillo enciende cuando rema
sobre la espuma blanca que declara
la guerra a aquella roca en la que para
el golpe repentino que se extrema.
Y quiere la mañana, al ser la vida,
jugar con el paisaje y la belleza,
con toda la hermosura de este mundo,
los mares y los cielos, la maleza,
bajo ese cielo que, en la despedida,
eleva su discurso más profundo.
Soneto III
La llama de la aurora que, embrujada,
corrió febril los campos con el viento
llegó y, al despertar el firmamento,
la nieve en la maleza encontró helada.
No quiso interrumpir la madrugada
el beso de la muerte, en cuyo aliento
el cielo supo triste y ceniciento
el sueño sorprendido en una almohada.
Y no quiso rodar por la mejilla
—capricho singular de la tristeza—
la lágrima que guarda el pecho mío:
buscad su sal acaso en esa orilla
que el sol halló donde una fortaleza
parece el resplandor que arranca el frío.
Me dicen los arroyos
I
Me dicen los arroyos
que van por
la ladera
que somos esa magia callada entre las sombras
que queda en el recuerdo, tras la muerte.
Me dicen las cortezas
calladas
de los robles,
con un acento triste, que somos ese hechizo
que queda en el recuerdo, tras la muerte.
II
Y siento que te has ido,
me llena
la añoranza,
las lágrimas me comen, si somos el momento
que queda en el recuerdo, tras la muerte.
Pues, vayas donde vayas,
yo soy
ese retoño
que llora esas ausencias, sabiendo que es que somos
el eco del recuerdo, tras la muerte.
III
Y el eco del recuerdo
que queda
tras la muerte
nos hace recordarnos perdidos en la nada,
si somos esa nada del invierno.
La escarcha se derrite
y fragua
nuevamente
en los imperios tristes de prados solitarios
que miran al ocaso con tristeza.
IV
Y ya la primavera
me asoma a ese
verano
que llega repentino, con su calor violento,
ajeno a la tristeza de la muerte.
Y siento que el crepúsculo
tardío
de estos días
también teje metáforas, igual que los poetas
que hablaron en sus versos de la muerte.
Y sé que ya te has ido,
que dejas
los paisajes
que vieron la niñez herida de tus ojos,
vencida por el mal de la tristeza.
Estás con los abuelos,
lejana
y apartada
del alma que te busca con toda su añoranza
en un recuerdo triste tras la muerte.
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