
Para mi hijo Mathías
Para el doctor John Powell y Elsa Powell
1
Era (o sigo siendo) el niño que le arrojaba piedras a las matas de mango para disfrutar de sus frutos allá en el barrio La Trinidad de Calabozo. Había vivido en parte con mi adorada abuela analfabeta y fui criado por mis buenos padres bajo una fe cristiana hermosa y tierna pero más adelante me deformé con los libros de Cioran, la saga de películas de El Padrino y la música de Bob Marley. Pero antes de eso cuando estaba de tirapiedras a los mangos me cambió la vida el inglés que me enseñaron el doctor y pastor John Powell y su esposa Elsa Powell, venidos a la ciudad desde Estados Unidos como misioneros cristianos.
2
En ese tiempo la otra diversión era ir al cine a ver películas. Era el cine Adriático para mí. El otro cine estaba vedado (el cine Páez): allí pasaban películas pornográficas. La última película que llegué a ver en el cine Adriático fue Gangs of New York, de Martin Scorsese. Un film virulento, sucio, de una confrontación bestial entre acérrimos disidentes de la fe y de las virtudes cívicas. A ratos me parecía postales de la historia pasada de mi ciudad, toda atravesada por las guerras, las enfermedades y el vandalismo imperante en el siglo XIX y parte del principio del siglo XX (claro, pero nadie le hace películas al llano provinciano venezolano).
3
Y el idioma inglés como la película de Martin Scorsese deformó la realidad de nuestra generación completa. Nos deformó no sé si para bien. El cine Adriático pertenecía a los Trabucco, familia de descendientes de inmigrantes italianos residenciados en la ciudad. Antes tenían operativo el cine Lazo Martí, el más hermoso en estructura física, por los balcones y su mezzanina. Nadie de esas generaciones pasadas olvida los lunes populares o el beso que le dio a la primera novia allí o las burlas al técnico cuando se rompía la cinta de la película (cosas que nadie entiende porque hoy casi todo está servido en Internet). Conversar sobre esas cosas aquí en DaliCafe hace que a Fausto Trabucco y su esposa Dalila Porcarello les brillen los ojos. No son recuerdos: es la vida que el cine dejó en ellos: vida, destino y familia. Calabozo tenía nombre de cine y la familia Trabucco era el mecenas del séptimo arte en la ciudad. Allí se unían inglés y películas. Pero el inglés de los Powell (los misioneros norteamericanos), que no sólo nos enseñaron el idioma de Shakespeare: ellos nos enseñaron con ejemplo deslumbrante una mejor forma de vivir con la fe en Jesucristo, con la espiritualidad, con el liderazgo según John Maxwell, con la disciplina del accountability. Así que el cine Páez, con la guía de los Powell y el inglés, pasó de ser un antro sibarita a una residencia de próximos bilingües/misioneros. Allí nos enseñaron a superar mucho de nuestro atraso social, de nuestras bajezas internas y de nuestros complejos culturales. Porque la ciudad hablando inglés (u otro idioma) incrementa su capital cultural (así lo afirma Pierre Bourdieu en Los herederos), desafía múltiples narrativas de liberación (así lo dice William Labov en Lenguaje en el centro de la ciudad) y renueva sus modelos de poder (así lo sostiene Basil Bernstein en Clases, códigos y control).
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Pero yo no era bueno aprendiendo lo bueno (todavía sigo sin aprender mucho). Saliendo de ahí, yo me deformaba con Raskolnikov, con el poema inmortal de Gwendolyn Brooks (We Real Cool, por Dios, ¿quién lee a esa señora negra hoy?) y me deformaba con la filosofía de los heréticos (Albert Camus, Juan Nuño, Oscar Wilde).
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Y volvía a arrojarle piedras a los mangos y me deformaba con la filosofía del poeta apureño Igor Barreto de 1993:
El árbol de mango
Para venir a poseerlo todo
no quieras poseer algo en nada.
San Juan de la CruzEl árbol de mango
es inmortal
y no necesita de lo humano.
Forma umbríos claros
en lo denso del monte
y ahí perdura.
La palma
podrá sostener al mundo,
pero el mango
ha aceptado
la oscura llamada del bien.
Porque no quería tener
algo en nada
se ha ido:
más allá de las dunas azules,
entre madroños y píritus
de negra espina.
Allí
donde dos ríos se unen
como semblantes de soledad.
El árbol de mango es la filosofía de la tenacidad. Con razón más adelante diría con perspicacia Roberto Echeto: “Son tercos los mangos. Tercos, primitivos, generosos”. El árbol de mango es la filosofía de la generosidad. Así que me deformaba escuchando la fuerza caribe de Óscar D’León y la Dimensión Latina y de su salsa en esa canción donde están vendiendo mangos. El árbol de mangos es la filosofía del sabor de la vida. Era el gusto de las palabras y del cine, de los idiomas y de la fe.
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Así que el inglés definió a los primeros bilingües calaboceños del siglo XXI, por allí andan regados por el mundo. Nombremos tan sólo algunos al azar: Rodney Mora, Freddy Romero, Kevin Khalil, Lisset Hernández, Blanca López, Daniel Liendo, Daniel España, Efraín Garrido, Soyli Castillo. Good Samaritan Christian Academy (GSCA, o simplemente el Buen Samaritano, la Academia de Inglés de los misioneros) nos formó para otro futuro y sigue en la actualidad haciendo ese bien con el inglés ahora dirigida por la teacher Iris Ubiedo.
Ese inglés que se habla pertenece a la tradición de superación histórica de nuestra ciudad de Calabozo y de sus principales líderes y figuras relevantes. Ya lo había dicho el viajero alemán Carlos Sachs en 1878 en su libro De los llanos sobre Calabozo: “…es casi general el conocimiento del idioma francés, y no raro el del inglés; pero actualmente la creciente generación aprende con preferencia el alemán en la escuela”. Calabozo tiene espíritu de humanismo políglota. El inglés como idioma no está en la cacique María de los Ángeles (que se enfrentó a la esclavitud y a la colonización española y permaneció libre luchando con su pueblo) pero está en su actitud de emancipación llanera ya por los años 1784-1785. El idioma inglés está en Romualdo (el primer esclavo médico negro de aquí de Calabozo y de Venezuela con certificación del Protomedicato del Cabildo colonial para 1789). El idioma inglés está en la inventiva deslumbrante de aparatos eléctricos de Carlos del Pozo y Sucre y que impresionó tanto a Alejandro Humboldt en su travesía en 1799. El idioma inglés está en la luz pedagógica y soberana del políglota consumado Luis Sanojo, quien fue secretario de Relaciones Exteriores del país (1858-1859) y firmante y defensor de los tratados que asientan la soberanía sobre la isla Las Aves y los límites con Brasil y fue profesor también de francés en el colegio Santa María (dicen los que saben el mejor colegio del siglo XIX del país), en Caracas, del cual luego se fundara la vigente Universidad Santa María. El idioma inglés está en la poesía y en la filosofía universal del médico Francisco Lazo Martí, ese otro políglota llanero, quien también fue profesor de alemán aquí en Calabozo. El idioma inglés está en ese otro médico nuestro, negro y virtuoso, amigo de Lazo Martí: Carlos Segundo Madera, quien también fue profesor de inglés en la ciudad para 1887. El idioma inglés está en el periodismo liberador de Ana Luisa Llovera y en sus viajes en el exilio en contra de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. El idioma inglés está en la trayectoria política y financiera de Alfonso Espinosa, quien fue ministro de Hacienda del gobierno de Isaías Medina Angarita y más adelante presidió el Banco Central de Venezuela. El idioma inglés está en el coloso musical Antonio Estévez y su Cantata criolla que nos representa en el mundo entero. El idioma inglés está en el genio intelectual de Efraín Hurtado y sus análisis antropológicos y filosóficos sobre nuestra sociedad contemporánea. El idioma inglés está en la ecuación profesional, bibliotecaria e internacional de Alecia Freites de Acosta. El idioma inglés está en la feraz producción literaria/poética de nuestro máximo escritor Alberto Hernández.
Ese inglés neoyorquino que sonaba en la película de Scorsese e interpretado por estos calaboceños (y por los de ahora) se cierne de llano, de espesura y de contenidos inéditos. La familia Trabucco servía su negocio fílmico dibujando un imaginario internacional. Hoy pensamos esos cines con nostalgia (todavía la ciudad no tiene cine). No hay cine pero la ciudad habla inglés y qué buen inglés, el inglés que deforma el caos y lo transforma en posibilidades de futuro y de superación. Sí, como lanzarle piedras a los mangos. Tal cual. Como ver películas en un cine de los Trabucco. Como aprender inglés con los pastores Powell. Eso te salva. No sabes de qué pero te salva.
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