|
|
El reverso de Edipo Yo soy un asesino, y esta es mi confesión. No la escribo porque tenga muchas ganas de hacerlo sino porque me obligan, me han dicho que lo haga y punto, quieren que escriba con la mayor exactitud posible qué hice, cómo lo hice, por qué lo hice, y otras cosas que caben en un etcétera, por eso digo que es una confesión, o sea una colección de etcéteras que explican un crimen, porque yo cometí un crimen, es eso lo que me convierte en un asesino. Y empiezo declarándome como tal porque no quiero andar con rodeos, ni con misterios; después de todo, no veo nada extraordinario ni enigmático en lo que hice; claro que eso se lo debo a muchas personas que en estos últimos días se han encargado de hacerme entender, y de veras que ya no creo me resulte difícil explicarme, y entonces, ¿por qué darle vueltas al asunto? En definitiva, esto no es un cuento policíaco sino una confesión, y yo soy un asesino y no un escritor, y punto. ¿Por qué cometí el crimen? Prefiero empezar por ahí porque me parece que eso es lo que más les importa a todos, incluso a los que va dirigido este escrito; así, como ya conocen, en alguna medida, qué pasó, podrían, si lo desean, leerse el principio y, si no les interesa nada más, lo dejan y punto. Tengo una razón muy personal además, el porqué me resulta lo verdaderamente interesante. Yo cometí el crimen, ¿no es verdad? Entonces, todo lo otro lo conozco demasiado bien, lo viví personalmente, mientras que el porqué recién ahora lo sé, gracias a la amabilidad de los señores psicólogos y psiquiatras que se exprimieron las sienes, y exprimieron las mías, para llegar al meollo del asunto y... punto. Me estoy extendiendo demasiado y me rogaron ser conciso. Según ellos, y debo especificar aquí que no me queda más remedio que tomarles prestadas sus palabras y conclusiones para explicar el origen de esta tragedia (así le llamaban), el origen debe localizarse en los primeros años de mi vida, de los cuales apenas me acuerdo, excepto de dos o tres cosillas que ellos, con gran habilidad, debo decirlo, me hicieron recordar: primero, que yo quería mucho a mi mamá y lloraba cuando ella me dejaba solo; segundo, que a veces mi papá se me antojaba, sobre todo cuando iba de uniforme, un ser enorme, y me aterraba cuando me regañaba o castigaba; y tercero, que teniendo apenas cinco años, o seis quizás, deseé matarlo por primera vez; el hecho en cuestión me resulta algo difuso, yo hice algo malo, no sé muy bien qué (son tantas las cosas que no deben hacer los niños), y él empezó a regañarme furioso y a prometerme algún castigo seguramente terrible; yo, asustado, le vomité encima, de su uniforme especifícamente, y él me zarandeó violentamente, me gritó algo, y me pegó... o no me pegó y sólo me sacudió, no podría afirmarlo con seguridad, sí creo recordar que deseé que desapareciera, no exactamente que se muriera (no debía saber entonces qué era la muerte), que desapareciera como las palomas de los magos, que le pasara como a mi abuelo o a mi hermano menor que, de pronto, ya no estuvieron más. Este fue el despertar, creen ellos, de mis "deseos homicidas", algo con lo cual no estuve de acuerdo al principio porque yo no maté a mi... bueno, si están enterados de lo que pasó en definitiva pueden imaginarse la causa de mi desconcierto inicial. Pero lo cierto es que ellos lograron, con una paciencia admirable, extraer de mi memoria otros hechos que les permitieron rastrear, mientras yo parloteaba como una cotorra en el diván, "la evolución y desarrollo de mis impulsos homicidas". Les conté a los señores psiquiatras cómo volví a tener deseos de matar a mi padre cuando amagó romperme los juguetes acusándome de haberle extraviado un no sé qué que utilizaba para no sé qué, y yo, les aseguro, ni sabía que esa cosa existía; cómo él me reprochaba a menudo que mis calificaciones en la escuela podían haber sido más altas (el máximo, quería decir), y en ese momento yo pensaba que debía irse para la guerra como Mambrú, el de la canción; también lo deseaba cuando me prohibía utilizar ropa a la moda por considerarla extravagante, o cuando me obligaba a cortarme el cabello (hasta una vez él mismo me lo cortó, me hizo un pelado desastroso, yo ni quería ir así a la escuela, y él decía, orgulloso de sí mismo: "Ahora sí te asemejas a un hombrecito, y no como antes que lucías pájaro"), claro que yo siempre, luego de imaginarme, a veces hasta con lujo de detalles su muerte y entierro, sentía culpa y me recriminaba por esos malos pensamientos. A ellos les dije también, y a este dato le dieron mucha importancia, que yo sentía lástima por mi mamá, más que resentimiento, cuando ella le daba la razón a él, en mi contra, pues suponía debía sentir tanto miedo como yo de contrariarlo. Otros sucesos de mi vida completaron mi "historial psicopatológico", o sea el cuadro de mis traumas mentales (o así fue como lo entendí), donde se podía encontrar el "complejo de Edipo clásico", "froidiano" (¿?), "no resuelto", con la consiguiente y esperada "agresividad reprimida", que se manifestaba mediante "desplazamientos", en "actos hostiles" contra objetos, animales y personas. Ejemplos de tales actos fueron considerados:
Hasta ahora no había dicho que mi crimen consistió en matar a mi madre, y si lo había callado, no era por mantener ninguna intriga: estoy consciente de que esto no es un relato de misterio, y, por demás, los que van a leer estas líneas saben muy bien que la persona que maté era mi madre, sólo que si lo hubiera hecho antes quizás hubiera perdido el hilo, o sea, la lógica de lo que contaba, y empezado a hablar de algo que sólo ahora creo llegado su turno: qué hice, cómo lo hice. No lo evito más, llegó la hora..., y punto. El día del crimen pudo haber sido como otro cualquiera. Salí de la escuela y me dirigí directo para la casa. Cuando llegué, ella, mi madre, estaba llorando, mucho, con sollozos hondos y lágrimas que le inundaban la cara, no soportaba verla llorar, se volvía fea, vieja y triste. Él no estaba, siempre se marchaba cuando discutían, si hubiera estado allí me habría atemorizado, colérico era imponente: gritaba, agitaba las manos, caminaba de un lado a otro, amenazaba con partir y no regresar más. Como no estaba, en vez de miedo, sentí odio, un odio intenso que su ausencia convertía en un desafío interior. Me arrimé a mi madre, sentía mucha lástima por ella, hasta ese momento todo había sucedido como en otro día cualquiera en mi casa, hubiera querido abrazarla, mimarla, acurrucarme en sus brazos como un bebé, sólo intenté besarla, y entonces hizo como el niño de la escuela, me rechazó, y me gritó: "Fue por tu culpa otra vez, se enteró de que tú..." , y siguió hablando pero yo no escuché más, no quería escuchar más, no podía escuchar más, estaba atolondrado, como si un enjambre de abejas zumbara alrededor de mi cabeza, y la tuviera cubierta con una malla densa que me protegiera de sus picadas, y, a través de esa malla la veía a ella, escupiendo palabras venenosas como aguijones de abejas. Caminé hasta la cocina, despacio, debo haberlo hecho como los robots de las películas, el cuchillo estaba a la vista, el cuchillo grande y afilado de cortar las carnes, lo tomé sin saber qué iba a hacer con él, lo supe después cuando, de nuevo al lado de ella, la miré a través de la malla que cubría mis ojos, y mientras las abejas seguían zumbando sin piedad, saqué el cuchillo que ocultaba en la mano tras la espalda y lo hundí en su vientre, una, dos, tres veces, o que sé yo cuántas, pocas en todo caso, pero suficientes. La vi caer y estremecerse unos segundos antes de morir. Debía haber mucha sangre, en el suelo, en el cuerpo de ella, en mis manos, pero no le presté mucha atención, no me impresionaba como la de las películas. Dejé caer el cuchillo y me incliné hacia ella, sentía lástima por ella, después los psicólogos me preguntaron si sentí amor por ella en ese momento, pero no lo sé; sí recuerdo que, en aquel instante, pensé que había sido él, y no yo, quien la había matado, y un dolor muy grande se me clavó en el pecho, como si una piedra me hubiera pegado duro, justamente bajo mi tetilla, ¿ese dolor era el amor? ¿Es el amor? No lo sé, subí las escaleras corriendo, y ya en la azotea seguí corriendo aun cuando dejé de sentir piso bajo mis pies. Eso fue todo, quizás me disgregué un poco, podía haber dicho: maté a mi mamá y me tiré de la azotea y punto. Pero he querido contarlo todo, supongo que sea porque ahora sí puedo hacerlo, tengo una imagen tan nítida de los acontecimientos de ese día, demasiado, hasta la caída: volando lejos, fuera, por primera vez, del nido de mis padres, y el impacto en el suelo, simplemente como cuando la luz se apaga en la noche, y la oscuridad me adormece, y me duermo, y punto. No me morí, tuve tanta suerte, o no la tuve, no sé. Me pregunto si eso es bueno o malo, pero me cuesta trabajo responderlo, no creo que sea fácil, tampoco lo fue aclararle a ellos si había deseado matarme cuando me lancé de la azotea, o si sólo quise huir, les dije que tuve deseos de morir pero ahora dudo, quizás no, o quizás fueran las dos cosas a la vez, no sé si eso será posible, quizás ellos puedan saberlo mejor que yo, de lo que sí estoy completamente seguro es de que no he vuelto a sentir deseos de morirme, es posible hasta que ahora me sienta alegre, es una alegría rara, no como las de antes, no creo que sea tampoco esa felicidad de que hablan los adultos, imagino que nadie pueda sentirse feliz después de haber matado a su madre, por muy "psicópata" o "perturbado mental" que sea. De todos modos, no estoy triste por no haberme muerto, y gracias a eso, y a la amabilidad de los señores psicólogos y psiquiatras que, generosamente, y con enorme paciencia, me han ayudado a entenderlo todo, puedo escribir esto, y poner en orden mi cabeza, comprender, sobre todo, por qué, si siempre deseé matar a mi padre, terminé matando a mi madre, dicen que en ese momento me "identifiqué" con él, que "actué transformado" en él, y eso me alivia de culpas, de responsabilidad por lo que hice, me dicen también que lo hice por amor, y sé que ellos, que lo saben todo y son muy sinceros, no lo dicen para consolarme. El hecho de que le encajara el cuchillo en el vientre a mi madre tiene, me aseguran, un significado sexual, eso me desconcierta un poco, lo confieso, no era nada de eso lo que consideraba yo sexo, o lo que me hacían ver las películas y los libros, pero yo no conozco mucho de sexo, lo reconozco, y ellos sí deben saber; dicen que intenté matarme para reunirme con ella en el más allá, puede ser verdad, aunque nunca me creí de veras eso del ciclo, y de que allí están los muertos, tampoco me parece que lo creyeran mis padres, cuando digo esto algunas personas se escandalizan, y afirman que, si no quise matarme por "arrepentimiento" o "salvación espiritual", constituyo una "persona potencialmente muy peligrosa para la sociedad", pero de esto no estoy seguro, probablemente exageran. Me imagino que debo preguntarlo. No lo sé. Ellos sí deben saber, y punto.
![]() Letralia, Tierra de Letras, es una producción de JGJ Binaria. Todos los derechos reservados. ©1996, 1998. Cagua, estado Aragua, Venezuela
|