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Los versos del milagro de la escarcha

miércoles 3 de marzo de 2021
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Poemas para María del Carmen Álvarez Menéndez

Parece que el secreto de la helada procura los silencios invernales que dictan las tristezas en los campos. Y quiero recordarte de otro modo, distinta a la que fuiste en esos días de hielo y de tristeza en el silencio. Pues esta ausencia tuya nos convierte —quizás al coincidir con los deshielos— en mares de añoranza que no cesan. Y, mares de añoranza en el recuerdo, queremos recordar esa sonrisa dichosa como el alba que despierta: enero la arrancó con aire agreste, rasgándote con uñas desgarradas, llevándote a un umbral desconocido. Y entonces, en el sueño de la muerte, sabiéndote dejada en el vacío, te quise en el aliento de la escarcha. Los brillos de la escarcha, si amanece, confirman, tras la helada que despierta, que el hielo del invierno te secuestra: no habrá de devolverte, como entonces, cuando eran estas lágrimas, las mías, la súplica arrojada al imposible, ni habrá de darle riendas al overo del alba que te encienda con la vida que entonces te arrancó la brisa fría.

Soneto I

Después de que, con brillos volanderos,
la helada se encendiera a la alborada,
hería el resplandor de la invernada
el beso de un paisaje en los senderos.

La escarcha donde, libres, sus overos
volaron con la misma madrugada,
la vieron en el prado en que, cuajada,
su llama fue puñal entre luceros.

Y habló, por fin, el eco del paisaje,
desnudo entre torrentes de osadía,
febril pero valiente, siempre ufano.

Al aire fue su voz donde el paraje
la muerte sospechó, flecha del día,
y el brillo de la aurora soberano.

 

Soneto II

Dejad que vuele al aire el verso fino
que quiso, entre terribles llamaradas,
tomar esas praderas escarchadas
y abrirle paso al viento peregrino.

Y alzando sus puñales el camino
después de desnudarlos las heladas,
dejad que los degüellen alboradas
que prenden en el cielo cristalino.

Sabed que son tristeza de la suerte,
capricho en el galope de una vida
que vino a desbocarse en el verano.

Y ved el lienzo triste de la muerte,
la escarcha por los rayos malherida
de un sol en el enero más lejano.

 

Soneto III

Después de aquellos días que supieron
del llanto en que las lluvias se envolvían,
parece que en las nubes escondían
los versos de coral que repitieron.

Y entonces los ocasos lo dijeron:
enero se hace cruel donde dormían
las vanas ilusiones que querían
la vida que entre escarchas deshicieron.

Un sol vencido y triste que, cobarde,
no quiere despertar la madrugada
ni deshacer la escarcha de los suelos,

ni el brillo silencioso de la tarde,
la luz de las estrellas, la alborada
que corre los jardines de los cielos.

 

Soneto IV

Los bosques hablan siempre con tristeza,
sabiendo que la escarcha de la helada
nos hiere con los filos de su espada,
forjada con el fuego y la dureza.

Y cubren las escarchas la maleza
que llora prisionera, a la alborada,
queriendo que la libre, alborotada,
del hielo que la tiene en su corteza.

Y el alma de una madre, por la altura,
descubre, repentina, esos lugares,
las sierras, los cordales junto al llano.

El bosque y el arroyo que murmura,
los hielos del enero y esos mares
la hallaron en el aire soberano.

 

Soneto V

El oro halló el coral cuando, al acecho,
forjando en sus cristales la belleza,
su llama, desmintiendo esa rudeza,
les vino a devolver aquel derecho:

la muerte se acercó con el despecho
del alba que, besando la maleza,
al prado dijo toda la tristeza
que el hielo cristaliza en el helecho.

Y todo, con ser sueño con la muerte,
llegó a volverse helada en cada prado,
promesa del capricho y la nevada,

pues supo ser capricho de la suerte
el verso de la noche que, apagado,
la halló en el resplandor enajenada.

José Ramón Muñiz Álvarez
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