de tiempos que se pierden en la memoria
existe un segundo un solo segundo
en que la humanidad se pone de acuerdo
un segundo
de aquel que ebrio yace en las calles
de aquel que yace en la dura cama de un hospital
de la doncella que se entrega a los brazos del placer
ese segundo en que el viejo almanaque
deja caer flotando en el tiempo eterno
su última hoja
esa que cae para encontrarse
con los deseos perdidos
aquellos que existieron por un segundo tiempo ha
en el largo segundo que precede mi segundo
el viento construyó un puente de arcoíris
sobre él danzaban el viento y las gaviotas
mis recuerdos que desconcertados
no sabían si nacer o desaparecer
si debían surgir del agua o sumergirse en el océano
al escuchar la última de las doce campanadas
cerré mis ojos
y me zambullí en el único segundo
en el cual los humanos estamos de acuerdo
ese segundo en que estremecidos
clavamos un nuevo almanaque en la pared
y arrojamos el viejo a la basura
ese segundo de esperanza
Pasado ese segundo la humanidad regresa a la realidad, el hambre corre libre por las calles de Latinoamérica, 45 millones más se suman a la pobreza imperante. Mientras el hambre campea los corazones se cierran, no sin dolor, con la culpa del que come y bota comida, con el sentido de culpa del que tiene una mejor vida y cierra los ojos para no ver a los que no la tienen, sería insoportable mirar los ojos de un niño hambriento, de una madre que se saca el pan de la boca, de una mujer violada.
Un segundo, un segundo al año soñamos que todos tenemos futuro, que nuestras manos se tienden por sobre las diferencias, que los gobernantes piensan en nosotros y no en votos o en sus intereses personales.
Los segundos de realidad que siguieron a las doce campanadas nos mostraban la frialdad de las cifras, números inhumanos disfrazados de humanidad, piadosos anuncios que anunciaban nuevas formas de tráfico humano, lucrativos negocios.
La esperanza cuesta cara.
El presidente Biden anunció una nueva, y supuestamente humanitaria política migratoria: recibirá 30 mil al mes, y expulsará 30 mil al mes. Recibirá 30.000 de Cuba, Venezuela, Nicaragua y Haití, eso, al distribuir el porcentaje entre los países al año significaría 90.000 cubanos. En el 2022 entraron 224.607 cubanos por la frontera con México.
La nueva política indica que expulsará 30.000, pero recordemos, el año pasado expulsaron 2.850.000. Ley de la vida, ley del neoliberalismo, ley de la oferta y la demanda, diferencia entre sueños y realidad, explotación del sueño por los dueños de la bolsa.
30.000 que para entrar necesitan un patrocinador, no importa que no sea familiar; si el patrocinador y el patrocinado son aceptados tendrán un permiso de trabajo y estadía por dos años.
El maná cayó del cielo, los avisos inundaron el espacio,
somos una familia de profesionales,
ofrezco pagar hasta 15.000 dólares con mi trabajo,
limpio casas, paseo perros, cocino a cambio de su patrocinio,
ofrezco casa amoblada en La Habana a cambio de un patrocinador,
ofrezco mi auto, un Plymouth 1947.
A los que tienen menos que nada: llamo a su corazón para que me patrocine, mi nombre es Mary Laura Pérez, por lo que, fíjese usted, la esperanza tiene nombre.
La jauría los espera con sus fauces abiertas, más de un negocio florecerá en sucios camastros, más de una casa brillará y el dueño, cerrando su billetera, cuidando de no resbalar en el piso recién encerado, pensará que tiene corazón.
Pasó el primer segundo del año, el primer día, la primera semana, la segunda, y el tiempo, como la esperanza, sigue marchando para cruzar la selva, para no caer en la trampa de las falsas esperanzas, esperando que aquellos que cruzamos el primer segundo, el de la esperanza, pensemos en los que están esperando en Cuba, en Nicaragua, en Haití, en Venezuela, en Ecuador, en Panamá, en El Salvador, en Guatemala, en Honduras, en México, en las oscuras calles de los sin papeles en los Estados Unidos.
En el próximo segundo y los que le siguen no quisiera ver penosas sonrisas de gobernantes, quisiera ver soluciones reales a problemas reales, basta de abrazos que encadenan el porvenir de nuestros pueblos. En una lejana época un abrazo era un abrazo libertador, como el de Guayaquil, pero eso era otro sueño.
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