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La historieta pornoerótica en Venezuela
Fragmento del libro inédito El cómic impúdico

lunes 18 de noviembre de 2019
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“Fulanita”, de Gilberto Montilla
Fulanita, de Montilla, en El Gallo Pelón (Torres).

No ha existido nada semejante a un movimiento o corriente de cómic pornoerótico en Venezuela; tan sólo algunos acontecimientos, en el sentido de episodios que ocurren y desaparecen; tienen lugar entre la segunda mitad de la década de los cincuenta y los años sesenta; esto es, mientras las historietas lícitas están plenamente establecidas en Norteamérica y las clandestinas, las Tijuana Bibles, ya han entrado en declinación. La historieta pornosatírica en Venezuela experimenta un interesante revival a principios del siglo XXI.

Uno de esos acontecimientos inherentes a la historieta de inspiración sexual ocurre en el ámbito de las actividades lícitas o socialmente aceptadas, y se trata de la presencia del personaje Fulanita (aparecido en la década de los 70), debido a Gilberto Montilla, en la revista semanal humorística El Gallo Pelón, fundada por Carlos Galíndez, Sancho (Caracas, 1953).

Tanto la revista como el personaje que nos ocupa nacen bajo la influencia del historietismo argentino, cuya huella marcó el humorismo gráfico de toda Latinoamérica. Torres señala la revista Rico Tipo, del país austral, y dibujantes de esa nacionalidad como Divito, entre los principales modelos de otros realizadores del continente; a partir de ellos se establecieron convenciones del lenguaje del cómic latinoamericano y aparecieron “las infaltables mujeres ‘a lo Divito’, estereotipia de ‘chicas’ con trajes de baño mínimos y una anatomía sui generis de cuerpos exuberantes apoyados en pies microscópicos y puntiagudos” (Torres). La descripción concierne a Fulanita; no obstante, a través de la pluma de Montilla el personaje trasciende el estereotipo y alcanza originalidad, como efecto de su sensualidad y de la combinación en su personalidad de cierta actitud picaresca mezclada con un toque de seductora ingenuidad, y por la exageración volumétrica en ella —caricaturesca, pero sin perder voluptuosidad— de los reclamos eróticos anatómicos en la mujer. Dicen que fue inspirada por alguien que efectivamente existió; su nombre era Gladys, venía de la vecina Colombia y trabajaba en uno de los sitios nocturnos que abundaban en la Caracas de aquel momento.

Infortunadamente, Fulanita no dio origen a una corriente de dibujos eróticos en nuestro país; fue un acontecimiento que duró tanto como su creador y único realizador quiso dibujarla, o tanto como la revista que la vehiculó; pero ese mismo hecho le confiere un estatus especial en la cultura nacional: la hizo pionera y casi única; en efecto, ella y La Yuleizi (J. Torrealba), aparecida algo así como un cuarto de siglo después, son las imágenes netamente pornoeróticas dibujadas en los medios impresos venezolanos a todo lo largo de su historia; al menos, en cuanto a su carácter estable de historietas —digamos, para no incurrir en radicalismos; es posible que hayan aparecido algunas ocasionales en función publicitaria o como ilustraciones.

Fulanita fue una historieta de panel o recuadro único, que admite el calificativo de discretamente pornoerótica; ello, naturalmente, comparado con otras exhibidas en este libro; en su momento fue un dibujo “picante”, quizá al vero límite de lo pornográfico; el hecho es que Montilla siempre respetó las franjas del pudor, o partes del cuerpo humano que pueden ser mostradas en público sin ofender el sentido de la decencia, aunque muchas veces estuvo a punto de transgredirlas; en efecto, hizo de su personaje lo que diríamos en lenguaje vulgar la gran calientabraguetas de su época, esto es, una provocadora que ofrece más de lo que da; Fulanita siempre mantuvo velada su más íntima intimidad, y precisamente gracias a ese juego actuó como un poderoso acicate para la imaginación; tengo la impresión de que todos los varones de orientación hétero sexualmente competentes de la época estuvimos un poco enamorados de esa “muñequita de Esquire” o Montilla’s girl nuestra; probablemente contribuyó a aliviar muchas tensiones eróticas masculinas.

Uno de los episodios concernientes al cómic pornográfico en nuestro país lo protagonizó el autor de este libro.

Inducido por agudas razones nutricionales, a principios de los sesenta realicé una historieta pornográfica a partir de la ingenua y sufrida niña llevada a la literatura por los hermanos Grimm, que además de ser cruelmente acosada por la bruja de su madrastra, también ha sido pasto de cuanto versionista irreverente ha habido en la historia; titulé la mía Blanca Nieve y los siete bien dotados enanos. Mi socio en el negocio, un taxista prostibulario encargado de la impresión y comercialización, la vendió clandestinamente entre las oficiantes y sus clientes de los burdeles de Caracas; produjo aceptables beneficios, hasta que —¡maldita sea!— la policía capturó al sujeto. Es poco probable que se conserve algún ejemplar que sirva de testimonio de este capítulo de la picaresca nacional.

Décadas más tarde respondí de nuevo al impulso de dibujar cómics, aunque por otras muy diferentes razones: estando involucrados en el estudio científico de la historieta, quise experimentar el proceso artístico y técnico de realización de una de ellas; a tal propósito hice confluir dos intereses que me animan, la historieta y lo erótico con un toque de humor; así dibujé un cómic entre erótico y porno light; apareció una sola vez, y eso censurado; se trata de Es horrible ser gordo; en la reproducción de la media página que aparece en mi libro Ramillete de improperios (y manojo de extravíos) escribimos: “La historieta pretendía ser una serie… Logré realizar varios episodios en formatos de tira y página en torno al tema de los gordos que, no obstante esa condición, viven experiencias felices; alcancé a publicar uno solo” (en Feriado, suplemento dominical de El Nacional, 27-11-1987); me desanimé al verlo groseramente censurado en sus contenidos escatológicos, tratamiento que le restó buena parte de su gracia, y siendo este uno de los más ligeros venía a ser obvio que los demás no podrían ser publicados.

Otro capítulo de esta breve historia lo aporta Jesús Torrealba (Caracas, 1968) con su personaje mencionado supra, La Yuleizi. La seductora y descarada muchacha aparece en 2005 como proyecto de una historieta venezolana para ofrecer a publicaciones nacionales; se imprimió por primera vez en Venezuela en Cómics, revista de muy poco tiraje que se vendía y promocionaba a través del sindicato de prensa a los estudiantes de escuelas de dibujo; era casi un fanzine, vale decir, una publicación periódica hecha con pocos medios y de tirada reducida que trata de temas culturales (música, cómic, etc.) alternativos, de sólo mil ejemplares cada número. En parte el contenido sexual y en parte la crisis económica impidieron que el autor lograra publicarla a nivel masivo en medios reconocidos. “Logré venderla —declara Torrealba— a unos periódicos del interior, ya ni recuerdo sus nombres, a precios muy módicos, para que fuesen competitivos con los precios de los paquetes de tiras cómicas extranjeras. Luego la industria impresa se vino abajo y la publiqué en medios web, algunos de ellos ya ni existen”… Reapareció en 2010 en la revista U-Sex, que duró muy poco en el mercado.

La Yuleizi es la legítima heredera del trono de la ilustración pornoerótica en Venezuela, aunque considerablemente más audaz que su predecesora, Fulanita; en efecto, si ésta siempre se mantuvo en un precario equilibrio en el límite de esas dos posibilidades de tratar lo sexual, Yuleizi decididamente lo cruza hacia lo pornográfico mediante un dibujo agresivo en trazo y composición, con exageración de los volúmenes en búsqueda de un efecto grotesco; es un dibujo expuesto con un sentido del humor bastante ácido.

Desde el año 2000 hasta la actualidad, Torrealba ha colaborado con publicaciones encuadradas en el cómic, entre las que se cuentan ÉtnicaZuplementoVenezuela en Cómics y Cómic Mitos Urbanos.

Torrealba también ha realizado dibujos en el marco de la estética steampunk: aquella en la que se fusionan elementos propios de la ciencia ficción, de lo fantástico y de la cultura retro, y otra serie en el formato de historieta titulada Araña Peluda (Venezuela, enero de 2003), una superheroína, obvia parodia en clave porno de El Hombre Araña (Stan Lee/Steve Ditko), en la que el afán de epater con lo sexual —el intrusismo llevado al extremo— se hace radical, en el plano polo del hardcore sex. Diversas circunstancias desfavorables del país hicieron que este fanzine tuviera una sola edición de quinientos ejemplares. Pese a lo efímero de su existencia, viene a lugar exhibir una muestra de esta obra, tanto por su valor histórico en el contexto venezolano, como por ser un ejemplo insolente del contenido pornográfico resuelto mediante un dibujo poderoso.

Rubén Monasterios
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