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El individuo Grass. Analizamos la crítica de Guillermo Cabrera Infante sobre el otorgamiento del Nobel al alemán Günter Grass.

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Fo, animado. Un monólogo del escritor italiano Darío Fo, estrenado en 1992, será llevado a la pantalla en forma de una película de dibujos animados.
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Letralia, Tierra de Letras Edición Nº 79
4 de octubre
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Dos relatos

Iván de Paula


Una burda historieta de gangsters

Jimmy Owens subió con cierto desdén cada escalón del antiquísimo hotel donde se hospedaba su jefe, Big Black, con los principales hombres de su banda, él no sabe realmente el porqué, pero cada vez que avanzaba un paso sentía su final más y más cercano. Fue percatándose de que casi todos los huéspedes aún dormitaban a excepción del dueño, quien solía espiar a través de las agujereadas puertas de cada habitación.

El cuarto donde se cobijaba Big Black estaba ubicado en el tercer piso, al fondo, en un punto oscuro y estratégico por donde cualquier distraído pasaba sin apenas darse cuenta.

Cuando completó la subida pudo escuchar cómo desde la habitación unos ruidos mortificantes prolongaban la espera; fue en ese preciso momento en que concluyó que Big Black se había enterado, no, es demasiado escéptico para creer, Owens sólo debe limitarse a entrar como lo hace cada prima mañana con el dinero completo de las ventas recogidas.

Cuando se detuvo frente a la puerta, los murmullos se oyeron tan contundentes que posiblemente todo ese nivel despertó protestando.

Tocó los cuatro golpecitos breves y espaciados que servían de clave, la puerta se abrió levemente: el Tuerto posó con su rostro medio útil para comprobar si en realidad era Owens. Entró sonreído, Big Black reposa su inminente obesidad sobre un sillón; a su derecha, Jeremy, quien secretea una y otra vez al oído del patrón tratando de sonsacar a Owens; a la izquierda está Floyd, el pistolero certero encargado perenne de dar el tiro de gracia.

El Tuerto revisó minuciosamente su cuerpo, le arrebató la bolsa con el dinero, la dejó en las manos de Big Black: —Vamos, Tuerto, dale un poco de whisky a Jimmy a ver si entra en calor, ¡Owens!, ¡siéntate! —el Tuerto le pasó un vasito con Jack Daniels. Todo el mundo calló, Owens se tomó el whisky de un sorbo, observó la cara de su jefe, desvió su mirada hacia el retrato del caballo de carreras que adornaba la pared, concluyó en que eso quisiera ser él en ese instante.

—La verdad, Owens, es que en la vida hay muchas cosas sorprendentes, ¿verdad?

—B-b-b-bueno, si usted lo dice no me queda más que aceptarlo.

—¿Aceptarlo? —Big Black estalló una risotada forzada, los demás le secundaron, Owens también intentó reír, quizás para relajarse—. Pero aun así, Owens querido, ¡hay sorpresas como que no le convienen mucho a uno!, ¡ja, ja, ja!

Floyd soba su Colt 45.

—¡Me he dado cuenta de que no puedo confiar ni en mi madre en estos días!, por eso deposito mi confianza en ustedes, ¿verdad?, ¡ja, ja, ja! —Big Black babeaba de tanto reír, los demás le secundaban de muy buena gana... Fue el lapso de tiempo en el que Owens trató de autoengañarse creyendo "el jefe no sabe nada, ¡qué alivio!".

—¡Arriba, Tuerto, otro trago para Owens..! ¿Quién lo diría?, Jimmy Christopher Owens Collins, hace tres años un miserable campesino de Kentucky y hoy el mensajero de luxe del mísmiso James —Big Black— McGregors —con dificultad se paró, se acercó hasta Jimmy, lo abrazó de forma paternal, Floyd lustraba con mayor intensidad su adorado revólver. Big Black posó sus ojos en los de Owens buscando la respuesta que en breve iba a obtener mediante otros métodos.

Emergió un silencio total, el rostro rozagante del principal tornó al de un semblante dominado por demonios internos, con la cabeza hizo una seña a Floyd, quien entró a una habitación contigua:

—Owens, hablemos de hombre a hombre —Owens lo miró sin responder—. Sabes que tengo cerca de tres meses recluido dentro de este maldito hotel, y tú conoces mejor que yo el porqué.

—Sí, jefe, pero los buenos tiempos volverán pronto.

—Owens, no nos hagamos los imbéciles, llevo treinta años bregando en esto y no han sido dos ni tres a los que he debido "aconsejar" —Jeremy y El Tuerto se colocaron en cada flanco de Owens—. Tú sabes que nada está oculto en la vida, lo sé todo, me entero de cualquier cosa que se diga o haga en contra mía mucho antes de que sucedan —Big Black se iba enfureciendo gradualmente—. Me contaron que tú, maldito bastardo, has tenido contactos con Salvatore D'Annunzio, me lo dijeron una vez y no lo quise creer, pero ahora fue confirmado, sí, señor —Owens abrió los brazos confundido—. ¡Don Salvatore D'Annunzio, el italiano apestoso que amenaza con destronarme!

Owens tragó en seco:

—¡Pero, jefe!, usted no debe creer lo que otros envidiosos le cuenten en mi contra —escupió a Jeremy con la mirada—. Sin embargo, estoy seguro de que nunca mencionan nada de mi buen trabajo.

—¡Qué buen trabajo de la mierda ni nada! —Big Black estrella una copa de vino—. ¿Qué me dices de esto, cabrón? —le muestra una foto oscura donde se delinea el rostro de Owens junto a Domenico Sachetti, el emisario de D'Annunzio. Floyd surgió del cuarto agarrando el cañón del revólver—. ¡Eres un cerdo traidor!, ¡pagarás muy caro tu osadía!, ¡les contaste todos mis planes y eso no tiene perdón!

—¡No, jefe, eso nunca!, ¡ese no soy yo!, ¡se lo juro!

Jeremy y El Tuerto agarraron a Owens por cada brazo, éste comenzó a gritar tan fuerte que en poco tiempo podría llegar la Policía, Floyd se le acercó, con un culatazo rompió su caja dental... Jeremy le tapó la boca con una mordaza para amortiguar los alaridos, Owens trataba de zafarse pero eran tres contra uno... Floyd iba desfigurando lentamente la cara inocente de Jimmy, uno de los golpes hizo saltar su ojo derecho.

—¡No te preocupes, hijo de perra!, te vamos a enseñar italiano para que enamores a D'Annunzio!, ¡aprenderás a respetar a tu país de hoy en adelante..! Floyd alternaba los golpes con combinaciones de izquierda y derecha... La sangre manchaba gran parte de la camisa y los pantalones de Owens, las manos de Jeremy, el pecho de Floyd y el piso... Un puñetazo destrozó los últimos dientes que le quedaban, Big Black ordenó parar, a medida que Floyd entraba en calor más aumentaba su excitación morbosa por la sangre, Big Black finalmente lo detuvo con un bofetón, hacía rato que Owens estaba muerto e irreconocible.

Big Black extrajo de su bolsillo la foto que algunos minutos antes mostró a Owens, la besó, la introdujo dentro de una de las aberturas de la roja camisa blanca del cadáver, procurando que no se saliera; como esa habitación tenía acceso a unas escaleras que llevaban hacia una salida trasera ordenó:

—Manténganlo en el cuarto hasta que oscurezca, quiero que a las ocho lo metan en una bolsa y lo depositen frente a la entrada de la guarida de D'Annunzio con este mensaje: "De parte de Big Black para su fraterno Salvatore D'Annunzio".


Inconsciencias

Surcaba a oscuras caminos traicioneros con mi conciencia sostenida de las manos. Juntos caminábamos sin saber hacia dónde. La lluvia comenzó a mojarnos. Mi conciencia me pidió que la siguiera sin preguntar. Encontramos una casucha abierta sin ningún ocupante. Dentro nos recibió un raro tufo a soledad que espantaba al más distraído... Dos objetos adornaban la vista... Una cama arqueada y una mesa huérfana de buenos tratos... Ella se acostó sobre la cama, durmiéndose al instante mientras que yo me quedé despierto todavía con el mal sabor en mis labios.

La llovizna se transformó en tormenta, nuestro refugio se estremeció junto a mis huesos al vaivén de los truenos, sobre la mesa divisé un libro cuyo título no pude distinguir, me estaba cansando de girar sin sentido, me lancé locamente sobre la cama, también...

Era una nueva experiencia convivir junto a mi conciencia, sin una idea lógica de su presencia y sin nociones del tiempo, su compañía era hasta cierto punto indeseable. Ella despertó de su sueño ajeño... Reprochó con perfidia y precisión mis mayores errores y pecados: desde mi primera comunión —en la que escupí la sotana del padre Echenique— hasta el momento reciente en el que maté a un hombre por placer propio...

No se detuvo un instante lanzando sus improperios punzantes, de repente, calló bruscamente, así como había iniciado, pidió sutilmente que le hiciera el amor, como si fuera su amante, halaba mis brazos como un pulpo que retiene sin piedad a su presa. Me resistí, alegando no poder hacerle el amor a mi propio ser, a mí mismo. Continuaba su forcejeo, me hastié. Le pegué en su inimaginable rostro. Logré zafarme de sus tenazas indolentes. Permaneció enésimos segundos pidiéndome ese "favor"... Otra vez se dejó caer de bruces sobre la cama...

Traté de dormir un poco recostado de una pared; cuando lo estaba logrando, el sueño argumentó que no podía trabajar sin la conciencia dentro, la observó dormir plácidamente y no supo responderme por qué ella sí lo hacía y a mí se me imposibilitaba... Disgustado abandonó la estancia sin vacilaciones, me quedé de pie un tanto turbado por estos eventos inusuales... Mi conciencia despertó reiterando su deseo, volvió a reprocharme... Pronunció cientos de maldiciones. Por último me acusó de ser un hijo de cuerno, que no nací por amor sino por errores de cálculo. ¡No tengo derecho a vivir! ¡Hijo de cuerno! ¡Hijo de cuerno! ¡Hijo de cuerno..! Me abalancé salvajemente sobre ella, coloqué ambas manos sobre su cuello... La apretaba con más y más fuerzas... Seguía llamándome "hijo de cuerno". El tintineo intermitente de la lluvia junto al silencio fúnebre se ofrecieron como aliados incondicionales para el homicidio... Giré la cabeza, vi a la puerta colocada en su mismo lugar... La mesa se transformó en aserrín. Ella flaqueaba y a la vez repetía el calificativo que me desquiciaba.

Su triste final llegó igual a la embestida del destino. Se desplomó en el suelo. Inmediatamente la oscuridad desapareció. Por primera vez pude ver su cara, era idéntica a la mía, fue consumiéndose hasta convertirse en un pestilente liquido rosáceo. Perdí el sentido: me desnudé, grité: ¡Hijo de cuerno!, pateaba con locura infinita las sordas paredes de cana... Sentí al techo girando sobre mi cabeza... Los otros enseres flotaban sin dirección... Mi cuerpo enflaqueció con mayor agudeza y sufrimiento... Llamé a nadie en particular, hasta que las energías desaparecieron, sólo atiné a balbucir: Hijo de cu...


       

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