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Un sueño de abedules entre robles

miércoles 7 de septiembre de 2022
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Para Susana Fernández Méndez

I

Y un sueño de abedules entre robles nos habla de tu tierra, y, en Laciana, se sienten más cercanas las Asturias. Los hombres de esta zona somos algo que flota en el misterio de la bruma: el noroccidental es un enigma… Las lluvias del otoño nos conocen, nos miran caminar por el paisaje, comprenden el sentido de las cosas.

Y, en busca del sentido de las cosas, sabemos ser amigos de la lluvia, sabemos ser hermanos de la lluvia. Y sabes que el hermano de la lluvia pretende hacerse hermano de humedades que cubren las Asturias con el alba. Y dices que en Laciana ese misterio no se hace tan extraño a los que viven en ese valle lleno de secretos.

Pero hay en los secretos de tus valles palabras de poesía que se esconden y tú sabes buscar como filóloga. Pues amas, en los árboles, los musgos, las hierbas que le dan su tono verde quizás a cada prado, si es preciso. Y sabes el lenguaje de poesía que quiere hablar la tierra donde vives, vecina de la Asturias que yo anhelo.

No en vano, ese lenguaje es una lengua que quiere decidir, en la poesía, los cursos de los ríos que la surcan. Y tú, como los ríos que la surcan, te quieres confundir con el lenguaje y hacerte poesía nuevamente. Y tú, como Laciana en primavera, renaces con la lengua que conoces, la lengua de esta tierra que es la tuya.

 

II

Y entonces se me ocurre que el Orallo confluye con el Sil porque el paisaje quizás ha enloquecido y considera que todos esos ríos son un río, que todos los arroyos y los ríos que existen en el orbe del planeta son como un río solo, cuya vida prefiere ser un canto en las orillas que buscan los pastores en otoño.

Y entonces se me ocurre que Laciana, cayendo hacia las tierras del berciano, tan sólo es un lugar donde los ríos se vuelven un castillo para todos, igual que esos castillos de la infancia que yo no tuve nunca y soñé siempre, pues siento esos castillos, sus almenas, sus torres y bastiones en las gotas que fluyen en las óperas del aire.

Dirás que la humedad de estos rincones nos dice lo que somos a nosotros, los viejos asturianos, los astures, pues todos en la zona somos siempre, si no parece mal, hijos de astures que llegan, por el Esla, hasta Zamora —Pidal nos enseñó con gran sapiencia, con humo y con extrañas fantasías que, a veces, nos animan a estas cosas.

Y entiendo que hay belleza en lo que digo, que digo, al pronunciar esa belleza la voz del alma misma de Laciana. Lo sé porque presiento que hay un gusto sincero en tu lenguaje hacia esta tierra, los reinos en los que eres la señora. No hay hadas ya, mas queda la poesía que puebla las Asturias de los cuentos, que puebla la Laciana de los cuentos…

 

III

Y sueño un bosque lleno de abedules, los robles de tu tierra y de la mía, el aire que nos trae los chaparrones.

 

IV

Dirás que somos hijos del chubasco, las clases siempre empiezan con el frío, comienzan con el beso del otoño, Y entonces tú te acuerdas de Machado, del viejo profesor que se esmeraba con versos olvidados muchas veces. Y el viejo profesor de sus poemas, hablando del francés a los muchachos, fumaba sus cigarros con paciencia.

Y sabes la paciencia necesaria, si el caso es enseñar a los muchachos en esos días fríos del otoño. En esos días fríos del otoño y en esos días tristes del invierno que fluyen a una nueva primavera. Y sé que tus paseos de verano relajan la tensión del fin de curso y sientes el paisaje como vivo:

Laciana se hace más cuando es Laciana, cuando esas nubes grises amenazan al sol callado y bello del verano. Laciana se hace más cuando es la vida del bosque de abedules y de robles que miran esos pasos por la senda. Y luego está el misterio de los castros que evocan un pasado muy distinto, de guerras, de romanos, de prehistoria…

Y somos los castreños del entonces, astures encendidos en el brillo que dejan esas densas humedades, cuajadas en el eco de paisajes, de rutas, de senderos y de bosques que saben guarecer también al oso. Y sueño un bosque lleno de abedules, de robles en tu tierra y en la mía, no lejos de las nubes del Atlántico.

José Ramón Muñiz Álvarez
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