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Suciedad

Sergio Rubilar

Román esperaba que la lluvia pasara, protegiéndose a la orilla de un edificio gris, deshabitado, ubicado en el centro antiguo de la ciudad. Tenia en sus manos la bolsa con neoprén recién llenada, y el tarro botado en el suelo, lejos de allí, se encontraba vacío completamente. Acercando la bolsa a su boca lentamente y cerrando los ojos aspiró fuertemente. Luego de un segundo, sintió que el golpe del vapor en su interior, en su cerebro, no era tan fuerte como ocurría normalmente, así que nuevamente tomó la bolsa y aspiró esta vez con mayor fuerza, con tanta que casi cae de espaldas al echar el cuerpo hacia atrás.

Ahora sí sentía que su mente conseguía ponerse en órbita, e hizo lo que siempre hacía para saber si ya se encontraba en el "cielo": puso su dedo índice frente a sus ojos y lo acercó lentamente a su nariz, mientras lo acercaba se le iba agrandando cada vez más y podía ver cada zurco del dedo, debajo de la suciedad dejada por el neoprén, como chicle, oscura y sin olor.

Conforme ya con el resultado de esta prueba se dejó caer al suelo, ya que sus piernas no parecían sostenerlo por más tiempo, y cerrando los ojos comenzó a imaginar una de sus historias que más le gustaba: todo estaba inundándose alrededor suyo, y él al medio de esto, de pie en una pequeña isla formada de tarros de neoprén, en la que cabía sólo una persona, impasiblemente observaba cómo se ahogaba la gente, hombres, mujeres, ancianos y niños, que nadando desesperadamente y como hormigas en una taza, trataban de asirse y subir, queriendo salvar sus vidas, pero la fuerza del agua succionaba sus cuerpos al interior, para no volver a aparecer jamás.

Román entonces sintió una gran pena por aquellas personas, pero nada hacía por ayudarlas, pues sabía que si lo hacía, sólo una podría quedarse en la isla y salvarse, y prefería ser él el que se salvara y no otro. Además, se preguntaba, qué han hecho ellos por mí cuando necesitaba de su ayuda. ¡Ah!, que se mueran todos, se respondía. Pero de pronto escucha que alguien, lejos, grita su nombre con voz apenas audible. Román cree que es producto de su imaginación, pero nuevamente se escucha la voz que grita su nombre. Al afinar su vista para encontrar a quien lo llama, de pronto descubre que es una mujer que, nadando desesperadamente, se acerca poco a poco a su pequeña isla. Aterrorizado por lo que ve, Román coge un tarro de neoprén vacío, y lo arroja en contra de la mujer, cayendo el tarro en pleno rostro de ésta, quien hundiéndose grita por última vez con grito desgarrador como el aullido de un perro moribundo: Romáaaaaaaaaaaaaaaaaan. Una duda entonces se apoderó de Román. Creyó recordar la voz de la mujer, sintió que esa voz la había oído ya antes, en su pasado. Entonces, de pronto, al tratar de hacer memoria con más fuerza, una luz brilló sobre su frente, y en su interior algo lo llevó a recordar. Era su madre.

Sin pensarlo Román se encontró en el agua hundiéndose voluntariamente, dejándose llevar por la fuerza succionadora del agua. Pasaban a su alrededor, como en una macabra danza, cuerpos sin vida de toda clase de personas con los ojos abiertos desmesuradamente y con expresión de absoluto espanto y desesperación, todos, sin excepción, con la misma expresión en sus rostros. Román buscaba a su madre en medio de aquella vorágine de muerte, y ya falto de respiración, nadó con fuerza hacia la superficie, perdidas las esperanzas de encontrarla en medio de aquel caos. Con infinita rabia en su corazón, Román se maldecía a sí mismo, a su madre, a toda su asquerosa vida, pero enseguida, arrepentido, suplica a Dios que lo perdone, y llora amargamente, confundiéndose sus lágrimas con la lluvia que caía.

Súbitamente, en medio del océano que se había ya formado a su alrededor, aparece una mano que tomando la basta del pantalón de Román tira con fuerzas, en un desesperado intento por salir a flote; Román, asustado por aquello, recoge sus piernas para no sentir el contacto de aquellas manos frías y pálidas como la muerte, y sin saber por qué lo hacía, a pesar del miedo que sentía, observó a través del agua el rostro de quien momentos antes buscaba. Entonces, arrojándose al suelo y estirando su mano para alcanzar la de su madre, quien nuevamente se hundía, la levantó con todas sus fuerzas y dejándola sobre el montón de tarros aprisionados que con el peso de ambos se hundió hasta llegar casi al límite del agua. Viendo que aún respiraba, hizo lo que muchas veces había visto hacer en televisión, presionó fuertemente el pecho con ambas manos, y acercando su boca a la de su madre sopló con todas sus fuerzas, y así lo hizo hasta quedar agotado, tendido sobre el pecho de su madre, quien no reaccionaba, y entonces llorando nuevamente imploró a Dios que le devolviera a su madre, que todo cambiaría si Él lo ayudaba en esto. Luego de un momento de estar así, sintió bajo su cuerpo la sensación de que algo se movía, e incrédulo vio que en un movimiento repentino su madre echaba el cuerpo hacia adelante expulsando el agua que contenían sus pulmones, tosiendo con desesperación. Román, al ver esto, se arrodilló junto a su madre y, abrazándola, lloró nuevamente, y así estuvo durante largo rato, hasta sentir que el calor volvía al cuerpo de ella.

De pronto, el piso de latas de neoprén cedió nuevamente al peso de ambos, hundiéndose lentamente a cada instante. Román, desesperado, no puede creer lo que está sucediendo, y poco a poco comprende lo que debe hacer. Tomando el rostro de su madre besa su frente, y con voz entrecortada le dice: Adiós, Madre. Poniéndose de pie vuelve la vista a su madre, que todavía inconsciente, dormía, y Román con una sonrisa en los labios y creyendo que tal vez encontrará mejor vida donde quiera que vaya, se arroja al océano profundo y desaparece para siempre.

 
 

Está amaneciendo en la ciudad, Román abre los ojos con temor y al darse cuenta de que se ha quedado dormido mientras soñaba con su historia, mira a su alrededor y observa que ya ha dejado de llover y que se encuentran junto a él sus amigos, quienes con una sonrisa en los labios, le dicen que ya es demasiado tarde para estar durmiendo y soñando estupideces, que es mejor que se levante y vayan a "trabajar".


       

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