Suspiros del ornitorrinco dormido
Luis Vásquez Coronel
1.
Exhala la rosa,
de sus pétalos
modelados,
esencia ennegrecida,
desliz a lo
desfondado.
Ondas de su alma
que me evaden,
que resbalan,
que agitan mi vida,
me escurren
en oscilaciones
oscurecidas
y
en oscilaciones
de calma.
2.
Pecíolos ajados
discurren hasta mí;
pita el soplo
en sus alrededores,
estremeciéndolos.
Porfío escapando
por espectros
endeblemente arbolados,
que con desencanto
tachonan sus garfios
en el ambiente.
Desde el fondo,
desde donde
se desenreda
la fonación incesante
de la alameda esqueleto,
en la superficie
se amontona
el desfallecimiento
de una estación.
3.
La vía se agita
de conmoción
esclarecida
por luminosidades,
con tanta diafanidad
que desnuda
al viento.
Al intimarme
con ese lugar
de fulguración,
aflora el miedo
y los hilos
de mis huesos.
Oculto en una mata
colmada de oscuridad
y teñida
con decisión,
la luminiscencia
es el aliciente
de la descomposición.
4.
El camino inhalado desde la floresta,
el gemido estampídico de hojas,
el murmurio de toda la montaña,
el aliento aterido del río,
el filo de la fisonomía del cerro,
el grito del hacha sobre el tallo,
la onda turquesa que se afina y
que cuelga de los cielos,
colmados de inconsistencia
ondulan en lo intenso.
Fluyen las púas y se esferan contundentemente,
cuellos cuadriculadamente inflados,
colas incendiándose oscilan quemándose
desde atrás;
la cara en declive, el lomo en alto y
sus patas afilándose, una iguana
baja transversalmente.
Silueta reptilínea,
el cocodrilo de pie:
un mapa atónito.