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Un golpe que fracturó mi fe

domingo 12 de diciembre de 2021
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Martín Lutero
En el siglo XVI, los abusos y el tráfico económico al que dieron lugar las indulgencias constituyeron uno de los motivos por los que Martín Lutero se enfrentó a la alta jerarquía de la Iglesia católica. Retrato de Martín Lutero (1529) por Lucas Cranach el Viejo

Habiendo sido criado en el contexto del catolicismo, una experiencia temprana quebrantó mi fe. Un día fui a la casa de un amiguito rico y me asombró una especie de diploma enorme, ornamentado, puesto en marco dorado, colgado en lugar privilegiado de la sala familiar. Pregunté a mi compañero sobre el impresionante objeto y él me respondió en tono reverencial: “Es una bula papal; por ella mi familia queda absuelta de pecados por los que uno va al infierno”.

Bueno, más o menos eso fue lo que él dijo, hasta donde me ayuda la memoria de un acontecimiento ocurrido hace más de tres cuartos de siglo; hoy entiendo que la explicación de mi amiguito era su interpretación de la Doctrina de las Indulgencias, un concepto de la teología cristiana católica que en su formulación actual consiste en que ciertas consecuencias del pecado, como la pena temporal del mismo, puedan ser objeto de perdón. La indulgencia exime de las penas de carácter temporal que de otro modo los fieles deberían purgar, sea durante su vida terrenal, sea luego de la muerte en el purgatorio.

En su forma original no se otorgaba a cambio de dinero, sino a partir de penitencias como dormir en un lecho de ortigas, participar en una procesión andando de rodillas, peregrinaciones y cosas semejantes. Con el correr del tiempo la Iglesia descubrió que era más productivo conceder indulgencias a cambio de bajarse de la mula. Y según sea el peso de la bolsa de la que aliviemos al sufrido animal, la indulgencia puede ser parcial, siendo escuálida, con lo cual sólo libera de parte de los pecados; o total, que garantiza la limpieza de todo pecado, siendo gorda la bolsa. El bolsa dispuesto a desembolsar puede adquirir indulgencias para sí mismo, o para un ser querido difunto, que con mucha probabilidad estará tostándose en el purgatorio.

Yo no sé si en pleno siglo XXI la práctica de vender bulas absolutorias de pecados sigue vigente. Pero el cobrar por dar indulgencias papales al parecer sí continúa.

Las indulgencias desempeñaron en su momento un papel central en la historia del cristianismo. En el siglo XVI, los abusos y el tráfico económico al que dieron lugar constituyeron uno de los motivos por los que el padre Martín Lutero se enfrentó a la alta jerarquía de la Iglesia católica. Encolerizado por las actividades de un truhan predicador llamado Johann Tetzel, agente del pícaro Alberto de Brandeburgo, arzobispo de Maguncia, reaccionó contra Roma; una querella que fue el origen de la Reforma.

Obviamente, esa información la adquirí mucho más tarde: en mis días infantiles ni idea tenía de ella, y no podía sacarme el asunto de mi mente. De modo que al regresar a mi casa lo primero que hice fue comentarlo a mi mamá. Mi sorpresa fue mayúscula, ¡mayor que mi impresión anterior!, al escuchar su respuesta: “Hijo, esas bulas hay que comprarlas… Y son muy caras”. Razoné: o sea, que si uno paga lo que el Papa cobra, lo libera a uno de ese “infierno tan temido” al que se refiere santa Teresa en la primera cuarteta del célebre soneto: “No me mueve, mi Dios, para quererte / el cielo que me tienes prometido. / Ni me mueve el infierno tan temido / para dejar por eso de ofenderte…”.

Yo no sé si en pleno siglo XXI la práctica de vender bulas absolutorias de pecados sigue vigente. Pero el cobrar por dar indulgencias papales al parecer sí continúa. Claro, los beneficios modernos no son la absolución de pecados, sino el silencio, el “mirar para otro lado”, el comentario favorable a la emponzoñada maldad de tiranos hambreadores de pueblos y delincuentes identificados, y sinvergüenzuras semejantes, y se cancelan mediante formidables depósitos de dólares y euros en el banco del Vaticano.

Rubén Monasterios
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