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La vimos con su madre ante el espejo
(sonetos)

lunes 4 de abril de 2022
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Para María del Carmen Álvarez Menéndez

Soneto I

La vimos con su madre ante el espejo,
mirando esa hermosura que la helada
dibuja en el cabello, si, escarchada,
la mira ya muy tarde el oro viejo.

De pronto, vi volar aquel vencejo
que amó una primavera desatada
en medio de la nieve desolada,
si vino a confundirse sin consejo.

El aire de diciembre entretenía
auroras que, venciendo la maleza,
trajeron el enero a sus cristales.

Y nadie sospechó que moriría
tan pronto como suele la belleza
que hiere los jardines otoñales.

 

Soneto II

No quiso en el enero ser temprana
la llama de la aurora que, encendida,
el alba alzó en el aire y, decidida,
se dijo en las alturas soberana:

un lienzo dibujó con la mañana
la voz del alba misma, al ver la vida
perdida en lo lejano, consumida,
buscando un cielo nuevo con desgana.

La luz dejó de ser el raro lujo
del oro que en la nada se deshizo,
tesoro por la muerte derrotado.

Deshízose en el aire aquel embrujo,
y pronto el sortilegio de su hechizo,
vencido, fue un crepúsculo callado.

 

Soneto III

Las alas que en el aire hallé temprano,
al tiempo que escapabas de la vida
hablaron de tu marcha decidida
a donde alegre vuela el escribano.

Y, yendo hacia el espacio soberano
que el alba dibujó donde, esparcida,
sus llamas hizo ver, recién nacida,
tu aliento te siguió en el aire vano.

Y yo sentí que un ángel encendido
cruzaba el cielo azul hacia la nada,
midiendo la belleza de la aurora.

Sus alas desplegó, ya decidido,
tu espíritu, febril a la alborada,
aliento que se fuga sin demora.

 

Soneto IV

Dejaste el agua mansa en la que, sana,
bebió el aliento el aire que te espera,
al tiempo que mi pecho se acelera,
sabiendo tu partida tan temprana.

El cielo alcanzó al fin, donde, lejana,
la luz hizo regalo de quienquiera
la muerte, que, dejando su buitrera,
los pórticos halló de la mañana.

Halláronse las torres y castillos
del hielo de la misma madrugada,
en una noche triste que moría.

Y el alba perezosa halló callada
la llama silenciosa de los brillos
del aire fatigado que dormía.

 

Soneto V

Dejar pudo en el bosque silencioso
la escarcha su color, costra de hielo,
verso infeliz, espejo sin consuelo
que el brillo vio del alba bullicioso.

El agua de un arroyo melodioso,
pasada la estación, hoja en el suelo,
llama de luz, acróbata en el cielo,
también se hizo reflejo luminoso.

El alba derramada se extinguía,
quejábase la aurora por el frío,
morían sus colores en el viento.

Y vieron la mañana que corría
los versos cristalinos en el río
que supo del destino de tu aliento.

José Ramón Muñiz Álvarez
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