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La potencia del recuerdo en la novela policíaca de Francisco García Pavón y Leonardo Padura Fuentes

lunes 10 de agosto de 2015
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A la izquierda, Tomelloso (Castilla-La Mancha, España) en los años 60; a la derecha, La Habana en los años 80.
A la izquierda, Tomelloso (Castilla-La Mancha, España) en los años 60; a la derecha, La Habana en los años 80.

En la tercera década, respectivamente, de dos dictaduras hispanas, la franquista y la castrista, fenómenos divergentes ocurrieron. Para mediados de los años 60 España había empezado a hacer acto de presencia en el escenario mundial como algo más allá de un remanso europeo de atraso económico. Cuba, por otra parte, dos décadas más tarde, se tambaleaba; su vida pendía del hilo económico de la Unión Soviética, que amenazaba con romperse. Debido a la quiebra del bloque soviético a partir de 1989, pero con avisos desde hacía años, y recrudecida por el bloque norteamericano a la isla, la población cubana, acostumbrada ya a las privaciones y el ingenio ahorrativo, se disponía a entrar en el apremiante período especial en tiempos de paz de los 90.1 Con la desaparición de casi el 75% de las importaciones de los países del este europeo, ese período supondría grandes penurias y ajustes vitales para casi todos los cubanos durante varios años. De forma conversa, pero sin ánimo de sobrevalorar el cambio, en los 60 la ciudadanía española había empezado a disfrutar paulatinamente del bienestar que proporcionaban un sector manufacturero que crecía, las divisas que dejaba en España el cada vez mayor número de turistas extranjeros, la mecanización del campo y, de forma sustanciosa, las remesas que enviaban los miles de españoles que trabajaban en otras partes de Europa, notablemente Alemania, Francia y Suiza.

Analizar y comentar una novela en el género policíaco supondría obligatoriamente tomarle el pulso a la sociedad sobre la que la obra gira

Pero no obstante la situación económica de uno y otro país, los regímenes de Francisco Franco y Fidel Castro se mantenían estables y fuertemente enquistados física y psicológicamente en la sociedad, y no corrían ningún peligro de extinción en el corto o mediano plazo. El mantenimiento del orden en ambos países seguía sin apenas perturbaciones y los niveles de delincuencia y desorden social, ya no hablamos de desafección, no eran alarmantes. Así es que por una parte, mientras se aprecian cambios diversos de orden económico y social en Cuba y España en esos períodos, por otra, las estructuras de poder político se mantenían relativamente inmutables. Por tanto, aunque la naturaleza de cada régimen era de muy distinta ideología política y social, el mantenimiento en el poder requería por parte de ambos técnicas parecidas, que eran el control de la población por parte de un fuerte aparato policial, la supresión de la disidencia y un férreo control de los medios de comunicación. En este ensayo quisiera llamar la atención sobre las diferencias y similitudes que se ven en la representación de las fuerzas del orden y las sociedades a las que controlaban en varias obras dentro de dos series del género policíaco; las populares novelas de Plinio que escribió el español Francisco García Pavón en los 60 y 70, y la ampliamente vendida tetralogía del cubano Leonardo Padura Fuentes, Las cuatro estaciones, publicada entre 1991 y 1998. Ambos autores escribieron y publicaron esas novelas dentro de sus respectivos países aunque Padura Fuentes también las ha publicado con Tusquets, en España. Tanto uno como otro disfrutaron de un importante reconocimiento de la crítica y el público lector.

Entre las muchas maneras en que uno podría enfocar un análisis de la ficción policíaca, sea una concentración en el tipo de crímenes cometidos, las técnicas detrás de la resolución de ellos, los personajes que incurren en el delito, o en sus víctimas, lo que más me interesa en estas novelas es que proporcionan al lector la oportunidad de pensar en las sociedades que rodean toda la parafernalia criminal. Este estudio en que pretendo comparar la representación de estas sociedades en la novelística mencionada, pide la identificación de un punto de partida que de alguna forma legitime una comparación entre narrativa del mismo género pero escrita en épocas y lugares distintos que, como ya se ha dicho, eran de ideologías contrapuestas. Tal vez para cumplir con esa necesidad imperiosa sirva la fuerza que tiene el inextricable enlace histórico-cultural entre España y Cuba. Un solo ejemplo entre muchos ocurre en Máscaras, de Padura Fuentes, la tercera entrega en la tetralogía, cuando el dramaturgo Alberto Marqués, alejado del escenario por su calidad de homosexual y por conflictos ideológicos con el régimen (en una clara recreación del caso de Virgilio Piñera de 1971), reflexiona sobre el miedo generalizado en Cuba de declarar abiertamente la homosexualidad de uno, y cómo esto es una herencia desafortunada del pasado español: “…hay muchísima gente incapaz de confesar que es homosexual, y es lógico, por lo que le dije antes y por la larga historia nacional de homofobia que hemos vivido entre las cuatro paredes de esta isla desde que llegaron los españoles” (163). Es decir que una parte ineludible de la identidad de los cubanos, independientemente del impacto ideológico que pudiera haber ejercido el castrismo sobre ellos, es su histórica inculcación cultural española que, como se ve, sigue pesando, aunque sea negativamente.

En términos generales, analizar y comentar una novela en el género policíaco supondría obligatoriamente tomarle el pulso a la sociedad sobre la que la obra gira. Es lógico que así sea porque el detective, se supone, se gana la vida precisamente encarándose con la sociedad, intentando resolver enigmas que siempre atañen a la condición humana. Si la trama de dicha novela policíaca transcurre dentro de una dictadura, en la que también es lícito pensar que las fuerzas del orden, de las que es miembro el detective, mantienen una relación especialmente estrecha con sus respectivas sociedades, los matices se multiplican y se complican y el comentario literario en torno toma tintes nuevos. Resulta, además, que la novela de detectives, o policíaca, no ha escaseado dentro de las dictaduras, y para ser más concreto, dentro de la castrista tuvo una época en los 70 y 80 de auge en que se desarrolló una novela que respondía a las premisas de engatusar al cubano de a pie a acometer una lectura de ella y de paso, aleccionarle en los cimientos de la revolución. Esta novela, que disfrutó de una gran popularidad y que fue estrechamente tutelada por el gobierno, no brillaba, parece, por su calidad literaria.2 Para encontrar obras en el género policíaco que, de lo contrario, han sido fuertemente elogiadas por su destreza narrativa, se puede acudir a dos series detectivescas que muestran agudamente múltiples facetas de las sociedades en que se desarrollan, las susodichas de Plinio, del escritor manchego Francisco García Pavón, y las de Leonardo Padura Fuentes.

Francisco García Pavón.
Francisco García Pavón.

Los protagonistas de estas series, Manuel González, “Plinio”, sesudo jefe de la Guardia Municipal de Tomelloso, Ciudad Real, España, y Mario Conde, detective habanero, son hombres meditativos, cuyas reflexiones a menudo se llenan del dolor, frustración y sinsentido del cotidiano existir. Viven en mundos cambiantes en lo que toca su profesión, pero también en cuanto a las sociedades que habitan, la española y la cubana que, por los factores mencionados más arriba, estaban transformándose en los años 60 y 80, respectivamente, del pasado siglo. Aunque no se sabe con certeza, parece que Plinio ha traspasado holgadamente el ecuador de la vida y se acerca a la jubilación, mientras Conde es relativamente joven, en torno a los 35 años al comienzo de la tetralogía, cuyas cuatro entregas transcurren a lo largo de un año entero.3 Tanto el uno como el otro habitan a la vez conformes y a regañadientes con sus coetáneos y con la evolución de sus sociedades no tan favorable, a su juicio, que observan en torno suyo. Cuando Plinio dice, “Yo soy un policía de artesanía” (Las hermanas coloradas, 38) y de Conde se observa que “cada vez que revolvía en el pasado sentía que no era nadie y no tenía nada” (Pasado perfecto, 55), se sintetiza la visión que se transmite de los dos a lo largo de todas las novelas dedicadas a sus figuras; de eficaces, respetados, queridos y hasta geniales detectives y agentes del orden a la vieja usanza, que existen cosechando éxitos profesionales, a la vez siendo espiritualmente fatigados observadores de todo lo que les rodea y que no se hallan del todo conformes con sus sociedades a las que critican y sobre las que filosofan. Plinio y Conde son protagonistas polifacéticos y complejos y, siendo policías como son, se especula que literariamente no hubiera sido factible hacer de ellos ni misántropos desconectados y desinteresados en los demás y en su actualidad, ni tampoco protagonistas revolucionarios, dinamiteros del orden y sembradores de propaganda antirrégimen.4 Habitan un espacio intermedio que les hace creíbles; no se salen del estereotipo del macho hispano, acostumbrados a mandar en su casa y en el trabajo, y dados a una cierta pintoresca y estereotípica escabrosidad, pero al mismo tiempo con una fina sensibilidad crítica, cultural y personal, mostrando cuando quieren, que no es siempre desde luego, una elegante educación con los que tienen trato con ellos. No son ni “ladrones [ni] puristas ideológicos, dos razas por igual temibles” y representan, si se quiere, personajes muy redondeados y acabados, a través de los que por sus dotes de observación y la necesidad que tienen de tratar con gente de todo tipo, el lector puede observar una radiografía de sociedades complejas (Paisaje de otoño, 59).

Su disconformidad con la época dictatorial que les toca vivir, y con cuyo elemento más oscuro, la delincuencia, están obligados a tratar, les remonta continuamente a un pasado que ven con nostalgia, del que difícilmente se extraen y cuyo recuerdo les permite criticar el presente. Se sugiere que “cualquier tiempo pasado fue mejor” y que los tiempos que viven no dan la talla en cuanto a lo que se debería esperar de la civilización, todo lo cual conduce al lector a intuir que subyace por debajo una corriente crítica de comportamientos humanos que atañen a todos los niveles de la sociedad, y que son provocados, en parte, por el celo mal dirigido de los regímenes políticos en el poder.5 Al decir del compañero de Conde, Manolo Palacios, Conde tiene “una rendición de cuentas con el pasado” (Pasado perfecto, 39), pero también, claramente tiene cuentas pendientes con su presente, tensión que permite que estas novelas tengan una tirantez ideológica que estimula una lectura de ellas. Se podría decir que la tensión también se deriva del carácter algo mítico que, entre otras razones, han cobrado las dictaduras castrista y franquista; aquélla por su resistencia inverosímil ante el bloqueo norteamericano, y el acrimonioso pulso que ha mantenido con los gobiernos de unos países frente a la simpatía que ha despertado en otros, y ésta por su duplicidad política y avasallamiento de la Segunda República, y su bochornosa alianza con los poderes fascistas.6

Este estudio, por tanto, pretende ahondar en el recuerdo que se enfrenta con la actualidad con que se encaran estos detectives a diario, y de esta manera ir trazando cuál es la representación que se da de épocas conflictivas en la historia reciente de España y la aún existente de Cuba. Los recuerdos a los que tan frecuentemente acuden Plinio y Conde para así yuxtaponer lo que les está sucediendo con lo que ven en su momento presente, suelen ser de índole cultural, pero no están exentos de un tinte político. Recordar para ellos sirve el papel de poner de manifiesto cómo ha cambiado su mismo entorno social desde la incepción de los regímenes con los que tienen que lidiar, hasta el momento que viven en el desarrollo del argumento novelístico, el caso criminal que se traen entre manos. El uso de la memoria como técnica narrativa tiene un peso especial en estas novelas por ser el punto de inflexión donde se cruzan el enrarecido mundo oficial y político que domina todo, con la existencia cotidiana de los ciudadanos de a pie. El recuerdo también muestra las raíces tan profundas que ambos escritores tuvieron y tienen con La Habana y Tomelloso, lugares que les vieron nacer y con los que mantuvieron y mantienen estrechísimos vínculos, ya sea porque Padura Fuentes aún vive en su barrio de toda la vida, y García Pavón se convirtió hace mucho en tal vez el hijo predilecto más renombrado de Tomelloso.7

El pasar los años sin haberse movido de sitio, tomando continuamente el pulso de sus alrededores más inmediatos, también supone para ellos darse cuenta inevitablemente de la evolución que ha habido en su entorno. Los protagonistas y, en este caso, vale añadir, sus progenitores, García Pavón y Padura Fuentes, son grandes conocedores de sus barrios, habitantes, gente y tradiciones y, por tanto, sus relatos cobran una gran relevancia y autoridad. La exposición que se hace del entorno respectivo de cada uno viene respaldada por una familiarización que únicamente puede dar el nacer, criarse y permanecer en un solo lugar. Pero lejos de hacer “menosprecio de corte y alabanza de aldea” en el caso de Plinio, o lo contrario, en el caso de Conde, ambos protagonistas ejercen su naturaleza criticona con igual magnitud sobre la conducta de sus propios conciudadanos, a los que envolverán dentro del generalizado dilema de por qué el ser humano tiende a embrollar la pacífica convivencia y meterse en la criminalidad. Sus novelas permiten que se vea cómo interactúan Plinio, Conde y sus compañeros de profesión con las sociedades a las que deben vigilar, La Habana y Tomelloso, que vienen a ser microcosmos de Cuba y España.

En primera instancia parece que poco tendría que ver el uno con el otro, siendo como es La Habana una rebullente ciudad y Tomelloso un somnoliento pueblo en La Mancha española. Veamos, sin embargo, que ambos lugares se están transformando y, en ese sentido, la capital termina por tener aire de pueblo y el pueblo adquiere tonalidades urbanas. Ambos protagonistas son observadores de fondo, es decir, que explayan sus opiniones sobre la sociedad basándose en la vista larga. En Plinio, como proviene del campo, es natural que sus impresiones estén imbuidas de la permanencia cíclica de las actividades del morador tradicional del medio rural. Tiende a no alterarse, igual que la estabilidad de las estaciones y las vivencias en el campo que irremediablemente van y vuelven. Hay alteraciones en el diario vivir y vienen en forma de los crímenes que alteran momentáneamente el fluir de la vida, pero Plinio se destaca por su parsimonioso proceder y su cabal comportamiento. Vemos que, surja el caso criminal que surja, por lo general todo al final volverá a su cauce: “La plaza, su plaza, era un escenario en el que todos los días se representaba la misma función con muy poca variación de divos y figurantes” (Las hermanas coloradas, 12). Esa constancia revela el trasfondo del asunto, que para el habitante del campo español todo permanecía más o menos como siempre. Esto es así no obstante dos fenómenos de los que se hace gran constancia en las novelas de García Pavón; la mecanización de las faenas agrícolas y el éxodo fuera del campo coincidente con una incipiente industrialización en España y la necesidad de mano de obra barata fuera de España.8 En El rapto de las Sabinas, don Lotario, el inveterado asistente del detective Plinio, dice nostálgicamente: “Cada época tiene sus aqueles y a los que nos ha tocado entre dos tiempos debemos tomar las cosas como vienen. A ver qué vida” (14). Él, como veterinario de campo, cuidador de los animales de tiro, procura, aunque sea a regañadientes, asumir el paso del carro tirado por bueyes, yeguas o mulos, a su casi repentina suplantación por el tractor, metáfora de la modernización del campo y el enterramiento del milenario quehacer tradicional del campo español. Pero ese lamento de quedarse sin trabajo él, o de presenciar cómo una gran parte del entorno de uno va esfumándose, no se reduce únicamente a la transformación del campo, fenómeno que por otra parte nunca habría que lamentar, sino abarca los cambios en España a nivel nacional, de un país aislado que aún se desloma en el campo, en la fábrica y en la mina, a uno en el que empieza a haber un nivel de bienestar material, no obstante el contexto político autoritario en el que ese bienestar empieza a desarrollarse.

Conde, por su parte, nos ofrece una visión sociohistórica de La Habana bastante dilatada; ha crecido y experimentado desde joven todos los pequeños e insignificantes movimientos de su barrio, a la vez que ha vivido de primera mano lo que calificará como una gran decepción de no llegar a cumplir sus sueños personales (la verdad sea dicha, nunca se sabrá exactamente cuáles son esos sueños más allá de querer ser escritor), a la vez que la Revolución tampoco ha sabido proporcionárselos ni a él ni a ninguno de su pandilla, desde el callejero Candito el Rojo hasta Andrés el médico, pasando por Carlos el Flaco, destrozado físicamente en la guerra. Se sabe desde la primera entrega de la tetralogía, Pasado perfecto, que Conde es un escritor en ciernes que, por falta de ambición, rara vez pone manos a la obra. Cuando en esta novela presenta su renuncia en la policía, al día siguiente decide empezar una obra cuyo tema describe así: “Escribiría una historia de la frustración y el engaño, del desencanto y la inutilidad, del dolor que produce el descubrimiento de haber trastornado todos los caminos, con y sin culpa. Aquella era su gran experiencia generacional tan bien plantada y alimentada que seguía creciendo con los años” (26). Así es que ambas series revelan al lector mundos insospechados, y alteran la visión del orden inquebrantable, del estereotípico proceder de una sociedad sin fisuras que puede ofrecer una dictadura cuyos entresijos no se pueden conocer fácilmente. La ambientación de las novelas de Conde y Plinio permite que a la vez se vea lo permanente; maneras de ser y mentalidades inherentes, mezclado con lo accidental; los acontecimientos cotidianos, sean de la naturaleza que sean, que provocan un parón en el fluir de la sociedad y apuntan a posibles transformaciones en el tejido de ella.

El reinado de Witiza, de Francisco García Pavón.
El reinado de Witiza, de Francisco García Pavón.

En cuanto a La Habana, se colige que hacia el final de la década de los 80 empieza a cobrar tintes urbanos pero que aún mantiene un aire de barrio en que cada uno se mueve dentro de un ambiente conocido. La anonimidad de la gran ciudad no se ha extendido, pero se deja entrever que La Habana se empieza a parecer a esas ciudades, Nueva York o Los Ángeles, que sirven como escenarios descarnados de las novelas de detectives “hard-boiled”, en que la corrupción y el peligro están a la vuelta de cada esquina mal alumbrada y el detective ha de valerse de su astucia e instintos para sobrevivir en un ambiente tan hostil. La Habana “…se estaba convirtiendo en una gran ciudad… En los últimos tiempos pensó [Conde], los robos y los asaltos se mantenían en línea ascendente” (70). Esta novela en la tradición de Chandler y Hammett describe a un Conde que vive atormentado por los crímenes que se cometen a su alrededor: “Nada es dulce en las noches de un policía, ni siquiera el recuerdo de esa última mujer, o la esperanza de la próxima, porque cada recuerdo y cada esperanza —que un día también será recuerdo— arrastra la mancha grabada por el horror cotidiano de la vida del policía” (Vientos de cuaresma, 25). Esta visión de una Habana que demuele al policía y destruye a sus ciudadanos parece sugerir que, aparte de construir un relato atractivo para el lector que busca una buena historia de detectives, uno de los objetivos de Padura Fuentes era desarticular la imagen de una sociedad cubana armoniosa que prospera bajo un régimen genuinamente revolucionario, y cultivar la idea de un pueblo que empieza a perder su naturaleza hospitalaria, consecuencia tal vez de, o un descarrilamiento de los objetivos de la Revolución, señal de un proceso social ya caduco, o incluso de lo contrario, por no seguir el ideal revolucionario. Esto se enfatiza cuando Conde contempla dejar el trabajo de policía, jubilarse, por el caso insólito de un chaval de 13 años matado a golpes por maleantes que sólo querían su bicicleta: “Como si lo hubiera aplastado un tren, pero no fue un tren, fueron personas…” (64). Se ve que Conde “sabe que el alma profunda de La Habana se está transformando en algo opaco y sin matices que lo alarma como cualquier enfermedad incurable y siente una nostalgia por lo perdido que nunca llegó a conocer (Pasado perfecto, 87). Puede parecer cierto que Conde no pinta un retrato atractivo de su ciudad, por una parte consecuente con las necesidades del género. Pero el afeamiento del entorno no acaba por perjudicar inexorablemente a La Habana, ni sirve como crítica contundente del régimen, porque no obstante el componente criminal y la fachada tosca y decadente que se traza, se observa por encima de todo un entorno urbano que viene a ser una gran algarabía de gentes y vivencias que conviven:

…una pareja de cuarentones que se casa, dos homosexuales fatales y dispersos que pasaron por su lado tiritando de frío y que lo observaron a él con ojos candorosos y bien intencionados. Mulato apacible… la rubia maquillada con incontenible lascivia… el niño que patinaba. Percibió los latidos incontenibles de una ciudad que él trataba de hacer mejor (204).9

Se retratan poblaciones que no son tan diferentes a las de cualquier lugar del mundo, y de esta manera estas novelas se encajan en el género de la novela negra en que prima confeccionar por un lado una ciudad dura y despiadada, pero por otro asemejarse a esa novela humanista que en última instancia redime al elemento humano que se salva de su destrucción última. Por ejemplo, la visión oscura de la ciudad como ente es contrapesada holgadamente por la humanidad de sus barrios, donde Conde aún puede encontrar a sus amigos y centrarse social y moralmente. Su barrio en La Habana se asemeja en ese sentido a Tomelloso, pueblo en el que Plinio encuentra su estabilidad. El aire casi pueblerino y familiar contrasta llamativamente con sus elementos más deletéreos. Desde tiempos remotos la ciudad se ha equiparado con la corrupción, y en el caso cubano esto toma un cariz significativo, precisamente porque el movimiento revolucionario que se originó en la sierra cubana, fuera de la ciudad en el campo, por así decirlo, daba, como nos explica Persephone Braham, la apariencia de “wholesomeness and virility” (22). El cariz rural se refleja en Máscaras, cuando el dramaturgo Alberto Marqués ve a un paisano suyo en París y recuerda lo que es para él la falta de sofisticación urbana en Cuba: “Vi un brillo de felicidad en su cara redonda de campesino mal pulido” (98). En Vientos de cuaresma se observa que una de las metas de la Revolución era educar al campesinado, y se entiende que Cuba seguía siendo un país poco aculturado. La joven profesora asesinada era conocida como la revolucionaria por antonomasia, pero aun así a la difunta no la colocaron en una escuela de campo o en una plaza en el interior del país, que era lo que “cabía esperar” (37). Se da a entender indirectamente que si La Habana crece desmedidamente, puede perder su brújula moral y su naturaleza más llana proveniente del campo.

Madrid, homóloga de La Habana, mientras crece exponencialmente en los 60 por el éxodo del campo, se verá cómo un espacio formado todavía fundamentalmente por gente del medio rural. En Las hermanas coloradas incluso el comisario de policía en Madrid tiene “cara de pueblo” (36). En esta novela Plinio es enviado a Madrid a resolver el caso de dos hermanas gemelas desaparecidas. La desaparición de estas hermanas solteras, originalmente de Tomelloso, obliga a Plinio a meterse en la gran urbe, viaje que le provoca consternación y desorientación. Para él es difícil resolver un crimen en una ciudad porque el detective generalmente no conoce a la víctima y “a la gente se la columbra a cachos… Por eso en Madrid ser policía es una cosa científica y mecánica” (70). Plinio es conocido por su astucia por todos, en su pueblo o fuera, pero se da aires de simple pueblerino: “Yo soy un pobre paleto que hasta ahora sólo he trabajado en casos de paleto” (El reinado de Witiza, 106). Pero al contrarrestar sus grandes destrezas como policía y detective, ese menoscabo que hace de su propia persona le enaltece a los ojos del lector, que entiende que la sabiduría del campo es valiosa y, en última instancia, más apreciable que la efímera vida urbana.

Tanto Plinio como Conde tienen éxito porque conocen a su pueblo, y esa familiarización les confiere la habilidad de ganar terreno en un caso a base del “pálpito”, la corazonada y el instinto que sólo se adquieren después de conocer bien un lugar y sus gentes. Tanto para Plinio como para Conde sus pueblos les dan su razón de ser y en ellos encuentran su centro. Pero ese profundo conocimiento del paisaje tanto físico como humano, no obstante, conduce a cada protagonista a tomar rumbos distintos con respecto a su descripción de ellos. Conde tiende a retratar lo inmundo, y describir una planta física en decadencia que va de la mano con un índice de criminalidad en línea ascendente. En Pasado perfecto la primera imagen de su barrio es de “latones de basura en erupción” (18). A renglón seguido Conde “vio el perro muerto, con la cabeza aplastada por el auto, que se pudría junto al contén y pensó que él siempre veía lo peor” (18). Para Conde La Habana ha experimentado un claro afeamiento físico y moral en las últimas décadas, y él lamenta el desmoronamiento que observa en los recorridos que hace de su barrio y de la ciudad y, aún, de comunidades creadas a raíz del castrismo, la recreación de Cuba en Miami de mano del exilio cubano.10 Esperando la “guagua” por no disponer de coche, Conde piensa que “la realidad visible de la Calzada [su barrio] contrastaba demasiado con la imagen almibarada del recuerdo de aquella misma calle” (Pasado perfecto, 18). En Vientos de cuaresma, la muerte de la joven profesora, aparentemente estandarte de la doctrinaria recta moralidad de la juventud comunista de Cuba —antes de que se revelen detalles de un pasado oscuro que empañan ese prestigio que supuestamente encarna— le da pie a Conde a merodear de nuevo en el recuerdo, dando así a entender que ha habido un gran cambio para peor en la sociedad; de la vida simple e ilusionada de un niño —entiéndase la ilusión de la Revolución en su incepción— a una sórdida madurez en que los seres humanos sacan lo peor de sí mismos. El paso de la dulce niñez a la problemática mayoría de edad es una metáfora que se repetirá una y otra vez a lo largo de las novelas de Conde. La joven profesora asesinada:

Había nacido en La Habana en 1964, cuando el Conde tenía nueve años, usaba zapatos ortopédicos y estaba en el esplendor de su infancia de mataperros callejero y no había imaginado ni una sola vez —como no lo haría en los próximos quince años— que sería policía y que en alguna ocasión debería investigar la muerte de aquella niña nacida en un moderno apartamento del barrio de Santa Juárez (34).

Ese divagar nostálgico les espolea a nuestros detectives a dilucidar aspectos de la sociedad que ven negativamente. En el caso de Plinio se verá en forma de pequeños y punzantes comentarios a favor de la Segunda República con los que se da a entender que ésta fue injustamente usurpada por la dictadura franquista que, a renglón seguido, puso todo su empeño en anular los adelantos en materia social que había llevado a cabo la República en su corta andadura. Ejemplo claro se aprecia en El reinado de Witiza en el caso de una señora, divorciada durante la República. Muchos años más tarde y después de décadas de estar separados, ella se entera de su fallecimiento y, a continuación, reclama el cuerpo de él. Esta anécdota, aparte, resalta el hecho de que durante la dictadura el divorcio había vuelto a ilegalizarse, y esto, se da a entender, fue un claro paso atrás para ambas partes de cualquier matrimonio mal avenido. Al enterarse de la noticia, Plinio dice, “…claro, el divorcio ya no existe, que en este país se casa uno hasta morirse, aunque la contraria sea un sargento como doña Ángela” (145). En Las hermanas coloradas, el republicano Norberto, quien después de la guerra civil se escondió y llevaba más de 30 años recluido en un sótano, exclama a modo de una sutil crítica del franquismo: “Mi idea es procurar la felicidad de todos, que un día todos tengan ‘lo suyo’, algo que conservar, incluso una dignidad, un derecho humano común, un respeto de todos y para todos, una libertad” (135). Para 1970, cuando García Pavón publicó esta novela, en España el régimen había prácticamente desistido en la persecución de los republicanos que aún pudieran haberse encontrado en España. Esa libertad de la que habla Norberto, no obstante, todavía no había llegado, ni llegaría hasta después de más de diez años y, por tanto, su comentario nos recuerda cuál es la tendencia política que favorece el autor.11

La nostalgia, entonces, es el móvil del cual emanan las decisiones que Plinio y Conde se toman, la forma en que ven su entorno y la manera en que consideran su futuro. La nostalgia permite, primero, que ambos detectives estén permanentemente habitando dos mundos, el del pasado y el actual. La visión de otras épocas anteriores y más felices y prometedoras de sus vidas hace que sean capaces de criticar la actualidad en que viven, los cambios que experimentan y los vaivenes políticos que sufren que no pueden criticar abierta, sino veladamente. Por tanto, los autores recurren al vivir cotidiano para ir hilando dentro de él puntos de vista más enjundiosos. El tema recurrente de los partidos de béisbol en las novelas de Padura Fuentes, más allá de señalar la importancia que ya de por sí tiene ese deporte en Cuba, viene a representar la aminorada oportunidad de expresarse como se quiere sin incurrir en un delito. Esa indirecta que aboga por una mayor libertad de expresión de la muchedumbre se observa en Pasado perfecto cuando Conde piensa en lo mucho que le gustaría ir a un partido con los amigos: “Le hubiera gustado poder ir al estadio, necesitaba aquella terapia en grupo, que tanto se parecía a la libertad, en la que se podía decir cualquier cosa” (73). El béisbol también suscita en Conde recuerdos de su adolescencia, cuando la vida transcurría con cierta promesa e ilusión, tema que prevalecerá en esas novelas. Conde, al igual que su progenitor Padura Fuentes, es representante de la primera generación que se crio con las enseñanzas y el porvenir y promesa de la Revolución. Su generación, recuerda, se pasaba las tardes jugando a la pelota, pero los de ahora no, “mientras unos entraban y salían de la cárcel por delitos mayores y menores, otros se habían mudado para sitios tan disímiles como Alamar, Hialeah, Santiago de las Vegas… ya nunca podían organizar otro piquete de pelota allí en la esquina: porque la vida había devastado aquella oportunidad, como tantas otras” (13). Paisaje de otoño, novela que sitúa su acción en los días antes de que un huracán llegase para, espera Conde, metafóricamente arrasar con todo, muestra la duda que tiene éste, no solamente sobre su propia vida, sino, por consiguiente, acerca de los logros de la Revolución: “¿Cuándo, cómo, dónde había empezado a joderse todo?” (26).

Aunque Conde, como se ha observado, está muy pesimista acerca de las tendencias delictivas que ve en alza en su ciudad, tendencia que va pareja con la desilusión que generalmente siente, se verá, no obstante, que ocurren crímenes espeluznantes y sorprendentes que involucran a personas de índole insospechada. Realmente en ninguna de las novelas de las series se verá al delincuente común, sino a colectivos como los altos funcionarios corruptos de guante blanco, o personas aparentemente modélicas, tales como profesoras de colegio que llevan los habituales estandartes de la enseñanza de la moral de cualquier sociedad, máxime en países en tiempos de dictadura cuando la enseñanza de la ideología apremia. El criminal prototipo con el que Conde tiene que tratar no incluye al pueblo llano que, por lo general, muestra un comportamiento correcto. Pudiera parecer, entonces, que Padura Fuentes se compadece, comprende y redime al cubano de a pie, y vilifica sin paliativos a los que tradicionalmente han quedado impunes ante la ley, o sea, los políticos y empresarios corruptos que se han aprovechado del hermetismo del régimen castrista para engañar al mismo pueblo con el que dicen solidarizarse. Pero incluso cuando el escritor parece apuntar con el dedo al oficial del régimen que se porta indebidamente, a la vez parece querer decir que la tendencia humana en general es llegar a lo más alto posible y manejar el poder y el dinero. En este sentido, Cuba no es diferente a los demás pueblos. Rafael Morín, el trepidante escalador que llega a las altas esferas políticas y luego es asesinado por ser, por un lado, “un cabrón oportunista que había hecho ni se sabe cuántas canalladas para llegar donde llegó”, pero por otro, “siempre fue revolucionario, desde chiquito, me acuerdo de que en la secundaria le daban cargos… y nadie le ayudó en el ministerio, él sí que no tenía palanca” (107). Según el Flaco Carlos, amigo de Conde, Rafael Morín hizo lo que cualquiera hubiera hecho de poder tener la oportunidad: “Rafael sabía bien lo que quería y fue directo para eso, y tenía madera para hacerlo, no por gusto fue el mejor expediente del pre y luego de ingeniería industrial” (Pasado perfecto, 97).

padurafuentes
Leonardo Padura Fuentes.

Así es que Padura Fuentes llena sus novelas con personajes que pululan por debajo exhibiendo deseos y esperanzas, costumbres, sensaciones y pensamientos que pueden considerarse universalmente humanos. Dentro de ese entramado de personas están mezclados comportamientos que incluso, de antemano, podían considerarse tabú en esas épocas. Ya se ha mencionado la homosexualidad, pero además hay francas discusiones sobre el sexo y el erotismo. Esto es especialmente llamativo en la novela de García Pavón, puesto que la estrecha moral católica que marcaba el ritmo en España se ve puesta en tela de juicio en numerosísimas escenas en las que se discuten las partes más insistentemente tapadas de la anatomía humana y sus funciones. En El rapto de las Sabinas, de 1969, de García Pavón, un tal Félix, refiriéndose al tipo de novelas que le gustan, encarna en pocas palabras esa dicotomía de impulsos humanos normales, encorsetados por regímenes que pretenden controlarlos, “Mejor se está con cachondas en ligas que con los del FBI. Pero la moral de ahora dice que es mejor apiolar [dejarse atar, controlar] que hacer la picardía y no hay más que aguantarse” (35).12 El aguante, el lidiar con el día a día sin mayores problemas, está a la orden del día y lo que se aconseja, pero nuestros policías van a mostrar una tendencia a manifestar características que sugieren disconformidad y, por ende, dejan traslucir pensamientos y acciones que indirectamente ponen en jaque la manera en que se rige la sociedad políticamente. Sus acciones y argumentos les permiten tomar una actitud crítica y a la vez, no salirse del guion de cumplir con lo que se les manda, y así terminan siendo peliagudos representantes de sus respectivos cuerpos de policía pero, al final, buenos patriotas. Precisamente su posición de agentes del orden público les proporciona un aventajado mirador desde el que múltiples puntos de vista pueden darse, desde investigar a oficiales corruptos de alto vuelo hasta tratar con delincuentes de poca monta, alumbrando, de paso, regímenes, la franquista y la castrista, sobre los que históricamente han surgido opiniones maniqueístas, buenas o malas, pero pocas veces con matices entre medias. Por tanto se advierte en Conde y Plinio una hábil pero a veces confusa mezcla de reflexiones personales y críticas sociopolíticas que, como los crímenes que les toca resolver, se les presentan también desordenadas y confusas. Se hace necesario pesar unas ideas con otras para intentar sacar una media que permite elucidar el panorama ideológico. Padura Fuentes, por ejemplo, escribe su tetralogía sobre Miguel Conde en Cuba en los años 90, coetáneamente con la época de escasez y privaciones que sufrió el pueblo cubano a principios de esa década. Se entiende que aunque la serie transcurre durante todo el año 1989, y termina justo antes de que Fidel Castro decretara el Período Especial en enero de 1990, los cubanos estaban ya acostumbrados al ajuste y la privación y al racionamiento, y se sabía que una época más severa se avecinaba.13 No obstante, el autor elige hacer caso omiso de ese sufrimiento y permite que Conde disfrute de elaboradas comilonas en casa de su mejor amigo, el Flaco Carlos, el propio frigorífico del detective vacío, no por no poder conseguir víveres, sino por su empedernida y perezosa soltería. Él está mal alimentado porque tiene que encarnar el estereotipo del macho hispano que no se las arregla sin una mujer a su lado ni con los quehaceres domésticos y, por tanto, subsiste a base de una dieta legendaria de tabaco y ron. Por otra parte, el lector cubano, para quien presumiblemente escribía Padura Fuentes, podría entender que las comilonas de las que disfruta Conde son tan exageradas concretamente para recordarle la escasez que le rodea, así de alguna forma solidarizándose con el pueblo y a la vez, minando la propaganda oficial, sin embestir directamente contra ella.14

Si por un lado no presta atención a las grandes privaciones de esos años, Padura Fuentes decide abarcar una crítica de otros muchos asuntos. Arremete a cada paso, por poner un ejemplo, en contra de lo que evidentemente considera la aventura maldita de mandar a muchos jóvenes cubanos a luchar en la guerra civil de Angola de los 70 en adelante, siendo una de las víctimas el Flaco Carlos, malherido en la guerra y ahora postrado en una silla de ruedas, grandísimo amigo de Conde e hijo de Josefina, en cuya casa Conde disfruta de esas exquisitas comilonas preparadas misteriosamente por ella y que, a todas luces, prácticamente habían desaparecido de la isla.15 La tragedia del Flaco Carlos, sin embargo, se encapsula en Paisaje de otoño más como obra malévola de un Dios despiadado o que no existe, que una reprimenda directa hacia el gobierno: “¿Por qué tuvo que pasarle algo así a un tipo como Carlos? ¿Por qué alguien como él tenía que ir a una guerra lejana y oscura a perder lo mejor de su vida; Dios no puede existir si pasan esas cosas” (22).

Se ve que el hecho de que Francisco García Pavón y Leonardo Padura Fuentes escribieran y publicaran sus obras dentro de las dictaduras imperantes en sus países no va a suponer que aclamen unánimemente los éxitos de ellas, ni que no se atrevan a arremeter contra la política franquista y castrista. Al contrario, se advierte un andar por la cuerda floja, una crítica que a veces es algo subrepticia pero que, una vez entendida, suscita interrogantes sobre la falta de movilidad política y los problemas que provoca en la sociedad, si no material, al menos de naturaleza moral. En Las hermanas coloradas, publicada en 1970 después de más de 30 años de dictadura, el filósofo del pueblo, Braulio, divaga sobre el fallido ser humano, pero en sus comentarios se advierte que el autor, de claras tendencias republicanas, estaba apuntando el dedo a Franco, para mal o bien una especie de padre de la patria, y así reprobándole el errado camino que había trazado para el país: “El hombre es un error de la naturaleza, todas sus hechuras, palabras y accidentes naturalmente serán crías de ese error paterno” (14).16

Pero por encima de esas críticas, de novelas como Pasado perfecto y Vientos de cuaresma, de Padura Fuentes, y El reinado de Witiza y Las hermanas coloradas, de García Pavón, se saca la conclusión de que la gente, a todos los niveles y en cualquier sociedad, va por la vida impulsada por tendencias humanas que traspasan barreras políticas y se asientan firmemente en lo universal, sean comportamientos buenos o malos, loables o deleznables, metan o no a la gente en berenjenales con la justicia. Esto hace que estas novelas no tengan que verse como específicamente atinentes a un momento histórico en particular, pero a la vez, las constantes disquisiciones de Plinio y Conde sobre la vida y su papel en ella, ofrecen una visión de lo que podía haber significado ser policía dentro de sociedades hispanas regidas por el acatamiento al orden y la vigilancia, y más fundamentalmente aun, existir en sociedades que están en evidente transformación. Resulta claro que los crímenes cometidos, y su resolución, aunque pican la curiosidad del lector y conducen el argumento, no son más que el eje alrededor del que se hace balance de una variedad de temas; el fondo violento del ser humano, la tendencia innata de éste de querer enriquecerse a costa de los demás, la corrupción privada y pública, el arribismo, la importancia de los amigos y la familia, el cambiante papel de la mujer moderna frente a su papel tradicional, el machismo, la implantación de la tecnología y la consiguiente suplantación de viejas costumbres, el peso del tabaco, el alcohol, la comida y la sobremesa en la vida diaria; en fin, una serie de reflexiones que constituye la central preocupación literaria. Las obras se fijan, al final, en lo cotidiano; sueños rotos, esperanzas truncadas, amistades puestas a prueba, pequeñas ilusiones, romances fulminados, criminalidad ascendente; temas, en fin, comunes a cualquier sociedad moderna, y que, repito, hacen que estas novelas sean duraderas.

Vientos de cuaresma, de Leonardo Padura Fuentes.
Vientos de cuaresma, de Leonardo Padura Fuentes.

Es elogioso que ambos escritores fueran capaces de engendrar relatos y publicarlos en sus países de origen, sobre todo en torno a personajes que piensan por sí mismos y ofrecen puntos de vista al margen del discurso oficial. Ni Plinio ni Conde se sujetan al patrón que podría esperarse, ni son acartonados amantes del orden y el castigo o necesariamente apologistas de los regímenes de los que son los representantes por antonomasia, la policía. Lejos de tener la porra preparada para reducir al delincuente, o al disidente o a cualquiera que pretenda alterar o subvertir el supuesto férreo control del dictador, estamos ante hombres maduros y algo hartos que dudan tanto de sí mismos como de la sociedad que les rodea, tendencias humanas por otra parte, muy comunes. Y por el contrario, mientras no se puede decir que sean novelas controvertidas en cuanto a la crítica que puedan ofrecer de Castro o Franco, se percibe claramente un afán nostálgico, y un espacio dentro del que se hace una yuxtaposición entre antiguas y nuevas ideas. Un tema que muy persistentemente se presenta en la lectura de cualquiera de las novelas en las series de García Pavón y Padura Fuentes es cómo se entronca el hecho de ser policía dentro de una dictadura, con la visión de la dictadura que ofrece el mismo policía. Se aconseja que en la lectura de cualquier novela el lector se deje llevar y abandone cualquier noción preconcebida que pudiera tener acerca de cómo debe representarse un cierto tipo de personaje. Esto se hace especialmente importante en la novela policíaca en tiempos de dictadura por la estrecha relación que se supone tiene el policía con el régimen cuyos preceptos debe defender. Hay que averiguar hasta qué punto los autores relacionan el formar parte de las fuerzas del orden, sin las cuales las dictaduras de Franco y Castro no se hubieran sostenido, con el individuo; en este caso Plinio y Conde, junto a un elenco variopinto de compañeros de profesión. Se diría que para entender la representación de la policía, tal y como se presenta en estas obras, hay que discernir entre las acciones oficiales que cada uno es obligado a llevar a cabo, con las muchas y muy variadas sensaciones y opiniones personales que tienen los mismos hombres y mujeres con respecto a esas acciones. En esa ecuación intervienen, por tanto, la visión oficial y la visión personal, que no terminan en empate. O dicho de otro modo, Padura Fuentes y García Pavón están mucho más interesados, al parecer, en dar a entender que ser policía no es, ni mucho menos, sinónimo de ser opresor o enemigo del pueblo, ni siquiera dentro de una dictadura.17 De ese modo la intención podía haber sido la de reivindicar al policía individual honrado y cabal, como son Plinio y Conde, frente al más generalizado estereotipo del policía y oficial corrupto que, dicho sea de paso, también aparecen con frecuencia, sobre todo en la novela de Padura Fuentes. Plinio y Conde disfrutan de una elevada estatura moral en la cuestión más importante que les atañe a ellos como policías, el afán por querer castigar al malo y premiar al bueno, sin caer en la trampa del favoritismo o en el abuso de su autoridad.18 Habitualmente tanto Conde como Plinio se subestiman y son especialmente duros consigo mismos, y esta autocrítica les confiere cierta autoridad moral que luego respaldan con hechos. En una fanfarronería inusual de Plinio en El reinado de Witiza él “…estaba cierto de que la historia le haría justicia. La historia olvida sin piedad o mitifica y él, Manuel González, estaba seguro de que durante mucho tiempo sería un gran mito tomellosero”. (157) En Pasado perfecto, Conde:

Trataba a su destino como un ser vivo y culpable, al que se le podían lanzar reproches y recriminaciones, insatisfacciones y dudas. Su propio trabajo sufría de aquellos juicios, aunque sabía que no era duro, ni especialmente sagaz, ni siquiera un modelo de conducta, y que sin embargo algunos de sus compañeros lo consideraban buen policía (189).

La elevada situación profesional de Conde, la imposibilidad de que renuncie en ningún momento a sus principios ni se deje sobornar, y el hecho de que se le confieran los casos más importantes, hace que se le pueda considerar un ciudadano ejemplar de la Cuba de Castro, pero sólo en su mejor versión, es decir, la que intentó en su primera época transformar positivamente la sociedad cubana. Es un buen revolucionario al fin y al cabo, y a los que intentan minar la Revolución, ya sea desde dentro (por medio de la corrupción) o desde fuera (los que huyen a Miami), les reprueba fuertemente su comportamiento. En Paisaje de otoño se abarca el tema de las apropiaciones del patrimonio de los que huyeron de la isla después de la llegada de Castro al poder. Hay una punzante mención de las riquezas expropiadas “por la burguesía cubana, puesta en fuga estrepitosa, fueron confiscadas en nombre del pueblo y su gobierno, que ahora serían dueños de todo… [riquezas] acumuladas durante más de dos siglos por la clase social dialécticamente derrotada” (43). Al igual que en Pasado perfecto estamos ante altos funcionarios que abusan de sus cargos y que están metidos en trapicheos; uno asesinado, un ex alto cargo de Planificación se había exiliado en Madrid once años antes, y otro ex ministro, Gerardo Gómez de la Peña, que había tenido la “responsabilidad histórico-económica” de llevar a cabo las asignaciones de las propiedades incautadas. Lejos de ser una crítica del proyecto revolucionario, Padura Fuentes se fija en el fallado ser humano que antepone su propia avaricia ante principios más grandes. Conde no va a sucumbir nunca a la tentación de traicionar valores que pueden considerarse tanto suyos propios —es un hombre bueno— como pertenecientes a proyectos más grandes. Estos altos funcionarios merecen el castigo tanto por su delictividad como por su falta de solidaridad con la Revolución. La soberbia de Gómez de la Peña, la acumulación de bienes desmesurada, le parece tan abusiva a Conde que “sentía deseos de apretar el cuello de aquel experto en cinismo que había tenido el privilegio socio-histórico-político-concreto de dar, otorgar, conceder, decidir, administrar, repartir y favorecer desde su posición de dirigente confiable y en nombre de todo un país” (64). Este tema cabría dentro de las expectativas que tendría el régimen de cualquier protagonista novelístico.

Una lectura de cualquiera de las novelas policíacas de García Pavón o Padura Fuentes revela las grandes posibilidades que encierra este género. Lejos de reducirse a una mera exposición de las tretas empleadas en la resolución de un crimen, nuestros autores no solamente aprovecharon esa faceta de la novela negra, confeccionando argumentos hábiles y personajes intrigantes, sino que dieron un gigantesco paso más allá, el descubrimiento de facetas de la vida diaria que no revelan las habituales fuentes de información. La novela, una vez más, se muestra como un género dispuesto a elucidar lo que son los entresijos de cualquier pueblo, incluso los que se han visto como cerrados a la comprensión de los que viven fuera de ellos. Padura Fuentes y García Pavón, quitando su a veces rudo exterior y comportamiento algo machista, evitan caer en el estereotipo o situarse en alguno de los extremos ideológicos tan comúnmente exhibidos en cualquier consideración de las dictaduras de Franco y Castro. Nos muestran sociedades en que por lo general los sentimientos y acciones humanas se asemejan a las que conocemos sus lectores de cualquier parte del mundo, siendo la principal de ellas la desilusión que todos experimentamos de vez en cuando acerca del momento que nos toca vivir, y una nostalgia por lo que pudieran haber sido nuestras vidas. El golpe maestro, no obstante, es que García Pavón y Padura Fuentes han colocado como representantes de estos sentimientos humanos tan comunes a dos policías que rompen cualquier estereotipo que pudiera haber acerca de las fuerzas del orden en una dictadura. Plinio y Conde no son fanáticos y sencillamente, a su modo algo dado a ver el vaso medio vacío, aspiran a sociedades más limpias y mejores. Su novedad, tal vez, sea que en lugar de jugar un papel orwelliano de los agentes del orden, ellos han encontrado la capacidad de lanzar críticas a los malhechores de toda clase, y por ello, señalar lo que hay errado en los regímenes de los que forman parte. En las novelas de García Pavón y Padura Fuentes, estos policías se convierten en compasivos observadores de sus paisanos y, a la vez, en representantes de la complejidad del ser humano en cualquier tiempo y en cualquier lugar.

 

Obras consultadas

  • Braham, Persephone. Crimes Against the State, Crimes Against Persons: Detective Fiction in Spain and Mexico. Minneapolis: University of Minnesota Press, 2004.
  • Franken K., Clemens A. “Leonardo Padura Fuentes y su detective nostálgico”. En: Revista Chilena de Literatura (74) 2009: 29-56.
  • García Pavón, Francisco. El reinado de Witiza. Barcelona: Ancora y Delfín, 1968.
    . Las hermanas coloradas. Barcelona: Ediciones Destino, 1999.
  • García Méndez, Luis Manuel. “Entrevista con Leonardo Padura Fuentes. De la tetralogía de Mario Conde a El hombre que amaba a los perros. En: CubaEncuentro, 19/12/2008.
  • Gil Moraga, María Luisa. Francisco García Pavón y sus relatos policíacos. Diputación de Ciudad Real: Ciudad Real, 2007.
  • Padura Fuentes, Leonardo. Máscaras. Barcelona: Tusquets, 1997.
    . Paisaje de otoño. Barcelona: Tusquets, 1998.
    . Pasado perfecto. Barcelona: Tusquets, 2000.
    . Vientos de cuaresma. La Habana: Unión de Escritores y Artistas de Cuba, 1994.
  • Sanz Villanueva, Santos. “García Pavón casi al completo”. En: Revista de Libros: enero 2015.
  • Valls, Fernando. “La infancia republicana de García Pavón”. En: Añil, Cuadernos de Castilla-La Mancha (13) 1997: 6-11.
  • Vega Chapú, Arístides. No hay que llorar. La Habana: Ediciones La Memoria, 2011.
  • Viala, Fabienne. “El Período Especial se muerde la cola: el policía comilón y la novela negra de Leonardo Padura Fuentes”. En: Escrituras policíacas, la historia, la memoria en América Latina. Astraea Université de Provence: Centre Aixois D’Etudes Romanes, 2009: 95- 112.
  • Uxó, Carlos, editor. The Detective Fiction of Leonardo Padura Fuentes. Manchester: Manchester Metropolitan University, 2005.
  • Weiser, Doris. “Leonardo Padura: ‘Siempre me he visto como uno más de los autores cubanos’ ”. En: Espéculo (29) marzo-junio 2005.
Daniel Gier

Notas

  1. Desde los primeros años 60 se observa que la privación en lo material era evidente. La libreta de racionamiento se impuso como norma a partir de julio de 1963 (El Economista).
  2. Véase el estudio de Clemens A. Franken K. en que hace un repaso de la novela cubana de detectives de los 70 y 80. Recoge una cita de Rogelio Rodríguez Coronel en que éste describe los parámetros ideológicos de esa novela: “En los años setenta y ochenta, la novela policial angloamericana experimenta en Cuba una asimilación creativa de parte del pensamiento marxista, cuya antropología considera al ser humano más bien como un producto de las circunstancias económicas, políticas y sociales y, por lo tanto, rechaza al típico detective privado, al margen de los órganos policiales, quien resuelve los problemas gracias a su inteligencia personal. Los autores cubanos lo reemplazan por un investigador que “pertenece a un cuerpo policial, lo representa, y su sagacidad y astucia no actúan de manera independiente, apoyadas sólo por su experiencia e intuición, sino en coordinación con las organizaciones políticas y de masas, fundamentalmente con los Comités de Defensa de la Revolución” (30).
  3. Se sabe que las novelas de Plinio tienen lugar en los años 60. A lo largo de todas ellas hay numerosas menciones del Seat 600, coche emblemático del obrero español de esa década. En Las hermanas coloradas también se menciona la guerra de Vietnam (25). Lo que nos ayuda a situar la edad de Plinio entre los 60 y 65 años es una pregunta del comisario de policía en Madrid a Plinio, que si éste recuerda a un tal Norberto Peláez Correa, “…notario allá por los años 20”. Responde Plinio, “Claro que sí” (36). Se deduce que los más de 40 años transcurridos entre décadas, más la edad que tendría Plinio para poder recordar claramente a un notario, le situarían cerca de la edad de poderse jubilar. En El reinado de Witiza, en medio de una temporada de inactividad en lo que se refiere a casos criminales por resolver, “Plinio se imaginaba meses y tal vez años por delante —y a él no le quedaban muchos— de aburrimiento y trabajo rutinario, sin entidad” (206). En cuanto a Conde, en Paisaje de otoño celebra su 36º cumpleaños.
  4. En la extensa entrevista que Padura Fuentes concedió a Doris Weiser el escritor confiesa no conocer de primera mano el mundo de la policía y que “las personas se identifican con él [Conde] como personaje, como hombre de una posible realidad cubana”. El escritor también reconoce no conocer “las interioridades del trabajo policial precisamente porque siento que ficcionando este posible trabajo policial me sentía mucho más libre”.
  5. Leonardo Padura Fuentes ha publicado todas sus novelas en Cuba, y que se sepa no ha tenido problemas con la censura. Esa trayectoria sin trabas la ha atribuido a su conocimiento de los límites temáticos más allá de los cuales se habría encontrado con problemas para publicar dentro de la isla. No obstante el éxito editorial y la popularidad entre los lectores que ha tenido, Padura Fuentes parece reconocer que en Cuba sí existen baches temáticos que hay que evitar, pero que tal vez el tener que extremar las precauciones para evitarlos adiestra al escritor y mejora sus relatos. Dice: “…pienso que las tensiones exteriores que obligan al autor a agudizar todos sus sentidos en el acto de la escritura de una realidad determinada sirven para que el escritor explote al máximo su inteligencia y su capacidad de expresar literariamente su visión del mundo y de una sociedad determinada”. A pesar de que existe un claro componente crítico en sus novelas que sin lugar a dudas abarca la política castrista, hay que ver en qué consiste esa crítica. En resumidas cuentas diría que se reserva para los altos funcionarios que han traspasado los límites del buen hacer y han cometido algún delito, o para los policías corruptos. En este sentido lo que se critica es el quebrantamiento del espíritu y letra de la Revolución que quedan intactos a pesar de que hay malhechores a todos los niveles que delinquen. Hay también temas en los que el reproche hacia el gobierno es más directo. Ese es el caso de Máscaras, en que Conde, el consabido macho hispano que repudia a la los homosexuales y travestis, hace un esfuerzo largo y matizado por comprender a ese colectivo, históricamente rechazado en la comunidad hispana. Se recrea el famoso caso de Virgilio Piñera, poeta proscrito por el régimen. Pero como se sabe que las obras de Piñera ya se publican en la isla, al igual que las de otros escritores anteriormente proscritos como Lezama Lima, y que además el gobierno de alguna forma ha reconocido su error en la censura de esos escritores, a estas alturas esa crítica que hace Padura Fuentes se queda a la altura de una reconvención de la cultura hispana que difícilmente ha admitido comportamientos y estilos de vida alternativos.
  6. Haga lo que haga el gobierno cubano, se expone al escarnio de algunos y a las albricias de otros. Pocos permanecen indiferentes ante Cuba. Evidencia más que sobrada ha puesto esta aserción de manifiesto a lo largo de las más de cinco décadas en que ha habido un régimen que ha provocado controversia en Cuba y sobre el que han girado, indiscutiblemente, opiniones de todo el panorama político; desde dentro, y más intensivamente, desde fuera. Una de las más recientes manifestaciones del gobierno cubano, que ha sido interpretada como cínicamente político-estratégica por algunos, y de cabal y desinteresada por otros, ha sido el envío de más de 400 profesionales sanitarios para ayudar a combatir la crisis del ébola en África, que en el otoño de 2014 hacía que el mundo entero se estremeciera, pero contra la que pocas naciones habían tomado medidas paliativas para con África más allá de las puramente económicas. Véase el editorial en The New York Times al respecto. Esta perogrullada, la de que sobre Cuba hay toda clase de opiniones, no obstante, merece mayor atención. Las incógnitas que circundan esta isla, su población y su gobierno, han hecho cumplirse el consabido refrán sobre “el pez que se muerde la cola”: cada vez nos enredamos más cuando intentamos criticar o defender Cuba, y nadie es capaz de salir del círculo vicioso que se propaga enérgicamente: los elogiosos tienden a serlo siempre, al igual que los renegados no están dispuestos a cambiar de opinión. En parte todo esto ocurre porque es verdaderamente difícil aclararse con respecto a Cuba, o en otras palabras, hablar con conocimiento de causa, efectivamente porque las fuentes de información han solido ser tan dispares: declaraciones oficiales rimbombantes desmentidas o auspiciadas por los mismos isleños; una potente, ruidosa y extremadamente atrincherada oposición encabezada por una gran parte de la población cubana en los Estados Unidos, que se enfrenta frontalmente y sin titubeos a sus detractores, o sea, a los simpatizantes del régimen y/o solidarios con su población; para rematarse en la mitificación desorientadora surgida en torno al supuestamente único verdadero “territorio libre en América”.
  7. En entrevista con Carlos Uxó en 2005, Padura Fuentes verifica la íntima relación que tiene con su ambiente: “La Habana en que yo crecí era una ciudad de barrios, y yo nací en uno de ellos, donde todavía vivo: Mantilla. Este barrio, en el que nacieron mi bisabuelo, mi abuelo, mi padre, y nací yo, es como un micromundo, como una célula que se integra al cuerpo mayor de la ciudad, pero que a la vez tiene su entidad propia… Por eso yo veo a La Habana desde mi ángulo más estrecho y definido que son sus barrios, con sus características y personajes propios” (35). García Pavón, por su parte, se ha convertido indiscutiblemente en uno de los hijos más famosos y recordados de su pueblo, Tomelloso. Calles y colegios llevan su nombre, además de un largo documental de Televisión Española de 1983, atestiguan la importancia del escritor para su pueblo, cuya importancia para el escritor queda de manifiesto innumerables veces en las novelas. Santos Sanz Villanueva afirma que el sabor de pueblo y el gran conocimiento del medio es lo que sobresale en sus obras: “Más que novela policiaca basada en grandes casos, la serie de Plinio está centrada en la recreación de historias de sabor popular, de las que antaño nutrían los pliegos de cordel, y en la observación incisiva y humorística de un peculiar medio humano y social, el de La Mancha natal del autor”.
  8. Las novelas de García Pavón transcurren en una época convulsiva en España en lo tocante a la distribución demográfica. Los años sesenta vieron prácticamente vaciarse muchos pueblos, sus habitantes rumbo a la ciudad para trabajar en las fábricas del País Vasco, Barcelona o Madrid, o como obreros a Alemania, Francia u Holanda. Para Lotario, fiel asistente de Plinio, sin embargo, no obstante ese movimiento, España seguía siendo la misma, de naturaleza atrasada, apegada a costumbres milenarias e inseparables de las faldas de la Iglesia. En la siguiente cita se advierte de nuevo una crítica indirecta, tal vez al franquismo o a la Iglesia, por no alumbrar más al pueblo: “Somos hijos del terruño y aldeanos del carro, ahora tractor… España es de los pueblos menos cultos de Europa porque alguien ha puesto mucho empeño en que así sea” (Las hermanas coloradas, 60).
  9. Máscaras termina por ser un esfuerzo enorme por comprender al otro, en este caso a la comunidad homosexual y travesti que ha sido históricamente maltratada en Cuba. Ahora bien, Conde se muestra agresivamente contrario a cualquier comportamiento íntimo (entiéndase sexual) que no considere normal (para él, heterosexual), y eso es consecuente con la actitud antigay no solo en Cuba, o en los países hispanos, sino en todo el mundo. Los interrogantes a los que se somete Conde son continuos, y al final empieza a romper “el mal hábito de las ideas fijas” y comprender que el travestismo “era algo más esencial y biológico que el simple acto mariconeral y exhibicionista de salir a la calle vestida de mujer” (73).
  10. La visión de Miami que se ve en Paisaje de otoño ejemplifica el rencor que Padura Fuentes parece tener hacia los que huyeron de la isla: “Pero la calle 8 no es más que eso: una calle fabricada con la nostalgia de los de Miami y con los sueños de los que queremos ir a Miami. Es como las ruinas falsas de un país que no existe ni existió y lo que queda de él está enfermo de agonía y prosperidad, de odio y de olvido” (75). Luego dice Conde, “Miami es nada. Porque lo tiene todo pero le falta lo más importante: le falta corazón” (76).
  11. Hay una referencia a la amnistía de 1966 con que el régimen franquista concedió el indulto de responsabilidades políticas a la gente que tal vez hubiera podido acogerse a él, en este caso a Norberto, el republicano de Las hermanas coloradas, que aún no quiere dejarse ver en sociedad.
  12. María Luisa Gil Moraga recoge un comentario hecho por García Pavón que muestra la moralidad con que se animaba a todos a vivir en los años del franquismo: “Si en vez de con tanta prosa mortuoria, nos educasen con dispositiva de fornicaciones históricas, de risotadas y siestas en hamacas, bajo los árboles, tocándose el tamborisco y con los ojos entornados, seríamos una humanidad más clara” (127). Como queriendo suplir esa falta, en todas las novelas de Plinio hay una fuerte dosis de actividad proclive a lo sexual, con abundantes chistes e incluso acciones de esa índole.
  13. En Paisaje de otoño se alude a lo que estaba próximo, el corte de suministros que supondría el desbaratamiento de la Unión Soviética: “La tienda indochina, donde ahora se vendían los que quizás fueran los últimos relojes soviéticos enviados desde un Moscú cada día más alejado y más inmune a las lágrimas” (69).
  14. Uno solo de ellos consiste en “Bacalao a la vizcaína, arroz blanco, sopa polaca de champiñones mejorada por mí con acelga, menudo de pollo y salsa de tomate, los plátanos maduros fritos y ensalada de berro lechuga y rábano” (Pasado perfecto, 230). Pero por lo mismo se sabe que es una “mesa insólita que Josefina luchaba cada día para armar” (229).
  15. En 2011 Arístides Vega Chapú publicó No hay que llorar, una interesantísima serie de reflexiones de escritores cubanos sobre la vida diaria durante el período especial. De entrada es muy notable que Padura Fuentes no participara en el libro, siendo como es, indiscutiblemente, el más conocido de los escritores cubanos de esta generación. Ese punto aparte, de los muchos y muy reveladores testimonios, la escasez de comida y el efecto devastador que ejerció el hambre sobre la vida a todos los niveles de casi todos los escritores incluidos en el libro, incluso anegando la posibilidad de escribir con el estómago vacío, es lo que sobresale. Relevante para este estudio es la reflexión de Dean Luis Reyes, que baraja la posibilidad de recurrir a la delincuencia con tal de poder comer: “No dudaría un instante en asesinar, aniquilar, en vender mis principios más preciados si estuviera en peligro de ser preso del horror del hambre… El hambre me ha hecho demasiado consciente de mi inmediatez, del estado transitorio de todos mis credos” (32). Fabienne Viala nota que el objetivo de Padura Fuentes en su tetralogía es “contar los dilemas cotidianos de los cubanos en el período especial, durante la grave crisis que pauperiza drásticamente al país tras la caída de la URSS” (1).
  16. En una reseña de Cuentos republicanos, una de las obras más conocidas de García Pavón, de 1961, Fernando Valls reafirma el espíritu republicano que también se percibe en las novelas de Plinio. En estos cuentos, que transcurren apaciblemente en la juventud del autor, lo que es “más notable es la reivindicación de la cultura republicana, de los sentimientos que trajo la República, que contrastaban con lo vivido en los años anteriores [la dictadura de Primo de Rivera que lógicamente en muchos sentidos se asemeja a la de Franco]. Por todo ello resulta difícil aceptar, como ha declarado el autor, que el título del volumen no tenga intenciones políticas… Lo que además recupera es no sólo sus raíces, sus orígenes ideológicos, liberales, republicanos…” (10). Parece factible que el mismo razonamiento se puede aplicar a las novelas de Plinio que, aunque lógicamente no se centran en la política, tiene los suficientes indicios e indirectas como para pensar que García Pavón quería manifestar su oposición al franquismo.
  17. María Luisa Gil Moraga afirma certeramente que la actitud de Plinio es “mostrar comprensión hacia el ser desgraciado que delinque” (194). El hecho de que en las novelas de Padura Fuentes el criminal no suele ser de baja clase socioeconómica no significa que no haya habido esa clase de delincuente en Cuba. A mi juicio la ausencia del caco común obedece a los mismos impulsos que se han señalado en el caso de García Pavón, es decir, que hay un esfuerzo por mostrar cierto compadecimiento hacia el pueblo llano y, de una vez, apuntar el dedo a otra clase de criminales, hombres de alto vuelo político o tal vez una joven maestra; personas encomendadas con mantener los principios más elevados de la Revolución, por los que, dice Padura Fuentes, hay “una nostalgia por aquel tiempo en que pensamos que las cosas iban a ser mejores” (Wieser).
  18. Padura Fuentes ha dicho de Conde que “es un hombre de principios que son inamovibles. Eso era muy importante para que él pudiera ser quien juzgara a esas otras personas aparentemente incólumes, aparentemente perfectas” (Wieser).
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