Hablé con los arroyos
I
Hablé con los arroyos
de las comedias bellas de tiempos ya lejanos,
y tú eres esa dama inalcanzable,
la flor angelical de nuestra corte,
la llama que nos quema
con su aliento.
Por eso tus desdenes
me hieren como acaso sus cuchillos,
y advierto que no debo lamentarlo,
si es cierto que no aceptas lo que entrego.
II
Las cortes del pasado
tuvieron caballeros con fuerza y con valía,
y, siendo tú la llama que se enciende,
es justo que desprecies a los tristes
que quieren perseguir
esas beldades.
Tus ojos se hacen negros
y quiero retratarlos en mis versos,
tus ojos siempre claros como el aire,
si quiero pronunciarlos nuevamente.
III
Y vengo a pronunciarlos
sin pretender tu risa ni un “sí” lanzado lejos,
como una piedra al mar desde las calas,
desde el acantilado, si es que estamos
en Peñas, junto al faro
y ante el norte.
Las playas de Verdicio
dirán que son tus ojos apagados
el verde inmaculado de esta Asturias
que se hace de azabache con la noche.
En nombre de un progreso
I
Y, en nombre de un progreso
que esconde la mentira,
lamento que esta tierra,
la Asturias de la costa y de los valles,
la Asturias de las cumbres y el ganado
se vengan resignando, sin remedio,
al golpe que las mata,
al golpe que las hiere,
si a costa de exportar tanta belleza,
le roban el pasado, la arrancan la bravura.
II
En nombre de un progreso
que esconde la mentira,
tus ojos reconocen,
igual que tu cabello y que tu frente,
la magia de esas playas de pizarra,
la magia de sus olas y del agua
que llora, que susurra,
tejiendo, ya a la tarde,
las redes que solían esas viudas
de un tiempo que enterraron las horas de la vida.
III
Contempla, en todo caso,
la llama silenciosa
que esconde la poesía
en los paisajes bellos que te entrega
la luz del mar, vestida con sus verdes;
el campo todo, lleno de sus verdes;
acaso la montaña, cuyos verdes
esconde la nevada,
si nieva en esas cumbres
que vieron despeñados a los moros
no lejos de lugares que lindan con Cantabria.
El alba va asomándose a su gusto
El alba va asomándose a su gusto. Las olas silenciosas nos recuerdan las furias y galernas de otro tiempo de aquel Candás de penas y de llantos. El puerto despertaba con el alba vencida del invierno que se entrega con calma y con pereza a cada sueño. Las lanchas esperaban, entre llantos de mares y de espumas, un momento de paz y de sosiego allá en el muelle.
La luz de la mañana se despierta. Los niños de otras épocas lloraron la falta de un juguete, las hambrunas, la herida de los mares que se agitan. Y quiero que me digas que es lo lógico pensar que la leyenda es la leyenda, después de ver un mar tan alterado. La arena de la playa no ha perdido la gracia de los días de la infancia, del tiempo de castillos en las calas.
Y advierto la mañana que despierta. Y tú, que sabes tanto de los mares, que dices que conoces esos mares, me puedes repetir lo que te digo. Podré escuchar acaso que pronuncias el eco de la espuma rumorosa donde la Pica duerme como entonces. Podré escuchar acaso que sugieres que el alba despertaba en esos años con la tristeza misma que hoy en día.
Y miro el sol, que vuelve a despertarse. Mas has de repetirme cosas raras, contadas por los viejos marineros, que siempre se entendieron con embustes. Yo sé que no hay sirenas en los mares, que no quedan piratas, bucaneros, corsarios ni aventuras de novela. Los viejos remolinos del antaño, las orcas y los viejos tiburones a punto están de ser otro relato.
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