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Estrona
Cristales de estrona, hormona estrógena, vistos al microscopio con luz polarizada.
Amores y desamores, libido y conciencia

Octavio Santana Suárez

La incesante angustia de un padre desesperanzado por los horrores de una guerra civil y por la pelea ordinaria con sus sórdidas secuelas, ¿no propiciaba exilios ininterrumpidos en órbitas utópicas?, mil veces subrayó que el remedio no vendría de invertir papeles, porque compraríamos muy caro un mero canje de protagonistas, de opresores a oprimidos; ¡ay, por las tierras dramáticamente binarias!, ¿una amistad creadora frente a frente con una enemistad destructora?, ¿el amor domado por la agresión?, ¿siempre los males necesarios para ganar bienes?, sorprendente mezcla de coacción y convicción, ¿con la extraña pedagogía del sufrimiento colegimos bienes de males?, mejor barajar y dar de nuevo los naipes. Recuerdo con claridad la exquisita serenidad de una madre esperanzada, ¿no decía Durkheim que la religión hace humanos a los humanos?; y a pesar de las infinitas vicisitudes que aguantó consiguió con sus desvelos que los demás de su alrededor no visitáramos más de la cuenta los insondables desiertos del interior profundo. ¿La mente?, ¿una suerte de bola de nieve de sensaciones?, ¿una especie de acumulador de datos que envían los sentidos?, ¿y el concepto clave con que explicar cómo funcionamos?, de una gradación incompleta de azules, cualquiera sospecha el que falta sin la experiencia previa del tono en particular. ¿Qué pedimos a la vida?, respondería que llegar a ser felices y conservarnos en tal contento, ¿por qué no denunciamos el absurdo que evidencia una mayoría obstinada en la cruel desdicha?; ¿acaso un ambiente déspota no engendra una sociedad de déspotas? Y luego vino lo de cambiar de fiebres con el desarrollismo: de disponer de sirvientes pasamos a exhibir chucherías de lujo... mudamos de un nexo personal que implica dependencia a uno impersonal que no acostumbra a llevar la detestable sumisión; quizá el Neanderthal moliera por designios piadosos, ¿no deberíamos agradecer al mortero el éxito de la agricultura?

En un planeta que más parece un gimnasio moral donde probar los tendones del alma con que merecer la otra existencia, juraría que en los postres del período parvulario soporté mis primeras tensiones afectivas... cierta constelación emotiva, que calificaría de indeterminada, obligó a una conducta en ciernes a construir un cosmos a su medida, ¿todo estímulo externo no conforma un instrumento que motiva?; seguramente, con la perspectiva del trecho transcurrido hallaría la causa en el difícil sosiego de practicar la ambivalente realidad de caminar a solas o en compañía, ¿con qué nombre llamaríamos al corazón de un niño?, Sol del microcosmos, ¿y con qué invocación aludiríamos al Sol?, corazón del mundo. Ya que por su escasa devoción al riesgo, la razón ni procura un despegue vertical ni sumerge sus pies en ninguna miseria espiritual, organicé dentro de mi bullente sesera tempranas escenas de héroes y bandidos. Por carecer de materiales más apropiados eché mano de lápices y afiladores, ¿la punta de grafito sobre el espigado talle de madera no encarnaba de maravilla el arrojo de los audaces, y la acerada cuchilla a ras del achatado dado de metal no representaba a la perfección el arma de los cobardes? Como tamaños pares de criaturas consumían y consumían oportunidades de estudio, al final de la clase tenía que arreglármelas deprisa y corriendo, ¿quién no aprovecha el aviso de salida y juega a juegos distintos?, espoleado por un condenado toque de campana aprendí a aprender con más y más velocidad; desde entonces gasto muchas horas con los pensamientos más trascendentes en franca deriva y saco a flote las soluciones más urgentes durante los inquietos minutos últimos de la vorágine reflexiva. Hablo de estas cosas por un deseo de continuar por el conocimiento flexible de mí mismo, ¿no resulta preferible a observar las Tablas de la Ley?, prefiero el soborno al terror.

En el exasperante ritual de tomar la lección formábamos el rutinario semicírculo en derredor de la vieja mesa... delante del desleído pizarrón negro destacaba la maestra más atractiva de mi infancia, ¡qué fuerte enamoramiento empecé a padecer por su espléndido plante de mujer!, ¡andaba loco!, ¿cuándo no me fascinaron por entero sus ajustados suéteres acabados en cuello de cisne?; en cuantas ocasiones logré superar el amargo escollo de mi timidez le supliqué que no volviera a cumplir más años, ¿por qué demonios insistiría erre que erre con el calendario?, ¿no entendía que yo quería alcanzar su edad con la ingenua ilusión de casarme con ella?, sigo a Freud con lo de "detrás de cada prohibición hay un anhelo". ¡Uf, por la inmanencia de los hijos de Cronos en Cronos!, de poder empujar hacia atrás el tiempo extraería de la monotonía diaria su boca con frecuencia entreabierta por culpa de una discreta sonrisa de labios maduros, ¿sentada en una silla encima de la tarima, no asemejaba una diosa griega en plena juventud?, nada me importaba sino su contemplación... ni admiraba a los que precisaban de la zanahoria de los puestos de cabeza, ni rechazaba a quienes se dolían por constar en la cola; me bastaba con idolatrar en secreto a mi ensoñación corpórea de cabellos ondulados vestidos de luto, ¿no me arrebatan de pequeño las señoras de bustos turgentes y de pelo corto?, ¡lástima que nadie lleve hoy con su elegancia y soltura aquellas sugerentes faldas estrechas!, ¿libido y conciencia proceden de idénticas raíces?, en los sótanos de una complicidad así entran demasiados pretextos de tortura mutua. En un infierno en el que ni levantamos ni hundimos la voz engendradora, ¿cabe imaginar un sabor antes de que lo goce el paladar?, a duras penas logramos componer y dividir lo poco que encontramos, ¡trabajosos modos de incrementar el patrimonio! De grande consideré que permanecer pendiente de alguien significa estar a su merced, y que si extendiéramos la capacidad de amar al Universo en peso, descubriríamos una relación que no defraude la voluntad que prodigamos.


       

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