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Por qué hacer una investigación sociocrítica de la narrativa colombiana y mexicana de finales del siglo XIX

Nubia Amparo Ortiz Guerrero


Ideología y literatura

Michel Pecheux y John Beverley nos dicen que "las ideologías no están hechas de ideas sino de prácticas"; lo que plantean es que la literatura constituye una práctica ideológica específica, con algunas sugerencias al final sobre las tareas de la crítica literaria, particularmente en el contexto latinoamericano1.

La función de la ideología, dice Althusser, consiste en "interpelación del individuo en sujeto", interpelación hecha a través de "la representación de una relación imaginaria entre el individuo y sus condiciones reales de existencia"2. Es interesante señalar que "relación imaginaria" aquí no quiere decir "irreal"; involucra más bien el concepto lacaniano de lo imaginario como un orden o estado psíquico previo al lenguaje y a la formación de una clara identidad, donde el individuo comienza a desarrollar un sentido de sí mismo como sujeto.

El trabajo ideológico consiste en producir, articular, sujetos con identidades coherentes de género, clase, etnia, nacionalidad, apropiadas a su lugar y dentro de un orden social concreto. Podemos decir que en toda sociedad el lenguaje es el sistema simbólico principal a través del cual los seres humanos que la componen representan su relación con las normas y los proyectos de la colectividad social. Esto nos lleva a afirmar que el terreno de la interpretación ideológica es esencialmente, aunque no exclusivamente, el discurso. La literatura, como una práctica discursiva especial es, entonces, en esas sociedades donde se ha desarrollado, una práctica ideológica por excelencia. Francoise Perus al respecto plantea:

    "Sin duda, el desarrollo material de la sociedad se acompaña necesariamente de una creciente división y especialización del trabajo material e intelectual, que reediten las formas de aprehensión y representación de la realidad, y las distintas esferas de aplicación del saber. Pero la literatura, que no es propiamente un saber, sino una práctica especifica en la ideología, situada al nivel de lo vivido, sentido y percibido, no participa de la misma manera que las distintas disciplinas científicas de la creciente división social del trabajo intelectual..."3.

El concepto de ideología y práctica ideológica desarrollada por Althusser que acabamos de bosquejar, permite conceptualizar de diferente manera la relación entre arte e ideología. Si la ideología es lo que constituye el sujeto con relación a lo real, entonces el campo de la ideología no se limita a cierta "visión del mundo" o "programa político" o forma de conciencia "enajenada" como la religión, sino abarca el conjunto de prácticas de significación social: es decir, la cultura. Desde el punto de vista de la ciencia, cualquier ideología comprende una estructura de equivocación análoga a la idea lacaniana de la etapa-espejo en la formación de la psique. Sin embargo, un sujeto individual o colectivo toma conciencia de sí mismo como tal solamente a través de un continuo proceso de interpelación. En otras palabras, la ideología es la condición de toda práctica social; y toda práctica social es una práctica en una ideología4.

En relación con esta noción de "verdad para el sujeto" y la paralela problemática de la ideología, Etienne Balibar y Pierre Nacherey han desarrollado el concepto de un "efecto de realidad" o "pseudorreal" en la representación literaria. Según ellos, un texto literario —una "ficción" en el sentido genérico que confiere Borges a esta palabra—, lejos de reflejar lo real de la sociedad y la historia (como la epistemología mimética de Lukács, por ejemplo), da más bien una sensación de lo real, mediatizada por el deseo. El texto literario en su materialidad articula un espacio social ficticio, imaginario —o, como en el caso más explícito de la utopía literaria, una sociedad imaginaria—, es capaz de producir en el lector sensaciones de nostalgia, bienestar, asco, temor, peligro, odio, etc. (a través de —entre otras muchas formas de significación literaria— la identificación del lector con el héroe, por ejemplo). La literatura es una forma de experimentar lo real, confirma o problematiza la relación del sujeto con lo real.

Lo que Jean Franco ha escrito con respecto al Macondo de Gabriel García Márquez —"ficción", como se sabe, que funciona como una condensación simbólica de la historia y la sociedad latinoamericana— quizá pueda ayudar a aclarar o por lo menos concretar el uso del concepto de un imaginario social literario. Ella señala que en García Márquez, tanto como en la novela del boom en general, se duplica el concepto cultural del autor.

Esto equivale a decir que la narrativa de García Márquez no es la representación de la realidad histórica y social de América Latina (es o ha sido algo que sería el objeto de estudio de las ciencias sociales, por ejemplo), sino más bien la representación de la realidad de esas identificaciones imaginarias a través de las cuales se ha "percibido", "vivido" y "sentido" esa realidad. Un texto como Cien años de soledad no sólo es una representación dentro de la ideología —un imaginario social— que presenta una manera de "percibir", "sentir" el pasado histórico y el potencial de América Latina en su etapa de liberación nacional.

En su momento histórico de origen, los textos que componen el canon literario (tanto como el mismo canon como institución cultural) tienen una pertenencia de clase y, consciente o inconscientemente, cumplen la función de asegurar las condiciones de dominación social. Parte de la tarea de la sociocrítica ha sido demostrar precisamente esa "determinación social de la forma literaria" negada como posibilidad por el formalismo.

Pero, ¿por qué? ¿Con qué visión estratégica de la relación entre literatura, crítica literaria y política de masas? Volvamos al problema de la distinción entre arte e ideología con la cual comenzamos. Si como sugerimos, esta distinción carece de rigor, sin embargo, puede tener un valor coyuntural en ciertas circunstancias: precisamente, como ideología.

Estamos conscientes de la validez de la observación de Walter Benjamin acerca de que todo documento de la civilización es también un documento de la barbarie. La literatura es, al menos en la forma en que se presenta como institución social ante nosotros, un fenómeno determinado por la lucha ideológica burguesa contra la cultura feudal o precapitalista. Su generalización como forma cultural en el mundo moderno depende, entre otras cosas, de su utilidad ideológica como sucedáneo secular de las formas discursivas de la religión o la narración oral épico-mitica; la teología de la imprenta y el advenimiento.

Aunque sea parte de la ideología de lo literario concebir a la literatura como un modo de expresión "universal", aquello que la literatura interpela no es él "genero humano" o la "nación" o el "pueblo", sino más bien al "público lector": es decir, en toda sociedad de clases, las llamadas "clases educadas". Como se sabe, en muchos países éstas son, a su vez, una fracción muy pequeña de la población, dados los problemas de analfabetismo o alfabetización parcial, y a veces la falta de desarrollo o institucionalización de la misma literatura nacional. Sin embargo esto no quiere decir que carecen de importancia. Las "clases educadas" presentan una gama de posiciones socioculturales contradictorias que pueden ser movilizadas a favor o en contra de un proyecto político concreto. Para Gramsci, uno de los terrenos de la constitución de lo nacional-popular como forma de hegemonía es, precisamente, la literatura.

Como se sabe en muchos países de América Latina, para estudiantes, profesores, profesionales y técnicos de todo tipo, así como para sectores de la burguesía nacional, no existe siempre una identidad de intereses con el Estado oligárquico dependiente, representado en su forma más característica, aunque no única, por la dictadura militar, dada entre otras cosas la incapacidad de dicho Estado para llevar adelante un proyecto de desarrollo nacional propiamente burgués. En este contexto, la articulación diferencial de un interés nacional-popular antioligárquico puede tomar la forma de una creencia que el bloque de poder dominante no permite, o es incapaz de adelantar, el desarrollo pleno de la cultura —tanto las formas elitescas (bellas artes, poesía, literatura, educación universitaria) como las populares (lenguas y culturas indígenas o minoritarias, fiestas y otras tradiciones populares).

La máxima eficacia política se consigue precisamente con la caracterización de la misma oligarquía como filistea. Lo "estético" en sí, a diferencia de su carácter generalmente afirmativo dentro de una situación de normalidad burguesa, puede en este caso agudizar un sentimiento de desacuerdo con el status quo nacional, y servir como estímulo y contexto a la vez para una concientización personal y política.

De allí, la función de la poesía o de la canción en el desarrollo del compromiso revolucionario en varios movimientos latinoamericanos, recientemente, por ejemplo, en el sandinismo y las organizaciones populares salvadoreñas. Es el caso de poetas como Roque Dalton, Ernesto Cardenal, no se trata simplemente de averiguar la presencia de una "conciencia social" en su poesía, como si fuera otro elemento —positivo o negativo— de su eficacia estética. El problema, al contrario, es entender cómo condiciona el éxito o fracaso estético de su poesía su eficacia política para organizar y alentar el movimiento revolucionario en sus países: cómo, en otras palabras, se comprometen en la producción de una "literatura de partido", para acudir a un concepto de Lenin (con la salvedad de que tanto el partido como la literatura van a ser distintos de aquéllos tradicionalmente asociados con el leninismo).

Insistir en la importancia de las prácticas artísticas y críticas dentro de un proceso de movilización política no quiere decir que todas o cualquiera de ellas sean igualmente relevantes en un contexto dado. O que cuenta como significante cultural importante (y para quien está mediatizado por tradiciones nacionales y regionales en compleja interacción con formas culturales internacionales y distinciones de gusto relacionadas con diferencias de raza, clase, género, edad, etc.).

Por una serie de razones, sin embargo, la literatura como ideas o institución ha tenido un valor ideológico especial en América Latina: v.g. la función del barroco literario como signo de una autoridad metropolitana en la Colonia (donde el dominio de la escritura misma era algo que distinguía al colonizador de las masas indígenas colonizadas), pero también como un modo de expresión para una naciente conciencia criolla; el papel del escritor liberal-romántico durante la guerra de independencia como una especie de "conductor de pueblos", capaz de "informar" a través de su retórica los procesos de liberación y formación nacional; el cultivo del esteticismo y de la poesía en particular por los intelectuales orgánicos de la oligarquía terrateniente desplazada por el imperialismo a fines del siglo XIX (fenómeno que ha estudiado Françoise Perus en su libro Literatura y sociedad en América Latina: el modernismo); o la idea del escritor genial con foco simbólico de la voluntad nacional y por lo tanto posible candidato presidencial (Sarmiento, Gallegos, Neruda, la siempre discutida y postergada candidatura de García Márquez en Colombia, etc.).

En sociedades donde, a causa de un desarrollo cultural y pedagógico desigual, el analfabetismo está muy extendido, la poesía y la retórica política tienen la virtud de presentarse a la transmisión oral. Al mismo tiempo, incluso ante la población analfabeta o aquellos que tienen un limitado acceso a la literatura culta, se le atribuye al escritor y a la literatura un aura de autoridad y carisma. Sergio Ramírez, novelista y ex presidente del gobierno sandinista en Nicaragua, observa por ejemplo que la figura de Darío "siempre estuvo en el alma popular nicaragüense, como un gran orgullo intuido e incomprendido, un genio de hazañas ignoradas, que venía de lejos vencedor de la muerte y triunfaba sobre cualquier otro genio, como señor de los ingenios, versificador infinito y fabricador de rimas imposibles, porque la poesía como tal, y la inspiración, son valores frente a los que rinde su admiración sin límites este pueblo". En un sentido más directamente político el letrado como líder revolucionario es parte de una larga e importante tradición en América Latina que va desde Tupac Amaru, el Padre Hidalgo, hasta Fidel Castro. Su figura y/o su obra constituyen un significante ideológico donde la "iletrada" voz del pueblo puede convertirse o encontrarse a sí misma reflejada en un discurso de poder equivalente a, y por lo tanto capaz de desplazar, la cultura oficial de las clases dominantes.


La narrativa colombo-mexicana y la problemática político-social

Se ha seleccionado para un trabajo de investigación el aspecto de la sociocrítica en la narrativa colombo-mexicana de finales del siglo XIX, concretamente la obra de Eugenio Díaz y la del mexicano Manuel Payno, ambos escritores costumbristas. Ya decíamos que el asedio hubiera podido ser desde el estudio de la organización política, o desde la economía, la evolución histórica del país o el aspecto religioso. Es en la narrativa colombo-mexicana y en casi toda la de América Latina, donde se brinda un testimonio inmediato. Al respecto son muy claros los planteamientos que hace Fernand Braudel, cuando manifiesta que para tener un conocimiento personal de América, se tiene que leer su admirable literatura, la cual es directa, ingenua y decididamente comprometida: permite hacer miles de viajes con la imaginación y su testimonio es de una claridad tal que supera a todo lo que los reportajes, los estudios sociológicos, geográficos e históricos pueden ofrecernos5.

La narrativa europea ofrece también un valor testimonial; pero la sociedad en que nace tiene un grado tal de complejidad que no puede ser totalmente significativa de la realidad social, Román López Tamés plantea que en Colombia como en toda Iberoamérica, Argentina sería una excepción por razón de evolución histórica, clima y población, la novela denuncia su raíz en la épica, dimensión ya diluida en el largo camino de la historia europea.

    "Podría decirse que las obras de Gallegos, Rivera, Carpentier, Asturias o García Márquez tienen una función social, perdida en los países de larga tradición cultural, una tendencia a ofrecer un mundo en su plenitud y señalar los lineamientos de la colectividad que nace en balbuceos, ofrecer modelos de conducta o rechazos, horizontes de valores morales. Porque la narrativa colombiana insiste en temas que se repiten obsesivamente como en relatos épicos y traslucen una pretensión testimonial y didáctica"6.

En Europa hay tal pluralidad de status y roles, que hacen múltiples los mundos de la novela, cada vez más lejos de su fuente y necesidad de ser en la épica. García Gual recuerda que Hegel consideraba la novela como la moderna epopeya burguesa en una sociedad prosaicamente organizada7.

En Colombia, México, en América, tan multiétnica y pluricultural, existe una necesidad común: "Perfilar su fisonomía, crear el hombre americano mestizo y ofrecer a los que detentan el monopolio de la historia un repertorio de logros culturales originales"8. Podemos anotar de esto que el continente recién nacido posee como un aliento épico y que la narrativa es participe de cosmogonías, leyendas y fundaciones míticas. Lukács lo plantea: "¡Bienaventurados los tiempos que pueden leer en el cielo estrellado el mapa de los caminos que les están abiertos y que se ve seguir por la luz de las estrellas! Para ellos todo es nuevo y no obstante familiar"9. Pero todo esto se vislumbra como imposible. En Colombia, México, especial América Latina, desean construir su propia vida no fijándose en esquemas como el europeo, donde todo parece desencantado. He aquí que el colombo-mexicano mire, abre bien sus ojos a su entorno e inicia su propio camino.

Entre los factores de la lenta adquisición de toma de conciencia, construcción de morada histórica, el principal es el crecimiento demográfico en cruce racial incesante. Quizás sean hoy Colombia y México los países que están más cerca de lo que Vasconcelos llamaba la raza cósmica, triétnica, distinta del indio, del negro y del blanco. Este hombre nuevo tiene en su textura nerviosa, aún no sedimentada, tres concepciones del mundo, que son a su vez interpretaciones míticas. Es el abuelo blanco y el abuelo negro de Guillén, el quechua que habla por la boca de Arguedas. Observar este proceso es como asistir, si privilegiadamente pudiéramos, al nacimiento del mestizo romano-germano-árabe. Y el mestizo americano se manifiesta con narraciones que tienen el vigor y la ingenuidad normativa de la epopeya, y con el lenguaje directo, alegato, difícilmente llamada novela, de la denuncia social. Rulfo y sus luvinas en busca afanosa de los pasos perdidos de todas las mitologías hasta llegar al embrión de lo americano. García Márquez cree que ha llegado el momento de decir muchas, ¿pero es que antes los escritores no lo hacían?

Analizar la relación existente entre las dos realidades, que son la sociedad y la obra de ficción, es el primer objetivo de esta investigación. Viene un gran interrogante, ¿es la novela un mero trasunto de la vida? El lema de la sociología literaria es la naturaleza del mundo logrado y coherente, y su vinculación con el entorno es uno de los más citados. El autor toma de la vida, está condicionado por la lengua, sistema que le impone en última instancia una forma de concebir el mundo.

Goldmann dice: "Creo, en efecto, que tratar de comprender la creación cultural al margen de la vida global de la sociedad en que se desarrolla es una empresa tan inútil como tratar de arrancar, no provisionalmente y por necesidades de estudio, sino de una manera fundamental y duradera, la palabra a la frase o la frase al discurso"10.

Al pretender usar la narrativa como medio de conocimiento de la realidad colombiana, no queremos descartar los aportes que hace la sociología sobre ella. La narrativa tiene un tiempo determinado y nos brinda aspectos políticos, sociales, históricos, entre otros, de toda una comunidad. Aunar ambas dimensiones: la obra como logro formal y estético y su vinculación con una realidad social es la pretensión difícilmente alcanzada. Una sociología de la novela estudia el origen social del escritor, sostenimiento económico, trasfondo social de la obra, influencia en la sociedad.

Escarpit estudia la relación con el público, los procesos de edición, distribución y consumo, problemas que parecen periféricos pero que aportan luz como condicionantes de la labor del autor. Luego viene el gran interrogante: ¿qué hace el novelista? López Tamés nos dice: "Elabora con la palabra un mundo cerrado, narración que empieza y termina. Hay un paralelo entre lo escrito y lo vivido, pero no es historia, por ejemplo, con la pretensión de decir una época objetivamente, deja de deslizarse la escala de valores del autor, como pone de manifiesto la sociología del conocimiento. Por otra parte, el historiador, el sociólogo se sirve de categorías: generaciones, estilos, tipos ideales, como en Weber, generalizaciones que suponen una inevitable simplificación de la realidad empírica. Los tipos ideales de Weber no están lejos de los personajes del novelista o las formas de vida de Spranger"11.

Goldmann ya nos había hecho estos planteamientos. Hay una especie de dialéctica fecunda entre la obra imaginaria y las condiciones sociales y económicas de los grupos sociales. La novela será un epifenómeno de un pensamiento colectivo. Hay una homología entre estructura de la obra y la de ciertos grupos sociales a los que el autor pertenece. La relación esencial entre la vida y la creación imaginaria no se refiere a los contenidos, son a lo que se llama estructura mentales, categorías que organizan a la vez la conciencia empírica de un grupo social y el universo imaginario creado por el artista.

Hay una diferencia entre el autor colombo-mexicano y el europeo, y es la distancia que media su vida y ámbito y el tema de la obra. Balzac o Galdós escudriñan el mundo que escriben. Cualquiera que sea el status del personaje, hay una identificación y posibilidad de vivir cualquiera de esas vidas. Entre el autor y el tema, en Colombia como en México, la distancia es grande.

Es un mundo lejano. Hay muchos mundos en un país sudamericano, que no pueden ser abordados con la caracterización europea de clases sociales. En su definición hay algo más que el criterio económico y la concientización. Inevitablemente, el escritor, como dotado que está de medios de cultura y expresión eficaz, pertenece o se asocia a la clase rectora, propietaria de la tierra y de los medios de producción, así como a la oligarquía política tradicional.

Entran así, en la narrativa colombo-mexicana, las ansias de extender la justicia social, quedándose a un lado la agonía, manifiesta en las letras contemporáneas del mundo, por explicar y situar al hombre —en cuanto hombre: naturaleza e individuo— dentro de los límites del universo. De forma que si se pregunta cuál es el espíritu distintivo de nuestra novela última, habría de pensarse inevitablemente en su carácter sociológico con su acusada índole de muestrario de miserias, problemas y dolores sociales: carácter que aleja a la novela de la consideración del destino individual humano y que recuerda igualmente aquel "realismo social" vigente en otras latitudes y cancelado hoy. Si de hecho no nos corresponde dilucidar el acierto o el desatino de la literatura y el arte "comprometidos", es decir, colocados al expreso y directo servicio de una ideología, debemos, en todo, registrar su aparición y permanencia en la obra de ficción, afirmando que tal urgencia es causa, quizás, de la ineptitud subjetiva para incorporarla debidamente a la creación artística, ha redundado las más veces en gravoso arrastre de la significación poética exigible a toda obra que ambicione aparecérsenos con un poco de solicitud por su plaza y dignidad en la historia de las letras.


Notas

  1. Beverley, John. Ideología, deseo, literatura. En: Revista de Crítica Literaria Latinoamericana. Año XIV, Nº 27, primer semestre de 1989; p. 7. Regresar.

  2. Althusser, Louis. Ideología y aparatos ideológicos del Estado, en notas para una investigación, 1971. En: Revista Milenio, Nº 4, 1989; p. 4. Regresar.

  3. Perus, Françoise. Historia y crítica literaria. La Habana. Casa de las Américas, 1982; p. 25-26. Regresar.

  4. Beverley, Op. Cit. p. 11. Regresar.

  5. Braudel, Fernando. Las civilizaciones actuales. Madrid, Tecnos, 1966; p. 371. Regresar.

  6. López Tamés, Román. La narrativa actual en Colombia y su contexto textual. Valladolid: Universidad de Valladolid, Colección Castilla, Nº 3, 1975; p. 38. Regresar.

  7. García Gual, Carlos. Los orígenes de la novela. Madrid: Itsmo, 1972; p. 24. Regresar.

  8. López Tamés, Op. Cit. p. 16. Regresar.

  9. Lukács, George. Teoría de la novela. Buenos Aires: Siglo XX, 1966; p. 29. Regresar.

  10. Goldmann. Literatura y sociedad. Barcelona: Martínez Roca, 1969; p. 208. Regresar.

  11. López Tamés, Op. Cit. p. 21. Regresar.


       

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