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Un viernes de loco estar o de loco irse
(What can Todo empieza alrededor de las 6:00 pm. Corazón Loco llama y pregunta: —¿Entonces qué, viejo, qué va a hacer ahorita? ¿Pa' dónde vamos? —luego mi cabeza se torna odio y pienso ("soy fuego interno de una copa mal servida en la noche"). —No sé, hermano, apenas sepa yo lo llamo. ¿Sí o no? —Todo bien, yo espero. Al rato llama el Inquisidor Rojo, espíritu ácido, mal nacido para los saludos y las despedidas, conductor de fines de semana agitados e intranquilos. El inquisidor rojo me arrebata, me promete un sexo y algún que otro armado de sueños; yo no quiero naufragar, no quiero los abismos, no quiero despedirme de mi madre y partir hacia la muerte. Mi vida es así, no entiendo el camino que conduce al corazón loco de mi fantasía de amor eterno. La calle se ha vuelto inestable, son las 8:00 pm y me siento invencible. El teléfono otra vez, la campana de arriba, el llamado al rincón de la peste, al balcón profano de los desdichados. "¿Entonces qué el Mareo?". "Todo bien, Mi Rey". "Vámonos pal circo, allá, a la luna de los lobos solitarios, al fin de la angustia y el comienzo de la comunión mal sana. En fin, al lugar donde morimos hermanos". "Pero si la espuma se me sube hasta los párpados, vos me recoges los pedazos y me untas el polvo mágico que me compone el sueño y me tranquiliza". "Claro que sí. O si no, la tierra puede abrirse y tragarnos enteros, como caníbal de boca seca y aliento de noche insecto zumbando la paranoia por estas calles que habitan mi amor pasado". "Hermano, ¿y ella qué?". "No sé. Debe estar fumando un sol, soplando la tripa y extrañándote. No entiendo cómo le hacés para olvidarla". "¿Que cómo? No ves que me voy pal circo, que me escondo en el estar loco y en el loco irse. No es fácil sobrevolar su rostro y no querer dejarse aterrizar un beso de halcón, cada vez que la altura ya no es medida exacta del dolor y que yo la veo. Viejo, tengo un corazón adicto al valle, adicto al paso lento y a la mutilación ciega. Yo camino como enfermo y me olvido a veces de que ella existe, y soy feliz. Feliz en la amnesia de media noche luego de la náusea hermosa de mi intoxicación joven de 22 años". "Pues camine, llame al Corazón Loco, al Inquisidor Rojo y vámonos. Vos sabés, a rey muerto rey puesto, o como dicen por ahí, Rey Negro". La ciudad siempre se me ha parecido a una mujer, con sus calles de vientre negro y sus edificios de seno blanco. La contradicción de un amor que no conoce el tiempo, mucho menos los vicios de una juventud perdida que la camina ciega, pero que la respeta y la teme. Me gusta rozar la ciudad, rozar sus pieles en las noches buenas, y esta noche es buena. Buena para mi madre, es un buen espacio para recostar mi dolor y dormirme loco, huérfano de besos en su abrazo asfalto de media noche. A las 10:00 pm el Inquisidor Rojo toca un ruido en mi puerta; ha llegado la hora para el delirio. Entonces yo compro un frasco, un paco, un paquete, montones de comprimidos que me inundan negro y acelerado. Mis amigos, los viejos compañeros de manicomio también ingieren músicas, musas, pelvis al costado y enfrentamientos con los rostros duros de los enemigos que pasan por nuestras cabezas y se siembran como corazón de alegres golpes. Es hora de los llantos y las mentiras, son las 12:00 pm y hay que reconocer que no somos felices en la bohemia; sólo (y esto como un gran "tal vez") miseria en la palma de la mano. Mi futuro de ojo rojo no me garantiza un lecho de mujer hermosa. Todo es mentira, traición, sublimación de dolor de infante proyectado en la mañana, en la cara, en el rostro, en el sello y revés del alma. ¡Qué le vamos a hacer! Somos militantes de un fracaso que se comparte en copas y fasos de labios gruesos; ahora que la gran mentira se devela y se olvida, como un sueño del Rey Lagarto, el asesino del amor. Mi mujer de edificios altos me es infiel, se ha ido con un mejor hombre, aquel que le regala un buen status y un buen hogar amoblado con presentes que la tranquilizan blanca hasta el sueño. Él trabaja para vos, ciudad de mi preso corazón, trabaja en tus senos, senador de la felicidad. Él siempre crea un mundo en el que te besa amable pero sin altura. Esta noche Inquisidor fuma mucho. La cara se le contrae en muecas de dolor futuro y me dice que se quiere morir. "Viejito. ¿Qué es esto? Cada ocho días La Parca. Vos ahí, llorás mujeres o madres, yo no sé. Té empinás un trago y te reís de todos. Qué güevonada la vida, si vos llorás y yo me embriago, ¿pa'qué carajos estar aquí? Sí, somos jóvenes pero no quemamos años. Siempre el mismo año, el de la soledad, el de chupar frío, el de mi amigo de corazón, el de mi amigo a náuseas, el de todos negros y reyes, monarcas de una pasión inútil". La noche es celo, el Corazón Loco me abraza, la calle vacía cuelga ebrios en las esquinas. Inquisidor empalador, carnicero de mi amante. "¿Vos crees que estamos vivos?". "A la luna le ofrezco un puño bien cerrado en la boca del vientre. Para morir en tu noche, necesito un lazo de luz plateada y un último beso de licor amarillo. Maldita la madre que bautizó el cadáver. Nunca estuve vivo en tus lunas llenas, nunca respiré amor en la calle ebria. ¿Y me preguntas si estamos vivos?". Náusea, al vómito de la vida; Corazón de manicomio, ya no tiene ganas de vivir; Inquisidor que reposa, en el ataúd donde lloramos y jugamos al suspiro. Todos sabemos bien adentro que, a rey puesto, rey muerto. Somos todos, Reyes Negros.
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