
El uso de la tecnología y los dispositivos móviles con acceso a la alfombra mágica ha hecho de cada individuo un ser con una trazabilidad. Una contradicción se advierte: lo que hagamos queda registrado y a disposición; sin embargo, eso no limita la capacidad de situaciones que podrían ser ilegales. Hoy casi cualquiera puede rastrear a otros y a su vez ser buscado y detectado. En el futuro, las películas nos muestran cómo, por medio de cualquier mecanismo, los registros de los seres humanos se encuentran para el control y se establece una sociedad de mayor seguridad. Ese cuento y esa idea son los que permiten gastar millonadas mensuales, invertir y generar planes y políticas desde los gobiernos. Usted mismo derrocha cantidad de recursos, tiempo y dinero, en tecnologías móviles y en los tan anhelados y esclavizadores planes de datos. Otra contradicción salta a flote y queda un misterio: se presume y se pretende del anonimato, quizás por el logro de mayor individualidad, o por esa ingenuidad de creerse libre si todo lo puede hacer cada quien; sin embargo, lo que se ha conquistado, la presión —aunque algo intangible—, es que hoy se puede dar con mayor facilidad con la entidad de las personas.
También es desde esa red de redes donde de repente la masificación de la información y las prácticas de usuarios y grupos desembocan en una fisura para el sistema. Nadie puede ser anónimo si usa Internet o juega desde las reglas del sistema, pero constituye una proeza y una máxima el hecho de ejecutar acciones vigiladas y detectadas desde la misma matriz; en nuestros días se han agenciado grupos y se han ejecutado hechos motivados por resquebrajar las normas creadas por ellos, los dueños de la información. Esa es la narrativa de la película. De repente un día cualquiera, un encargado de mantener el orden —Clive Owen— y descifrar cada episodio de violencia o afrenta contra el sistema, encuentra a un alguien sin identificar, como un error, luego un asesinato no es posible reconstruirlo y dar con el responsable porque, al parecer, se transfiguró el vídeo del acontecimiento.
Los espectadores tienen el papel de ser detectives y participar de una mística rodeada de enigmas, donde la privacidad parece ser resguardada, siendo más pública.
Anon se convierte en una premonición del futuro que vivimos. Todo se encuentra bajo ordenanza. Desde un ojo, los detectives y agentes de seguridad del Estado pueden saber cómo ocurrió un hecho y quiénes lo efectuaron; ya nos son las grandes pantallas dejando todo grabado, ahora es uno mismo quien reseña por obligación; aquí cabe la sentencia bíblica: “Si no quieres que se sepa, no lo hagas”. No hay nada que no se encuentre sistematizado, las piezas de un rompecabezas no estuvieron tan fáciles de organizar, dado que cada parte se encuentra en un mismo engranaje. En el deambular se puede saber quién es el otro, porque se ofrece el menú de ese individuo y hasta su prontuario. No todos acceden a ese privilegio. Es posible, sin embargo, conseguirlo. El subversivo, el rapsoda futurista —casi presente—, es quien, sin ser registrado, pueda al tiempo delinear a esos ojos, otro modo de sucesos. Casi que la realidad no es lo que sucede sino lo que se puede capturar de ella, y como es una alternativa —muy escasa y mínima e incluso ilegal— trastocarla, puede haber muchas.
El director nos ha planteado mundos distópicos; por ejemplo, en la película El precio del mañana (2012) la prueba de garantía y disputas es el tiempo; en Gattaca (1997) prima el intercambio genético, en S1m0ne (2002) es el tema de la simulación; en una donde prima más la acción, El señor de la guerra (2005), también existe un juego con la identidad. Hablamos de Andrew Niccol, enfocado en la ciencia ficción y en desarrollar temas e historias disruptivas, con tramas en donde caemos, por lo cautivante y desafiador de lo propuesto, en unas especies de paralelismos, de dimensiones donde el yo se suspende, las identidades se cruzan o confunden, o donde la realidad no es lo que parece. Los espectadores tienen el papel de ser detectives y participar de una mística rodeada de enigmas, donde la privacidad parece ser resguardada, siendo más pública. Un hecho que lo desarrolló cuando Niccol hizo el guion de The Truman Show (1998), en donde un individuo cree vivir feliz y a su albedrío, pero se encuentra encerrado en un plató.
Anon es un campo de aperturas a lo que ya pasa: ser gobernado por el imperio de la red, donde cada uno va tejiendo y aportando con su hilo un historial y un perfil que lo anuncia y le da una ventana o una cárcel. Si todo es trazable, como sueñan los que ostentan el poder, pueden hacer lo que se les antoje con su red y los usuarios. Como siempre habrá resistencia o quedará un resquicio, ese pequeño eslabón será suficiente para obtener un poco de libertad así sea con todo en contra. David Lloyd, el caricaturista, nos dio un legado: la máscara del anonimato, esa no se puede usar si se transita por la red, aunque sí, porque quienes logran un orificio pueden ver otras dimensiones y circular sin ser detectados. He ahí lo que vemos en Anon.
Ficha técnica de Anon (2018), de Andrew Niccol
País, año, duración | Alemania, 2018, 100 minutos |
Director y guion | Andrew Niccol |
Música | Christophe Beck |
Fotografía | Amir M. Mokri |
Actores | Clive Owen, Amanda Seyfried, Colm Feore, Sonya Walger, Mark O'Brien,Joe Pingue, Iddo Goldberg, Sebastian Pigott, Rachel Roberts, Ethan Tavares,Marco Grazzini, Conrad Coates, Mayko Nguyen, Sara Mitich, Damon Runyan,Charles Ebbs |
Productora | K5 Film / K5 Film / K5 Media Group |
Género | Ciencia ficción, thriller |
Página oficial | netflix.com/bm-es/title/80195964 |
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