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Escapando con cabras en Macedonia

viernes 6 de mayo de 2022
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Skopie, Macedonia del Norte
Hace años yo estaba en Skopie, miraba el reloj que se paró para siempre a las cinco de la tarde en la estación de tren rota cuando el terremoto del 26 de julio de 1963.

El macedonio del norte Luan Starova (1941-2022) publicó en España hace poco El tiempo de las cabras, en Libros del Asteroide. Es un libro extraño, que habla de libertad y de cabras. Que usa la ironía, que se burla de la burocracia. Que habla de la reciedumbre de las cabras, de que siempre tiran al monte.

Hace años yo estaba en Skopie, miraba el reloj que se paró para siempre a las cinco de la tarde en la estación de tren rota cuando el terremoto del 26 de julio de 1963. Pero el tiempo no se paró en Skopie, sólo el reloj de la estación. Iba por Skopie y sentía toda la animación, toda la vitalidad. El ruido del río con una escultura bañándose, la estatua de Alejandro Magno que se agita entre música y agua sobre su caballo.

Iba por el barrio turco, veía los baños, mezquitas y caravasares. En la Vinoteca Temov me tomaba vino Stobi mientras escuchaba Cheek to Cheek cantado por Ella Fitzgerald. La melancolía se me estrujaba y se me mezclaba con el vino, se me llenaba de vida renuente, casi tanto como con Billie Holiday. Entré en el monasterio de Sveti Spas y vi su iconostasio alucinógeno. Miré el castillo enorme, pensé en sus subterráneos incontrolables.

Observé el arte desmelenado por las calles, las muchachas de bronce que van de compras, un mendigo que extiende las manos.

Y me acordé de El tiempo de las cabras, de Luan Starova. Las cabras perseguidas desaparecieron bajo los subterráneos del castillo. Los comunistas decidieron urbanizar a todo el mundo, archivar a todo el mundo. Y llegaban los campesinos a la ciudad con sus cabras, dónde iban a dejarlas. Los funcionarios los archivaban, les preguntaban todo. Les preguntaba a las cabras su religión, su identidad. Y las cabras insensatas no contestaban. Es difícil controlar a las cabras, como a cierta gente. Las cabras se volatilizaron, se convirtieron en cabras mágicas o místicas, se oían sus sonidos a veces, vivían en los subterráneos del castillo que domina la ciudad.

Sí, en Skopie no se paró el tiempo, seguía tan viva. Observé el arte desmelenado por las calles, las muchachas de bronce que van de compras, un mendigo que extiende las manos, una mujer roja que se mete en el río Vardar. Admiré el edificio de correos que hizo un discípulo de Alvar Aalto con sus audacias. Vi reír a la madre Teresa con su cara de sarmiento en su casa natal.

Miré a Alejandro Magno que flotaba al atardecer con su caballo entre aguas de colores y música de Beethoven, en la plaza de Macedonia. La gente dice que ese monumento es kitsch, a mí no me parece más kitsch que la Estatua de la Libertad en Nueva York. Ellos quieren expresar con él su libertad, su ilusión, sus ganas de seguir con la vida. Tendrá mucho de grandilocuencia, pero también tiene ilusión.

Está jodido ese país. No les dejan llamarse Macedonia, no les dejan conectar con Alejandro Magno. Y sin embargo ellos quieren entroncar con el Alejandro entusiasta y alucinado de la Antigüedad. Son eslavos, pero no son tan eslavos. Tienen unos cantantes profundos y un par de directores de cine seductores. Y unas leyendas, y una arqueología llena de vida. Los griegos ahora dicen que Macedonia sólo hay una, su provincia del norte. Pero a decir verdad en la época antigua consideraban bárbaros y extraños a los macedonios, se burlaban de Demóstenes porque era tartamudo y tenía que ponerse piedras en la boca para hablar mejor.

Los macedonios del norte son vitalistas, místicos y muy carnales.

Yo iba por Debar, el barrio bohemio. Consuelo me puso por sorpresa una selección de Leonard Cohen en un pub conspirando con una camarera. Pregunté por Milko Manchevski, el director de Antes de la lluvia. Lo llamaron por el teléfono móvil y me dijeron que estaba en California. Tomaba cerveza en el albergue de Bob y un oficial kurdo del ejército de Irán me contaba cómo escapó por las montañas hacia el Kurdistán iraquí. Salí en un autobús hacia Tesalónica. Pasé por la tierra del vino de Tikves, orillé las ruinas de la antigua Stobi, donde Juan de Stobi reunió fragmentos de cientos de autores antiguos, fue él solo como toda una biblioteca de Alejandría.

Los macedonios del norte son vitalistas, místicos y muy carnales. Antes de la lluvia, de Milko Manchevski, está lleno de tragedia y de nostalgia viva, el grupo Anastasia vibra de mística apasionada. Hace un tiempo se descubrieron unos cargamentos de coñac que el ejército francés enterró en Macedonia del Norte durante la Primera Guerra Mundial. Los campesinos en lugar de entregar las botellas se las bebieron. Tenían vitalismo, querían vivir libres como las cabras. Aquellas cabras de Skopie no querían ser archivadas. Ahora no querrán ser digitalizadas.

Antonio Costa Gómez
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