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Destellos y mala conciencia

sábado 10 de octubre de 2015
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"A la sombra de los destellos", de Alberto Amengual

Ajedrez misterioso la poesía, cuyo tablero y cuyas piezas
cambian como en sueño y sobre el cual me inclinaré después
de haber muerto.
(Jorge Luis Borges, El otro, el mismo).

Veo el tablero y las piezas colocadas frente a mí: es un libro de poesía titulado A la sombra de los destellos, recientemente publicado por mi hermano Mario (Maracaibo, Colección Puerto de Escala, 2015) y yo, que he seguido su trayectoria literaria desde el comienzo, siento la urgente necesidad de escribir unas palabras, de reafirmar un acercamiento que, aunque signado por lazos de sangre, vaya más allá de un complaciente compromiso familiar. No es una concesión, es mi deber como hombre de letras que siente y padece la mala hora de Venezuela, y que admira los caminos con corazón que este poeta transita desde hace casi un cuarto de siglo (La arboleda deslumbrante, 1991; El tiempo de las apariencias, 2000; El pozo de la historia/Los extranjeros, 2001; El pozo de la historia, 2007; El cantante asesinado, 2009; La fiesta de La Democracia, 2011; El abismo de los cocuyos, 2013).

Cuando hago un recorrido memorioso por esta obra que abarca la poesía, la prosa poética y la novela, viene de inmediato a mi memoria la última frase del discurso que pronunciara el poeta Saint John Perse al momento de recibir el Premio Nobel: “Y ya es bastante para el poeta ser la mala conciencia de su tiempo”. ¡Con cuánta perseverancia y vehemencia sufrida Mario Amengual ha hecho suyas estas palabras! Con impredecible fortuna ha sido constante en sus designios, tiene conciencia plena de sus vivencias y asume los riesgos del compromiso: Si otros han destrozado su alma por el lucro / si no se reconoce otro mérito que la apariencia triunfadora y las marcas que ratifican el poder, ese pasto que necesita la opinión de los demás, ¿cómo puede pedirle a quien brega con las palabras y suele acogerse al silencio, que sume ladrillos al brocal de las apariencias? Contradicción aparente en estas palabras del poeta, porque Mario brega sin cesar con las palabras pero jamás se ha acogido al silencio, a lo cual podría responderme como el gran Walt Whitman; Me contradigo y qué, soy amplio y contengo muchedumbres.

Aunque nos rodeen la mediocridad y una moral depauperada, el poder transmutador del lenguaje, y en especial el lenguaje poético, jamás perderá su vigencia.

Cuando se labra el lenguaje en el terreno de la poesía, no es dable esperar mucho de los frutos, por lo menos no hay un tiempo fijado para su recolección. Mario lo sabe y espera, aunque a veces sus textos dejen traslucir un furor que puede parecer impaciencia: Pronuncian sus arrogancias / en tono de victorias bélicas, / confiados en que sus palabras emocionantes / ocultarán su vocación de verdugos. Furor comprensible si nos atenemos a la oscura realidad que nos ha tocado vivir, pero no impaciencia porque el poeta sabe, lo ha vivido en carne propia, que el poder de la palabra es inconmensurable y su poder transformador infinito. Aunque nos rodeen la mediocridad y una moral depauperada, el poder transmutador del lenguaje, y en especial el lenguaje poético, jamás perderá su vigencia porque en la cambiante historia de la humanidad siempre hay ciclos donde el espíritu, y con él el lenguaje, ocupan lugar de preeminencia y el individuo y la sociedad viven tiempos de esclarecimiento, lucidez y justicia. Podemos afirmar entonces, sin temor a faltar a la verdad, que la vida poética de Mario ha transcurrido entre las sombras y una luz precaria y breve, entre “el abismo de los cocuyos” y “a la sombra de los destellos”. No puede ser de otra manera, en esa dualidad natural de la luz y la sombra oscilamos, y el poeta, hombre siempre vigilante, atento y observador, capta las señales de la verdadera realidad hasta en los hechos más pequeños y poco llamativos de la realidad ordinaria. Y mucho más en los tiempos que corren, tiempo de sombras casi permanentes en el cual la luz se filtra a través de unos pocos individuos, esos que como Mario se han propuesto ser la mala conciencia de su tiempo, a pesar de los nefastos augurios que se ciernen en nuestro horizonte vital: Esta otra mañana de infames noticias, tráfago mercantil y discursos patrioteros, la exalta una niña que, tomada de la mano de su abuela y a cuyas rodillas apenas llega, lleva en su otra mano una flor de cayena como una ofrenda. Por eso no hay que desesperar del presente, porque el poeta está allí observando y de pronto, con el poder de su lenguaje, transforma una realidad deleznable en un destello que anula las sombras: lo que realmente vale la pena ver es a una niña con una flor de cayena en la mano como una ofrenda.

Dice Jacob Burckhardt en sus Reflexiones sobre la historia universal (1905): “El individuo contemporáneo suele sentirse totalmente impotente ante tales poderes históricos; por regla general se pone al servicio de la fuerza atacante o de la fuerza que opone resistencia. Son pocos los individuos de la época que logran encontrar el punto de Arquímedes al margen de los acontecimientos y consiguen ‘superar espiritualmente’ las cosas que les rodean (…). Tal vez esos pocos individuos no sean capaces de sustraerse a un cierto sentimiento elegíaco ante la necesidad de dejar que otros sirvan mientras ellos se abstienen. Tiene que pasar algún tiempo para que el espíritu pueda planear con absoluta libertad por sobre tales acontecimientos”. La cita viene al caso porque un poeta como Mario no se abstiene, lucha con la palabra, la moldea según sus necesidades vitales y nos va llevando por su camino con corazón a lugares sin tiempo, a encuentros y desencuentros con la realidad ordinaria, a valores como la amistad y la solidaridad; en fin, nos va llevando a esa realidad donde Yo es Otro y “si el cobre resulta clarín no será suya la culpa” (Rimbaud). De allí que, según sus palabras, “Tanta gente hundida / en los agobiantes problemas domésticos / o del trabajo / (o caídos en el abismo asfixiante del desempleo), no ve / (Cómo puede ver?) / el círculo del cielo que nos ensalza”. Fiel al texto de Burckhardt, asumo que el espíritu de Mario, en A la sombra de los destellos, planea con absoluta libertad sobre nuestra menoscabada realidad actual.

Por momentos pareciera que el poeta se torna pesimista, aunque quizá esté hablando de otros: Aún no es tiempo / para la palabra inconforme: le sobran espinas y le falta delicadeza / No coincide con el canto de los gallos y se ahoga en el ámbito de los pactos. ¿Se referirá acaso a tanta gente que ahora vive del pacto taimado y la promesa incumplida? ¿A gente cuya conducta no vale mencionar aquí? Si es así, el poeta hace lo correcto, los pactadores de oficio no tienen cabida en este ámbito y, fiel a sus principios, cumple con denunciarlos y de paso, los envía al título de uno de sus libros: El pozo de la historia.

Quisiera decir muchas otras cosas sobre este libro de mi hermano, pero prefiero que sean otros lectores quienes hagan tantos descubrimientos como los he hecho yo y que se atrevan, después de leerlo, a seguir sus “caminos con corazón” y se sumen al grupo de quienes quieran ser “la mala conciencia de su tiempo”.

Ya para finalizar debo decir que el último poema de A la sombra de los destellos está dedicado a mí y que, aunque las imágenes allí expresadas me conmovieron en lo más hondo, no lo voy a comentar. La razón es una sola: como producto de nuestro profundo amor fraternal es una historia que sólo a nosotros concierne. Si peco de egoísta sólo me queda esperar la dispensa y la comprensión del lector.

Alberto Amengual
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