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Textos filosóficos

Ivanóskar Silén


Los pensadores del "establishment",
o los-Quincalleros-del-pensar

"Hasta hoy la filosofía ha sido la gran escuela de la denigración...
los mediocres son más valiosos que los excepcionales...".

Federico Nietzsche (El nihilismo).

La función de la filosofía es la de reinventar políticamente el sentido mismo del mundo. Este sentido del mundo es el sentido mismo de ser hombre. Separarlo, como se ha intentado burguésmente, es instaurar una vez más la crisis de la continuación del poder establecido. Por otro lado, este agotamiento de los-pensadores-del-"establishment" no es gratuito. Está en ellos como síntoma de la crisis de los valores que la demokracia exhibe en la violencia de la Otan. Este pesimismo de los pensadores, esa contraportada del optimismo, no es natural, no es una moda, ni siquiera es el resultado de la pose, sino que es el "accidente" mismo de la-esencia-de-la-demokracia: su ser corrupta. Este pesimismo es la manifestación del ser mismo del poder ante sus propios proyectos, o ante "el agotamiento", como dice Susan Sontag en Estilos radicales, "de sus posibilidades". Esta "democratización" del mundo a través de la guerra y de la muerte (los héroes como los mercenarios de la demokracia) no es otra cosa que la-occidentalización-como-decadencia, la uniformidad y la vulgarización del mundo que nos aplasta con su desvalorización. Este mundo que recrean los representantes y los concejales es la muerte de todo lo que significa la diferencia.

Es debido a esta crisis de los valores que el silencio político de la filosofía se halla delante de nosotros. Los quincalleros anuncian que no hay valores, que todo está relativizado. Pero ellos olvidan, aun delante de los cuerpos yertos de los jóvenes que se llenan de hormigas, que la vida humana es el valor radical. Es el valor radical de todo proyecto y no hay nihilismo que pueda reducirlo a nada. Por este valor somos y por este valor luchamos. No estamos hablando de un nuevo humanismo, estamos hablando de lo sagrado mismo. La vida del hombre no es una receta, ni siquiera un concepto como el del "ser" donde ésta late. La vida humana, este principio insobornable, antiposmoderno y antinihilista, es lo radical mismo.

La ecuación es, entonces, simple: los pensadores están en crisis porque el capitalismo se ha convertido en la violencia constante de las máscaras que se disimulan a sí mismas ante la crisis que las constituye. Es inútil intentar resolver las contradicciones del sistema democrático, porque es este sistema el que las genera, el que las convierte en abstracciones, en fugas, en miedo, en silencios y hasta en la fama precaria de los pensadores. La libertá se fatiga en un círculo dantesco e infinito en donde los-Quincalleros-del-pensar han optado por la despolitización misma. Estos pensadores, a pesar del intento fallido de reconciliar las contradicciones morales y políticas, no olvidemos las económicas, han optado por el sistema que los abisma y los compra. Las contradicciones del pensar de hoy se han convertido en las mercancías idóneas del mercado democrático. Estos pensadores han tomado la decisión de ser el crimen que la demokracia oculta y trafica capitalistamente en el mito del "progreso" y de sus ediciones de lujo. Este "pacto" que cada cual realiza exitosamente en su revista, en el cuarto oscuro de su salón de clase, en su propia bajeza, es el gesto mismo de la delincuencia-postmoderna, posee un sonido que es aparatoso: el del silencio. Su palabra, las-palabras-de-los-Quincalleros, ese mal olor de la consciencia, sabe a necrofilia. Lo "maligno" en ellos, aunque lo ignoren, es ser el sistema que los perturba y que ellos no pueden resolver porque no se resuelven a sí mismos. Angustiados, entonces, paranoicos, sin poseer una verdadera salida a la realidad, giran oníricamente en el laberinto de sus "ilusiones" sin tener el coraje de rebelarse, de hacerse rebelión, o sin poseer la pasión del suicidio mismo.

El silencio filosófico, una vez más, está delante de nosotros.

El capitalismo ha olvidado el aspecto moral del hombre y se escandalizan estos lectores, estos actores, con la vida misma cuando los jóvenes matan. Se molestan, enfebrecidos, cuando algún otro pensador les señala que son ellos, y no la violencia de la televisión (ni la violencia de la razón, ni la violencia de la imaginación) el verdadero sentido del crimen. Estos jóvenes los copian de la misma forma como ellos copian e internalizan al sistema. Es natural, entonces, que estos jóvenes, siguiendo el ejemplo de la-policía-racista y de los-mercenarios-democráticos, maten con el mismo cinismo de sus "maestros". Si la demokracia mata cínicamente, ¿por qué no han de matar estos jóvenes? ¿No se basa la demokracia en el delirio mismo de su libertinaje? Es "natural" que los jóvenes se identifiquen con los-asesinos-intelectuales-de-la-Legislatura-de-turno y les dé por realizar esos crímenes, como la aventura ideal, de la anarquía demokrática. Es "natural" que estos jóvenes, en la rebeldía de su despolitización, se comporten como los asesinos que los gobiernan. En un mundo donde no hay valores, donde la demokracia misma es el "valor" vacío de la representación anónima, donde sólo hay envidias, competencias desleales, soledades extremas, traiciones, locuras racionalmente organizadas, discotecas, música, droga, estrellas de cine, suicidios, "éxito", anonimato, "cristianismo"-burgués, etc., ¿qué otra cosa se les puede exigir, entonces, a estos Aquiles de la soledad? Se les podría exigir una sola cosa: ¡que tiren abajo el sistema! Aunque para ésto haya que educarlos (cosa que no hace nadie). Pero también se les puede exigir que no maten; si estuviéramos dispuestos a cambiar el sentido mismo de la vida, podríamos exigirle ésto. Pero si los jóvenes han tomado la terrible decisión de matar, entonces, que lo hagan políticamente. Que comiencen la-revolución-posible-del-amor-a-ellos desde las calles oscuras de la demokracia.

Estos jóvenes, a pesar de los representantes, no son ciegos. Aun así, cometen y siguen cometiendo el error de matarse entre ellos, porque repiten tontamente el gesto esquizofrénico de sus-"héroes"-mercenarios. Se matan a sí mismos porque no han podido sacar el odio político que los consume; se matan porque no han podido transformar el odio en amor. Ellos lo saben muy bien: tan asesinos son los-pilotos-de-los-flamantes-aviones-de-guerra-norteamericanos como el Senado, o el presidente de turno (Reagan, Bush, Clinton) que da la orden de matar arbitrariamente. Los jóvenes respiran ese racismo que los consume no sólo en casa de sus padres, no sólo en las escuelas públicas y privadas de la demokracia, no sólo en la propaganda de esa política de la hipocresía, sino que también respiran ese racismo en el-"bienestar"-del-gobierno que los dirige. Es la demokracia misma, entonces, la que está enferma. Es la demokracia la que contagia a estos jóvenes con la muerte que genera. Lo sé hace tiempo: esta verdad es terriblemente escandalosa. Pero, ¿qué verdad radical no lo ha sido siempre? Esta verdad, entonces, este radicalismo de la verdad, gústenos o no, es la que los-pensadores-del-establishment se niegan a pensar. Esto es lo que nuestros pensadores ocultan. He aquí que, una vez más, nos hallamos delante de lo-denigrante y de la infamia.

Una vez más, los jóvenes nos juzgan.

    5 de mayo de 1999
    Nueva York


Libertá o: sodomización...

"El mensaje de Iván Silén lleva una amenaza de muerte...
con la risa entre dientes...".

Juan Duchesne y Tito Grosfoguel

"Todos ellos tienen traza de recitadores de fábula...".
Platón (El sofista)

"... el sentido de la política es la libertad".
Hannah Arendt

La filosofía ha abandonado el sentido mismo de la política, porque se ignora, o se pretende ignorar, que la política está relacionada con la libertá y con la angustia de ser. Al abandonar a la libertá como "tema metafísico", la filosofía no ha hecho otra cosa que hundirse en su propia masturbación: se esconde de sí para gozar lo político establecido como mal, o lo político traficado como tecata.1 El problema con los neosofistas, entonces, es el problema de la mala conciencia. Porque saben que andan en las sombras de la transvalorización que la neoesclavitud (o la posmodernidad —el neoliberalismo—) les brinda contra ellos mismos. La culpa de su propio discurso los hace paranoiar el "sentido" mismo de mis palabras.2

Lo que yo dije, y lo repito aquí para que nadie se equivoque, es que en otro país que no fuera Puerto Rico, con su mojigatería, su flematicidad, y su "ay, bendito", los hubieran matado. Hablando de los griegos, Hannah Arendt escribió lo siguiente:

    "...sólo era libre quien estaba dispuesto a arriesgar la vida... Esta convicción... jamás ha desaparecido del todo de nuestra conciencia; y lo mismo hay que decir del vínculo de lo político con el peligro... La valentía es la primera de todas las virtudes políticas..." (pág. 73).

Un país que vive escindido de muerte y en donde la mitad de su electores vota opiamente por el suicidio colectivo que implica la anexión, y la otra mitad vota zombimente por la esquizofrénica política del muñocismo (las dos culturas, los dos idiomas, las dos muertes), tiene que producir "pensadores" como éstos. Estos "fabulistas" quieren obviar que, como señala Resto Solo, la política siempre está enmarcada en la presencia de la muerte (Jesús, Luther King, Gandhi, etc.) y, por ende, en la presencia misma de la libertá. No entender esto, y escandalizarse por ello, es no comprender absolutamente nada de política. De la misma forma sé que ellos, o los grupos paramilitares que están anexionistamente en estado latente y al servicio de lo yanqui, podrían pagar a cualquier lumpen para que me asesinaran democráticamente.3 Esto no sólo es así porque yo lo diga, o porque la libertá sea escandalosa, sino que es así por la virulencia de afirmación que producen mis ensayos en mis lectores y por la violencia pitiyanqui que producen los "artículos" de ellos en los estadistas (en los melonistas) o en los celestinos de turno.

Si la libertá no fuera escandalosa, entonces no tendría sentido. Pero la diferencia estriba en que esta libertá del escándalo, y este escándalo de la libertá, tienen que surgir precisamente de la nación y no de la "globalización" (esta nueva fase del capitalismo). Segundo, los neosofistas buscan desesperadamente (y con la mala conciencia —el temor a morir— que los caracteriza) convertir a la demokracia en sinónimo de la libertá cuando ésto es totalmente falso. Tercero, buscan convertir a la libertá, siguiendo la decadencia de la filosofía europea, en ese viejo tema de la metafísica y, por eso, no pueden entender ni darle un nuevo sentido a esta historia que nos ha tocado vivir. Ellos olvidan, por otro lado, que toda crítica a la filosofía implica también una crítica a la política; y toda crítica a la política (como praxis, o como toma del poder) implica una crítica a la teoría misma. El hombre radical tiene que convertir al espacio público en el espacio político de ser. Lo político tiene que ser creado como desafío de la libertá para que ésta pueda darse insólitamente en el espacio político de lo insospechable. Esto que es fundamental en la política, el ser riesgo, la toma del poder, la muerte misma, es precisamente lo que los escandaliza. En ellos, como el lector se habrá dado cuenta, no hay una teoría de la toma del poder, porque ésta ha sido sustituida por una política de la humillación (una política de lo necrofílico —o una política de la sodomización espiritual que los yanquis celebran nihilistamente en nuestros teórikos de la "libertad"—). Lo que estos señores no entienden es que la seudodemokracia "radical" es lo demoníaco de ese espíritu hipercolonial que los neoesclavos, ellos, trafican como el valor absoluto del amo.

Los neosofistas han establecido, como todo el mundo sabe, una relación tecata con la demokracia invasora. A pesar de lo que ellos mismos creen, no son posmodernos, no son "demócratas-radicales", ni siquiera son nihilistas. Lo que sucede con estos señores, es que son serviles. Su ser mana del servilismo que los caracteriza como "teórikos". Ellos olvidan, desde esa incredulidad que los cercena, el "milagro" mismo de la libertá.

Hannah Arendt, en ¿Qué es la política?, comenta:

    "El milagro de la libertad yace en este poder-comenzar..." (pág. 66).

Todo hombre, por más solo que esté, es él mismo, a veces contra sí mismo, el comienzo de la libertá. Lo que se olvida aquí es que nosotros somos ese milagro de la libertá. Nosotros, a pesar de los-teórikos-"radicales"-de-la-anexión, y conjuntamente con su polichinelidad, hemos resistido (en el-español-puertorriqueño) el ataque cultural (étnico y racista) más brutal que haya existido en el mundo: el de Estados Unidos. El problema con ellos es que funcionan turísticamente (o gusanamente). Los turistas (desde esa "inocencia" de la curiosidad y del mercado) tienen la cualidad de no ver lo que sucede en los países que visitan como oportunistas. Los turistas, esta forma "pasiva" de los invasores, son los miopes de lo orgiástico mismo de la fuga. Desde aquí, desde las "vacaciones", es imposible ver el destino de los pueblos. Aun así, el espacio turístico de la libertá está abierto.

Ante este espacio abierto de lo político, ante esta agresión externa (los invasores) e interna (los-"teórikos"-entreguistas), tenemos que cuestionar el sentido mismo de lo político. No sólo hay que preguntarse, ¿qué es la libertá?, sino preguntarse también, ¿cuál es el sentido radical de lo político? La política no sólo es la acción de los hombres en relación a su libertá individual y colectiva, sino la relación con su propio destino último: la presencia misma de la muerte. Ante esta realidad patética de lo puertorriqueño que los turistas no ven, ante esta globalización que Puerto Rico enardece latinoamericanamente, nuestra política debería ser el desprecio (o el asco) de los invasores. Esto, como supondrán inmediatamente los teórikos, no implica una xenofobia nacionalista, sino el espacio mismo del desafío, el milagro de la libertá, que ellos no pueden representar. No un "desafío" polichinesco, en donde me diluyo en la farsa de los retórikos, sino un desafío para la libertá de lo inesperado y de lo insólito que soy. Lo que los-"desafiantes"-cómicos olvidan, desde su-sodomización-democrática (Estados Unidos como lo-"exótico") es que ha habido una invasión y que ésta todavía yace como desquiciamiento de la realidad (Ferré, Barceló, Roselló —Duchesne, Laó, Grosfoguel, etc.—) que los manipula, que los titeriza, porque han internalizado la invasión. El sin-sentido de la invasión (el "incesto" político con el Amo que ellos idolatran democráticamente) les roba el sentido mismo de lo que ellos son: Juan don Nadie, Tito Nada y Agustín Ninguno.

Los pitiyanquis de la polichinelidad olvidan que para teorizar (para ser filosofía) hay que ser libre. Los neoesclavos de la demokracia imperial no poseen la osadía de ser teoría, porque siempre terminan embarrándose en las cloacas del no-ser que los invasores, Estados Unidos, les provee como propina. Ese "éxito" del cual ellos se jactan, ¡permítanme escupir!, es la limosna misma de los mercenarios. ¿O acaso no se vuelven los perros sobre su propio vómito? Lo que ellos no comprenden es que la presencia de los invasores, aun en su supuesta "libertá", nos aplasta. Que su discurso, que ellos encuentran tan "original" (Narciso ante la lama de su propia imagen), es lo aplastante mismo de dicha presencia. Que lo que ellos están haciendo, en última instancia, es refrasear antipuertorriqueñamente el discurso mismo de los invasores. Ante esta actitud se impone inmediatamente una pregunta: ¿no es esta forma de teorizar, acaso, la aparición de una-demokracia-neofascista? La violencia de nuestro oximoron nos permite, entonces, acercarnos al movimiento mismo de lo real. El sincretismo de los esclavos está por acontecer. He aquí, entonces, que la relación simbiótica que los neosofistas establecen con la demokracia es la de la-neo-esclavitud: la globalización, la privatización, la posmodernidad como el discurso de Juan Bobo. Juan Bobo como el instaurador de la tontería colonial.

El "alma" del filósofo no puede estar humillada por la sodomización psicológica que simbolizan los invasores. La mayoría de los filósofos, debido a este abandono de lo político, mimetizan. La política es un-medio-y-un-fin-del-ser-mismo. La política como el ejercicio mismo de su osadía, de la violencia soberana de ser contra todo intento de apropiación, o termina en la resistencia radical de la-no-violencia, o termina en la guerra misma. Una política, cualquier tipo de política, terminará por corromperse en la entrega, en la pasividad de los anexionistas que giran catequistamente sobre su propia jerga de pandilla. No tenemos que buscar la libertá, porque la somos, y nos constituye aun en y contra las tonterías de los "felices"; pero si tuviéramos que buscar la libertá de la nación, en la política como fin, tendríamos que hacerlo contra esa-demokracia-reaccionaria que nos lo ha impedido durante cien años.

Si estamos escribiendo este artículo, si nos hemos desviado de nuestro libro filosófico El nudo gordiano, es porque, como dice Arendt...

    "Sin tales otros... no hay libertad" (pág. 74).

Sin el convencimiento de los descarriados no hay libertá. Pero lo que se le ha olvidado decir a Arendt es que los otros son parte integrante de mi libertá, en tanto y en cuanto no atente contra lo intransferible de la libertá que soy. Puede haber diferencias, en tanto y en cuanto esas "diferencias" no atenten contra mi propia vida.4 En el preciso momento en que atentan hipócrita y realmente (teórica o prácticamente) contra la libertá que yo soy, contra la libertá que tú eres, se convierten en el-"enemigo". Quedan abstraídos, simplificados, en el sentido mismo de su maldad. Los otros, demócratas o no, serán parte integral de mi libertá, pero como conflicto. La isonomia se convierte, entonces, en el centro mismo de la lucha (de la discordia, de lo violento).5 De estos "amigos" podemos decir lo mismo que los griegos decían de los bárbaros. Arendt comenta:

    "...los griegos decían que los esclavos y los bárbaros eran aneu logou, que no poseían la palabra..." (pág. 70).

Los teórikos de la demokracia radikal han perdido la palabra en la traición misma de sus discursos. Esto que tiene que resultar escandaloso para el adorno de su "demokracia", nunca antes había sido tan cierto. Mi discurso no sólo pretende acorralarlos en su "impiedad", sino que les ofrece la posibilidad de salir de su pecado (de su equivocación). Han perdido su palabra, porque han perdido el sentido mismo de lo real (que somos). Como apología del suicido étnico al proponer la extinción nuestra dentro de lo yanqui, su demokracia no tiene nada que ver con lo puertorriqueño. El que ellos hayan nacido en Puerto Rico no los hace puertorriqueños. Lo puertorriqueño es un enamoramiento con lo intransferible mismo. La puertorriqueñidad es una voluntad de ser, un coraje de ser, una lucidez de ser que ellos no poseen. No se puede ser puertorriqueño y al mismo tiempo querer ser yanqui. Esta ha sido, por otro lado, la-estupidez-democrática de todo un siglo. Si se diluye lo-puertorriqueño ya no quedará espacio alguno para la libertá. Así como lo-puertorriqueño es paradigmático, precisamente porque no se puede copiar, así tampoco, como pretenden estos señores, podrán copiar el-parangón-yanqui sin quebrar para siempre uno de los modelos. Pero lo que no se puede obviar, en esta perogrullada que vamos a plantear, es que Estados Unidos es militar y económicamente más fuerte que Puerto Rico. Y es precisamente ante esta fortaleza, ante este-imperialismo-de-la-"globalización", ante este-imperialismo-cultural-de-la-posmodernidad, ante el cual ellos se inclinan servil y democráticamente. Estos terroristas de la anexión buscan "secretamente", detrás de la pérdida de su palabra, detrás de la afasia que les es propia, destruir el ágora misma. Pero lo que ellos no pueden ocultar es que la anexión es la cobardía. Es la cobardía que renuncia teórica y prácticamente al ser puertorriqueño.

Lo que es ineludible no es lo-político mismo, sino el ser que depende peligrosamente de esa "política". Ésta, entonces, se devela como "política de ser" (en la práctica misma de la política). Desde aquí nos urge contestar la pregunta que nos hemos planteado sobre el sentido de la política. Lo político, desde el peligro insospechado de ser, es la defensa radical, la organización lógica y justa de un espacio (la nación, la patria)6 que nos es propio. A pesar de la invasión, a pesar de los-invasores-democráticos, Puerto Rico es el espacio propio de la libertá que somos. Puerto Rico es el espacio vital de ese desafío de la isonomia. Este espacio es, entonces, intransferible. No entender esto es no entender absolutamente nada de la política. Ésta, la política, no tiene nada que ver ni con la necesidad (la pobreza extrema que nos reprochan los intelectuales turistas cuando intentan comparar superficialmente a Puerto Rico con el resto de Latinoamérica) ni con el progreso como mito romántico de los-estados-cuasi-democráticos. Sino que este espacio, el ser nación a pesar del Estado colonial, es lo-intransferible mismo. Este es y no otro el sentido de la política: la defensa radical del espacio cultural que soy. El sentido de lo político, cuando uno ha descubierto su propia originalidad, es la libertá misma. La libertá es lo excéntrico mismo de los pueblos. La libertá seguirá siendo, no el poder charlar sobre lo político, no la charla como antiteoría, sino el realizarse en el atrevimiento mismo de los pueblos. Arendt comenta:

    "...lo propiamente nuevo y espantoso de ellos no es la negación de la libertá o la afirmación de que la libertá no es buena ni necesaria para el hombre; es más bien la convicción de que la libertad del hombre debe ser sacrificada al desarrollo histórico..." (pág. 72).

Esto es tan espantoso como pretender, como intentan los-teórikos-de-la-anexión, sacrificar la libertá al sin-sentido mismo de la demokracia yanqui. Este "sacrificio" ha sido hasta aquí la historia de la política puertorriqueña como anti-espacio. Es en este espanto, entonces, en donde debería contemplarse la filosofía en esa tachadura metafísica que realiza contra la libertá misma. La libertá es nuestro verdadero Modernismo, porque hoy Estados Unidos es lo que representara España en el siglo pasado: el espacio con que hay que romper cultural y políticamente. Si frente a España el movimiento democrático de Muñoz Rivera tuvo algún sentido de resistencia, la postura de los-teórikos-de-la-anexión no sólo es un disparate político, sino una vergüenza espiritual de ese ghetto que ellos proyectan contra los otros. Si los hispanistas del '30 se equivocaron al utilizar a España como puertorriqueñidad, como "hispanismo", más desacertado resulta el complejo de inferioridad cultural y política que realizan estos "puertorriqueños" como yanquismo. Estas dos ideas, estas dos formas de vivir, son lo incompatible mismo. Y el talón de Aquiles de los teórikos es que pretenden hacer de lo incompatible el valor absoluto de "su"-demokracia-imperial.

El espacio en donde la política adquiere su sentido (de ser) es el de la República. Fuera de este espacio de la libertá, que es el espacio de la República, no hay política.7 Todo lo que acontece en la colonia, o en la neocolonia de la globalización imperial, es la deformación misma de lo político. Esta política de la República deja de responder a sí misma y comienza a responder a la-"certificación" (o la aprobación) yanqui. En el preciso momento en que la necesidad controla a la política, ésta, que pertenece a la angustia de la libertá, desaparece. La colonia, o la anexión como hipercolonia, como la supermuerte que los sekretarios reproducen burocráticamente en la soledad del Kastillo, es lo que se opone a la República. Si la República no se funda, no se realiza, entonces la palabra no puede establecer la grandeza de los héroes. La palabra, aunque se escriba, aunque se diga, se diluye en la miseria misma de los copistas.8 La palabra "libre" de los sekretarios está vacía, porque la demokracia invasora se opone furibundamente a la República. La demokracia invasora aterroriza a los-"ciudadanos"-postizos a través de la necesidad. Desde esta situación, la ciudadanía que ellos otorgan como adorno se torna fetichista. Ésta es el objeto sexual, el objeto falo, que los neosofistas celebran como sodomización cultural. No importa, entonces, que se esté a favor de la libertá de los presos políticos puertorriqueños (este cheque al portador), o que se esté a favor de las expulsión de la Marina de Vieques, porque todas estas-maniobras-"progresistas"-del-simulacro acontecen o desde la vergüenza de ser, o desde el complejo de inferioridad cultural, o desde la negación de la República como el espacio radical de la libertá. Los sekretarios, al asumir la-"mitología" de la demokracia invasora, esa diferencia radical entre el hacer y el hablar, no pueden evitar el caer en la escisión que ésta promueve, sino que no les queda más remedio que exhibirla en lo impúdico mismo de su retórica. Las palabras de los sekretarios están empobrecidas por la vergüenza de sí. Lo colonial es ese hedor que los lectores percibimos en ellos como desastre y como muerte. Lo que les falta a los sekretarios es la grandeza de ser. Al renunciar apriorísticamente a la República han aceptado el hedor de su propia insignificancia individual. Sus palabras, sencillamente, mujen.

Al desbancar la libertá que tiene que salir de lo-puertorriqueño, de la República nuestra, y no de lo yanqui, de la repúblika invasora, ellos interrumpen democráticamente la espontaneidad, o el devenir mismo de lo que está para ser (o para serse). Al interrumpir la espontaneidad no sólo nos ponen en peligro de muerte, sino que nos están amenazando de muerte. Lo colonial, o la anexión como hipercolonia, es lo criminal mismo. Lo que ellos no comprenden es que lo-puertorriqueño es lo que ya está empezado. Lo que está en proceso de ser. Lo que deviene para sí mismo. Esto no es un juego. Esto no es una cuestión de frivolidad (los teórikos como los galanes de la televisión, o de la prensa, o de la fama), sino que es desembocar al sentido mismo de un pueblo. Nos hallamos, entonces, gústele o no les guste, entre la vida y la muerte. Estamos en el meollo mismo de ser. Si esto es lo democrático, si este intento de muerte es lo democrático, entonces la demokracia es lo demoníaco, lo grotesco, la inmoralidad misma. Ellos hablan de esta manera cínica, ellos hablan antipuertorriqueñamente, porque la demokracia que los yanquis trafican está en, es, la corrupción misma de su ignorancia. El sentido político que la demokracia trafica es el cinismo mismo de su retórica. El nihilismo los ha consumido. No debemos olvidar, entonces, que el que atenta contra la fundación peligra.

El discurso de los sekretarios es el discurso de la muerte.

    20 de junio de 1999
    Nueva York


Notas

  1. Véase el "Manifiesto para la filosofía" y "El manifiesto de ser" en El nudo gordiano. Regresar.

  2. Véase en mi página de Internet "La demokracia-'radical'". Regresar.

  3. Por esto mismo, me tienen sin cuidado las influencias ridículas de nuestros teórikos estrellas. Estas influencias no han hecho otra cosa que aplastarlos. Por otro lado, no sé de qué se quejan porque estoy dialogando irónica y políticamente con ellos. Lo que ellos no entienden es que mi risa es la belleza misma de mi libertá. El que yo sea bello no tiene por qué perturbarlos políticamente. El sentido radical de mi política, con la cual tienen problemas los independentistas de las tacitas de té, es estético. Tenemos problemas con el mismo independentismo, pero nuestras contestaciones son radicalmente diferentes. Yo estoy antimetafísicamente enamorado del ser, ellos de lo yanqui. Regresar.

  4. Es muy bonito hablar de "demokracia", como lo hace el periódico El Nuevo Día, o como lo hace la página de Internet de los-"radicales"-de-la-estadidad, o como lo ha hecho sistemáticamente el peródico Diálogo de la Universidad de Puerto Rico. En ninguno de estos espacios se me ha permitido ¡nunca! publicar un solo artículo. O se me ha permitido "esporádicamente", como en el diario La Prensa de Nueva York. ¿De qué clase de demokracia estamos hablando entonces? ¿Hasta cuándo se ha de prolongar tanta hipocresía de los filisteos de la prensa? En Puerto Rico, lamentablemente, el-"diálogo"-de-los-anexionistas siempre ha sido una falacia de la mala fe. ¿Verdaderamente quieren estos señores dialogar? Dialoguemos, entonces, mientras esos "diálogos" sean posibles. Porque a diferencia de ellos (ésto no podrá verse ahora), yo sé que represento el verdadero sentido de lo puertorriqueño. Ante ellos, como desprecio político de lo que proponen, de la muerte, prefiero ser Artaud, prefiero ser Sade, o prefiero ser Lautréamont. El problema con estos señores, escandalicemos (quizás con excepción del amigo Juan Duchesne), es que producen asco. Regresar.

  5. Excluyen la libertá a nombre de la "demokracia" y odian profundamente el sentido mismo de la isonomia (la libertá de palabra). ¿Está, o no está, entonces, el sentido de la existencia relacionado radicalmente con el sentido mismo de lo político? ¿Por qué, entonces, la angustia de ser y no también la angustia de lo político? Regresar.

  6. La patria no sólo es Puerto Rico, es Latinoamérica, es el español mismo. Regresar.

  7. Esto no quiere decir que la República sea El Dorado, pero sin ella no hay fundamentación posible (o de lo-posible). Al ser la libertá misma la República, ésta representará todos los riesgos y, por ésto, la heroicidad misma. Devenir República será, en última instancia, devenir puertorriqueño. El "ser" aquí tiene unas connotaciones políticas que no se pueden obviar filosóficamente, porque eso sería añadir perversión a la cobardía. Nuestra República añadiría al mundo lo imprevisible de nuestro devenir nosotros. Regresar.

  8. Aquí no importa que los neosofistas sean invitados a congresos, a foros, a entrevistas por la gusanera latinoamericana, ni que los anexionistas del patio se interesen por ellos, porque el germen de la muerte política está en lo que ellos opian y en lo que ellos calcomanizan en sus discursos tautológicos. Regresar.


       

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