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Los códigos que rompen el molde (II)

martes 22 de agosto de 2017
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Los códigos que rompen el molde (II), por Salvador Montoya

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Dice con una clarividencia absoluta el poeta y el filósofo venezolano Ludovico Silva, en su poemario Tenebra, publicado en 1964, en el poema “Lo importante”: “Lo importante es saber hacia dónde va la vida / Todo lo que seamos / y cualquiera que sea nuestra porción de gloria / cabe en la mano enorme del futuro”. Es el punto nodal del corazón, el descubrimiento del propósito, el sentido de la existencia personal compleja y vibrante. Por tanto, liderar demanda lucidez en los caminos correctos. La lucha del alma es por romper las tinieblas que nos quieren atar a la desidia, a las amarguras y a las miserias. Los códigos que rompen el molde nos elevan por encima de las canalladas y de los triunfalismos vanos.

 

Todo dolor, toda tragedia, las alegrías, tus éxitos y fracasos, tienen sentido en la formación del legado que dejarás en la tierra luego que hayas partido de aquí.

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El escritor venezolano Wilfredo Machado declara, no sabemos si con ironía o con languidez: “Dios tiene numerosos hogares en la tierra; lo que es una verdadera lástima, porque no habita en ninguno de ellos” (Wilfredo Machado, Poética del humo, Caracas, Fundación para la Cultura Urbana, 2003, p. 57). La música del australiano Chet Faker indaga en esas travesías. Hay hogares de lo divino que la música anhela. Y Chet Faker asume el reto de encontrarlos. Con su disco Thinking in textures (2013) nos volcaniza el alma con cadencias electrónicas, con mezclas de jazz o blues, con cantos frágiles y de un ser humano que piensa en texturas. Es decir, Chet Faker nos manifiesta en sus superficies mentales el tercer código que rompe el molde: comunica expansión, vive tu pasión. El poeta venezolano Armando Rojas Guardia señala con poder y convicción: “Dios no es asunto, no es tema, / sino pasión donde arder” (Armando Rojas Guardia, Obra poética, Mérida, Ediciones El otro el mismo, 2004, p. 189). La espiritualidad musical de Chet Faker nos invita al avivamiento de nuestros latidos. Porque la pasión nos expande, nos ensancha los potenciales y el liderazgo.

 

3

Por su parte, el cantautor estadounidense de folk Sufjan Stevens, con su disco Carrie & Lowell (2015), nos sumerge en aguas dolorosas, en su odisea familiar, en sus heridas, en su clamor de una esperanza trágica-cómica. Son conocidas de Sufjan Stevens sus raíces en un acercamiento vital a distintas fuentes espirituales. Nos sacude con valentía el poeta venezolano Eugenio Montejo al reiterar que: “Para que Dios exista un poco más / —a pesar de sí mismo— los poetas / guardan el canto de la tierra” (Eugenio Montejo, Antología, Caracas, Monte Ávila Editores, 1996, p. 109). La encarnación de Dios en nuestra humanidad cantada, celebrada y afirmada. Es de esta manera que Sufjan Stevens confiesa —con sus guitarras acústicas y sus armonías finas y sensibles— el cuarto código que rompe el molde: afirma tu legado en lo trascendental. Todo dolor, toda tragedia, las alegrías, tus éxitos y fracasos, tienen sentido en la formación del legado que dejarás en la tierra luego que hayas partido de aquí. Una vida bien vivida genera legados positivos.

 

4

Es famoso el aforismo del pensador alemán Nietzsche donde declara: “Sin música la vida sería un error”. Por tanto, la música que escuchamos nos corrige, nos hace romper el molde de los errores y de las estructuras estériles. Es decir, la música invita al liderazgo, a la alegría, a la innovación.

(La primera parte de este artículo fue publicada en Letralia el 23 de julio de 2017).

Salvador Montoya

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