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La forma como danza, los gestos, el aire de desparpajo y luego de grandilocuencia, convierten al Joker en un personaje inolvidable. Al principio lo sonoro es un campo que invita a estar en medio de una ciudad y un personaje cualquiera, un donnadie, un desafortunado ser, cuyas primeras apariciones lo posicionan como alguien habitado por otros. Ríe y apenas medio logra sostener esa presencia que no domina. El silencio predomina, para luego sacudirnos con un ruido estremecedor. Entre piano, jazz y rock, Joker suena a una melodía de refugio, contaminación y escape.
Las películas tienen vida y su banda sonora se nos ancla. Lo que vemos no se queda sólo en una pantalla. Muchas de las obras del cine y en general de los dispositivos mediáticos, influyen de manera reiterada en nosotros. Joker, una película tan polémica, causa, y protagonizará, muchas ideas que se verán reflejadas en la cotidianidad de los individuos y en el diario vivir de las comunidades. Y no es que la película las produzca, más bien las desenmascara, las proyecta e incentiva comportamientos que ya estaban. Se trata de cómo se induce a un individuo, luego de haber descendido, a escalar por su lado más rebelde y decidir el camino de lo que podría llamarse “justicia”, o su equivalente: “el desate de su furia”. Joker suena a una sonrisa simulada, un canto de violines sin cuerdas, un alboroto que está comprimido. Una carcajada sostenida, recordándonos las burlas a las que hemos sido sometidos.
¿Acaso la danza de un ser desposeído puede engendrar un estallido? ¿Nos aturde una sonrisa prolongada?
Mucho se ha dicho sobre Joker, causa estrago el baile de un desentendido, de alguien quien sólo quiere ofrecer un poco de comedia a los demás, que cuida a su madre y que posee en su interior un ser que lo habita y que puede ser un sonido que, aunque no le pertenece y le genera molestias, al punto del vómito, se encuentra a la espera de su furor y de salir airoso para incendiar el mundo. Me pregunto: ¿por qué incomoda un filme que tan sólo muestra lo que quizás le suceda a muchos? ¿Acaso la danza de un ser desposeído puede engendrar un estallido? ¿Nos aturde una sonrisa prolongada? ¿Hay que seguir fingiendo que somos felices?
Sobre la basura se edifica la personalidad del Joker. Se contabilizó diez mil toneladas hediondas de desperdicios, apiñadas en el espacio público, molestando al transeúnte, y poniendo de caldo de cultivo a quien podría ser el benefactor: Wayne. Joker va generando unos sonidos que para entonces se quedarán en nosotros. Con esa mezcla de canciones: Send in The Clowns, en la voz de Frank Sinatra, un poco del melodioso R&B Everybody Plays the Fool, de Main Ingredient, o la que constituye una ironía, un pop de la década de 1950, That’s Life, haciendo un énfasis en una sociedad que privilegia lo simulado, el show, combinado con ese mundo de lo policíaco.
Joker suena a un vendaval de desaires, a un encomiado devenir, a las trompetas que anuncian el declive y la manifestación sin control del caos. Cuando decretan los poderosos que van a ayudarnos, porque de pronto tienen un gesto de bondad o solidaridad, y nos tildan de payasos, lo que se les devuelve es un boomerang, una fuerza aconductuada y ensimismada que requiere de espejos para verse o de presiones para liberarse. Joker es el baile, la danza, el rostro cubierto del carnaval. La materia perdida de la felicidad asume su desgracia en el choque, en las barricadas. A esta instancia Joker suena a un baile con su madre mientras ella, dopada, anhela la respuesta de cartas enviadas. Está sonando una canción de muchas guitarras y conectada con la fuerza del rock: My Name Is Carnival, de Jackson Frank. El nombre de la parodia, del mundo patas arriba, de la disolución de clases, de la conjunción en la calle, de ser otros, de la diversión, es el carnaval, una fiesta donde cada quien baila con quien quiere.
Ver Joker es reconocernos con unas heridas y unas escisiones que nos han generado llagas. Lo particular es que no las curamos ni hacemos nada para prevenirlas, las reventamos, y al reproducirse como alergia hacemos metástasis. Cuando baila Feliz, es la humanidad, es el retroceso social el que desencadena, es el cúmulo que se desmorona. Por supuesto, es una película peligrosa, te invita a quedar desequilibrado, besa nuestras cicatrices, y nos deja con un ruido, el de la carcajada, esa misma burla, que no tiene explicación y que, como el bufón, parece orquestada por un ente no presente; en este caso, es la risa que nos acosa porque la han producido el malestar y la ira social. Ya el manicomio ha puesto las voces al descubierto, y esas voces y risas ya no son sólo las de un individuo negado, al que lo peor que le pueda pasar es que estando enfermo, o con un trastorno, los demás actúen como si nada le pasara o nada tuviera. ¿Nos gana la indiferencia? Chaplin en sus Tiempos modernos deja la risa y obtiene un silencio sepulcral.
Suena Joker a un desamparo, a un abandono, a roedores insinuando carcomiéndonos. Suena a un tufillo de desconsideración por parte de quienes se encuentran arriba, ejerciendo sus desmanes. De nuevo el rock, y la furia es incontrolable; quien ensimismado y tímido se refugiaba en su desidia y cueva, ahora sale, de modo que es Hite Room de Cream y el recorrido propuesto por el Rock’n Roll de Gary Glitter.
Joker es un manicomio gigante donde quien ingresa no sale. Se ha convertido su escenario en lo que ocurre en varios lugares del mundo donde, como cuando V de Vendetta popularizó el símbolo del anarquista que quería volar el parlamento inglés, ahora es un payaso con un rostro desfigurado por las palizas propinadas. Sus muecas se quedan instaladas como si dejara un dictamen, no sólo con el estruendoso y memorable tono de su carcajada, sino con lo particular de sus gesticulaciones. Tanto en V como en Joker la risa de las máscaras muestra el ocaso de un orden construido como castillo de naipes, como el triunfo de los de abajo cuando se rebelan. Joker suena a un baile sin música, a una película sin banda sonora, a una madre sin cariño, a un padre sin presencia, a la humillación constante por quienes denominan extraños a los otros.
Al Joker le cuesta trabajo ascender, ir hacia su propio yo; luego, cuando baja, a diferencia de Batman, su misma cara enfrenta su baile.
Por supuesto, nadie podría avalar el asesinato. La complicidad es un asunto tan delicado, y reír frente a la desgracia del otro es macabro. La película La purga puso en evidencia un juego que se pone en función: el de un día para matar, y el tema cobra un tinte político cuando es el propio sistema quien declara que para regular, el asesinato permite mantener el sistema funcionando.
Una situación de deleite resulta cuando pensamos si lo que se cuenta en la película es producto de insinuaciones, de meras fabulaciones de un ser recluido, o si es sólo una estela, dado que mucho es lo que se devuelve de la mirada en un espejo, así que puede ser deformado, distorsionado o cobra los valores de ese asomo. No olvidamos que es una película, donde el desafío moral y político, un tanto en ruinas, produce alteraciones.
Quizás esa risa es la presencia de un muerto viviente, un apoderamiento psíquico en el que se ubican las extrañas figuras que nos poseen. Al Joker le cuesta trabajo ascender, ir hacia su propio yo; luego, cuando baja, a diferencia de Batman, su misma cara enfrenta su baile, encuentra la luz, deja de reír para danzar. En esos momentos, uno siente que Joker suena a una sala de cine donde los espectadores todos le dan la espalda al espectáculo.
- Flóbert Zapata:
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