
Se ha dejado ver en Facebook un video que muestra la instalación de una reciente obra de Jorge Blanco (Caracas, 1945), una escultura abstracta de gran formato, en una redoma de la ciudad de Sarasota, Florida.
Es un nuevo logro de Blanco, cuyas obras enriquecen el ambiente en urbes de su país natal, Estados Unidos y Japón, que se suma a los premios Dattero D’Argento y Monterotondo (Italia, 1978). Y es la presencia distinguida de otro venezolano fuera de la patria; sí, insisto en el punto, por cuanto así cobra relieve la fuga de talentos originada por el atroz régimen narcocomunista que ha despojado al país de su más importante impulso de desarrollo, la inteligencia, convirtiéndolo en un enorme erial lleno de gente que anda vuelta loca por ahí llena de angustia y buscando la forma de sobrevivir al hambre, a la falta de medicinas y de servicios asistenciales de toda índole, de luz, de agua, de la delincuencia civil y uniformada…
Esas condiciones han tenido el efecto de reducir el espacio dedicado a la cultura artística en los medios de comunicación; porque cuando la miseria acosa, el arte, la moral y otras motivaciones espirituales pasan a un distante segundo plano. De aquí que sea probable que una buena cantidad de venezolanos no esté enterada del acontecimiento, y que las más recientes generaciones no tengan una idea precisa de quién es el maestro, distanciado de Venezuela en 1999.

O sea que, además de talentoso creador, Jorge Blanco pareciera ser vidente que anticipó la desgracia por venir, por cuanto su emigración coincide con el ascenso de Chávez al poder. Sin importar dónde se encuentre, el hecho es que Blanco dejó una marca en la cultura venezolana; además de exposiciones en el Museo de Arte Contemporáneo de Caracas Sofía Ímber y en salas privadas, tuvo a su cargo el diseño e ilustración del periódico infantil El Cohete y la estética del Museo de los Niños, cuya dirección artística ejerció por varios años desde su fundación en 1982.
Jorge Blanco es, si no el primero, al menos uno de los pioneros entre los dibujantes que llevan la tira cómica en nuestro país del ambiente local al cosmopolita, y fuera de toda duda, el único que vehiculó su obra en este campo en un periódico de circulación nacional, El Diario de Caracas. Me refiero a la tira cómica El náufrago (décadas de los 70-80).
Quizá deba explicar la un tanto enigmática observación referida a lo local y lo cosmopolita. A todo lo largo de su historia, Venezuela ha sido cuna de notables dibujantes; algunos de ellos hicieron tiras, en el sentido de narraciones lexicográficas (o mediante dibujos acompañados de textos escritos), más inclinadas hacia la caricatura que hacia el cómic en el sentido en que lo entendemos en la modernidad, poco menos que invariablemente focalizadas en asuntos políticos y sociales del entorno; a partir de los 60, Blanco le da un giro a la tira o historieta breve, volviéndola un medio para expresar chistes sencillos y sentimientos poéticos encantadores por su simplicidad, comprensibles por cualquier persona en cualquier lugar del mundo, y con una “segunda lectura” no explícita en la que deja entrever una reflexión ontológica.
Poco más o menos en el mismo período aparecen dibujos de Luis Britto García con el mismo sentido universalista, aunque con un acento ácido obviamente distinto. El reconocimiento de Britto García se fundamenta en su obra literaria, pero también es dibujante; publicó no sé si uno o más álbumes con sus historietas, y es uno de los creadores, en complicidad con Jaime Ballestas, del más famoso periódico mural de humorismo crítico jamás colgado en una pared habido en nuestro país, El Torturado, en la Facultad de Derecho de la Universidad Central de Venezuela. Recuerdo que teníamos que hacer cola para leerlo, tanta era la multitud de personas venidas de todos los rincones del campus, amontonadas frente al mural.
El náufrago es una historieta sencillamente magistral; de haber contado con un agente que la propusiera a las empresas (syndicates) dedicadas al negocio del cómic, hoy tendría la universalidad de una tira como Olafo (Dick Brown, 1973, Estados Unidos), por decir alguna notable contemporánea. Infortunadamente, no fue así; con todo, en forma de algún modo heroica de parte del autor, se mantuvo por años y dio lugar a la publicación de varios álbumes, uno de los cuales tuve el gusto de prologar.
Sigo a Jorge Blanco desde los 60, cuando la policía se lo llevó preso por el delito de bailar en el teatro durante un concierto de Nina Hagen en el Teresa Carreño.
El náufrago es un cómic sobre un hombre atrapado en una isla. No hay palabras en las viñetas, sólo imágenes de la vida cotidiana en la isla y de las fantasías del protagonista único, cuyo compañero es un pelícano. El personaje ha sido reproducido en las tapas de cuadernos y en afiches y camisetas. Algo que atrapa de la tira es su simplicidad… y la capacidad de expresar un sentimiento poético ingenuo mediante ese recurso, valiéndose de un trazo absolutamente lineal, en tal sentido cónsono con el concepto básico de la obra.
Sigo a Jorge Blanco desde los 60, cuando la policía se lo llevó preso por el delito de bailar en el teatro durante un concierto de Nina Hagen en el Teresa Carreño. Con el correr de los años, sin volver a cruzarme con él, mi simpatía por Jorge y mi admiración por su obra se hicieron más sólidas; evidencia de ello es que en una obra de teatro infantil escrita este año, una de las escenas está inspirada en su personaje y dedicada a él. Es la comedia Tomasito, el barquito velero, en la que el personaje de este nombre emprende una odisea en búsqueda de su padre, al que se supone perdido; en su aventura se cruza con el espíritu del mar, con un tiburón asesino y con el Náufrago, entre otros seres fantásticos.
Creo haber captado el espíritu de El náufrago, vale decir, lo que su creador quiso dar a entender en su lectura transtextual; ahora bien, los parlamentos que al final de su presencia en la obra dice mi personaje no corresponden a una opinión expuesta por Jorge Blanco: son mías; abrigo la esperanza de que mi amigo las comparta.
Tomasito, el barquito velero
Escena 8
Homenaje a Jorge Blanco
Música temática. Luz espléndida. El escenario es el océano y una islita con una única palmera. En la isla, el Náufrago, tendido plácidamente, tomando el sol; el Pelícano dormita a su lado. Tomasito navega hasta alcanzar la isla.
Tomasito: ¡Hey, amigo! ¡Hola!… (El Náufrago atiende al llamado, luce contrariado.) ¡Yo soy Tomasito!… Ando en búsqueda de mi papá, el buque Poseidón Negro… ¿Sabes algo de él?
Náufrago: Ni idea.
Tomasito: ¿Quién eres?
Náufrago: No sé.
Tomasito: ¡No puede ser! Todos somos “alguien” o “algo”…
Náufrago: Yo no, yo me eliminé, me borré.
Tomasito: ¡Vamos, amigo! Eso no puede ser…
Náufrago: Yo sólo sé que yo soy nadie.
Tomasito: Bueno, eres un náufrago, eso está claro.
Náufrago: Si así quieres llamarme… Me importa un pito cómo me llames. No soy, no existo.
Tomasito: Creo que has perdido un poco el juicio, quizá de tanto vivir en esta soledad…
Náufrago: ¡Soledad es mi compañera! Tú aún eres muy joven y quizá no comprendas del todo lo maravilloso que es tener a Soledad como compañera. Es dulce, sutil y silenciosa. Cumple con todos mis deseos. Se sienta a mi lado y escucha lo que quiero decir… A veces me envuelve en un abrazo cálido y yo me dejo acunar; si me fastidia, gentilmente le pido que se vaya y ella obedece. ¡Jamás discute conmigo! ¡Jamás se enoja ni hace escándalos por tonterías!… Soledad, compañera… ¡te amo! ¡Eres lo mejor que me ha ocurrido en mi vida!
Tomasito: No, mi pobre amigo: no estás en tu sano juicio. A ver si puedo traerte a la realidad: eres un náufrago, o sea, eres “algo”: también eres “alguien” aunque no recuerdas quién eres; por lo tanto, existes. Ocupas un lugar en el tiempo y en el espacio, yo te veo y te oigo… ¡Existes! La que dices tu compañera, “Soledad”, es la que no existe.
Náufrago: ¿Cómo no va a existir? ¡Sí existe! ¡Claro que existe! ¡Yo la pienso, luego existe!
Tomasito: Solamente en tu imaginación. Lo cierto es que estás solo en esta isla desierta, y yo soy Tomasito, un barco; gracias a tu buena suerte he llegado hasta aquí. ¡Vamos, sube a bordo! Podrías ayudarme a buscar a mi padre. Estoy dispuesto a llevarte a tierra firme…
Náufrago: ¿Tierra firme? ¿Te refieres al mundo que está más allá del horizonte? ¿Me dices que abandone mi isla? ¡Estás demente! ¡Tú eres quien ha perdido el juicio! ¿Cómo voy a dejar esta isla, que es el mejor lugar del mundo?, ¡del universo entero! ¿No te das cuenta de que aquí soy libre como el viento, como el mar? ¡Tengo paz, tengo comida; no hay gente que me discrimine porque yo no quiera ser como los demás! ¡No estoy obligado a cumplir órdenes de nadie! ¡Soy libre! ¡Puedo hacer lo que me venga en gana!
Tomasito: Sí, eso de amar la libertad lo entiendo. Es genial ser libre. Yo también soy feliz siendo libre. Pero mis padres me enseñaron que hacer lo que a uno le venga en gana no es correcto. Hay que respetar los derechos de los demás; para eso hay leyes.
Náufrago: Muchacho, las leyes son para controlar los abusos de las personas irrespetuosas de los derechos ajenos. Quienes tenemos Moral no necesitamos de las leyes. Nos guiamos por nuestro sentido de la Moral. Entendemos que nuestro derecho termina cuando empezamos a fastidiar al vecino. ¿Sabes lo que es la Moral?
Tomasito: Bueno, tengo una idea. Hace poco me hablaron de la Moral, pero no me quedó muy claro. Creo que es algo así como un invento del Hombre en un intento por controlar las Leyes de la Naturaleza…
Náufrago: En efecto, porque el Hombre es el lobo del Hombre. De no existir la Moral los humanos que viven allá (señala el entorno lejano) se devorarían los unos a los otros… Bueno (ríe irónicamente), lo hacen; pero sin la Moral sería peor todavía…
Tomasito: Me encantaría seguir hablando de eso, pero el tiempo apremia. Podemos hacerlo mientras navegamos… ¡Vamos, sube a bordo!
Náufrago: ¡Ni loco! ¡Ni que estuviera loco salgo de mi isla!
Tomasito: Pero, Náufrago, ¡es que tú estás loco!
Náufrago: ¿Loco? ¡Qué velas tienes tú!
Cambio de iluminación. Entra la música del siguiente número y con ella el Coro de Sardinas. El Pelícano se activa y persigue a las sardinas.
Coro de Sardinas (canta el refrán): ¡Birimbín bom bau
chiribín bon bu!
El Náufrago se queda
¡qué velas tienes tú!
Náufrago: Esta es una burbuja
de viento, sol y mar:
No existe la miseria
ni hambre que lamentar.
Coro de Sardinas: Refrán.
Náufrago: ¿Me provoca comer?
Resuelvo mi apetito:
Meto mano en las aguas
y atrapo un pescadito.
Coro de Sardinas: Refrán.
Náufrago: Aquí nunca hace frío
y si calor sintiera,
me refugio en la sombra
de mi amiga palmera.
Coro de Sardinas: Refrán.
Náufrago: ¿Me atosiga la sed?
De la palmera amiga
bebo el agua de coco
que frescura prodiga.
Coro de Sardinas: Refrán.
Náufrago: No hay quien te critique
porque eres diferente;
no hay envidia ni burlas
de gente impertinente.
Coro de Sardinas: Refrán.
Cesa la música. Todos inmóviles. El Náufrago avanza a proscenio. Cambio de luz: sombra sobre los demás y reflector sobre este personaje.
Náufrago (recitado):
En esta isla,
velero Tomasito,
no existen los corruptos
traficantes de drogas
ni canallas tribunos
disfrazados con togas.
Aquí no hay dictador
de sórdida maldad
represor de tu vida
y de tu libertad.
No hay un solo ladrón
saqueador del Erario
ni mucho menos hay
espía o comisario.
No existe gente pobre
comiendo la basura
ni enchufados obscenos
gozando de gordura.
Coro de Sardinas: Refrán.
Náufrago: Dime, barquito, ¿qué voy a buscar más allá del horizonte?
Tomasito: Náufrago, tú has encontrado TU paraíso… (Al público:) Sí, porque cada quien se hace su propio paraíso de encontrar la felicidad, y el Náufrago es feliz… ¿Qué más puede pedirse? ¿Cómo puedo convencerlo de dejar su isla y enfrentarse con el mundo feroz que está más allá de su burbuja? Lo dejo ahí, en su felicidad… o en su locura…
Tomasito inicia su mutis.
El Náufrago, el Coro de Sardinas y el Pelícano bailan y cantan el refrán.
OSCURO
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