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Palabras ofrecidas al enero que supo confesarse con la muerte

lunes 26 de octubre de 2020
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Para María del Carmen Álvarez Menéndez

Soneto I

No digas que el espejo en que moría
el brillo de la escarcha, en su corteza,
no quiso ser un verso de dureza
que el aire coronó en la helada fría.

Y pudo ser el rizo en que encendía
la aurora en su color y en su belleza
el himno de añoranza que bosteza,
llamándote, mi voz con su osadía.

La muerte se hizo verso repentino,
después de que la luz de la alborada
rozase cada brizna con su beso.

El alba derramó la luz callada
que quiso, con su brillo coralino,
el rayo de su voz, siempre travieso.

 

Soneto II

La escarcha, prodigándose en el suelo,
habló del viejo reino en que, bravío,
corría ese torrente en cuyo brío
habló con claridad el desconsuelo.

Los bosques halló entonces ese hielo
que vino a encadenarlos, con el frío,
en la nostalgia triste del estío
perdido en el ayer del raudo vuelo.

Y vino con el sueño de la muerte,
vencida por su raro desgobierno,
la luz de la mañana que nacía.

Y todo fue tristeza cuando, al verte,
no pude ver el brillo siempre tierno
que quiso en ti la vida que moría.

 

Soneto III

Te siento como un ángel que apresura
la brisa que, rocín en la escapada,
se va como la yegua encabritada
que busca libertades con premura.

El alba que arrebata, en su blancura,
los valles, los paisajes y la nada
nos habla de la noche, la nevada
el beso de la brisa, si se apura.

La noche, derrotada por la aurora,
despierta con la extraña algarabía
que quiere ser el brillo en la mañana.

Te busco en ese cielo que te añora
como una luz callada con el día
que quiebra la muralla soberana.

 

Soneto IV

El viento se hizo aliento que, en los rizos
del mar y de la espuma, la destreza
mostró de su coraje y la pureza
de todos sus instintos primerizos.

Las cumbres alcanzaron los granizos,
las nieves y la helada en la tristeza,
que vino, caprichoso, con dureza
el vuelo de la magia y sus hechizos.

Y entonces te lloré, lloré con gana,
dejé volar el llanto en la partida,
sabiéndote ya reina de la altura.

El cielo quiso darte su mañana,
el hielo te arrancó como la vida
del lirio cuyo tiempo se apresura.

 

Soneto V

Las torres del castillo en el que empiezo
a ver la luz del alba, entre la nada,
me dicen, al mirar la madrugada,
que en vano es ese verso, si lo rezo:

después de despertar con un bostezo,
de ser bostezo triste a la alborada,
me duele tu partida hacia la nada,
me duele tu dolor y tu tropiezo.

Me duele ese misterio de la muerte
que niega la verdad al ignorante
que queda desolado en esta vida.

Me duele ver que sufres y la suerte
te hiere con su espada delirante,
llevándote al suspiro que te olvida.

José Ramón Muñiz Álvarez
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