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Wladimir Soloviev, el ruso azul oscuro

martes 14 de marzo de 2023
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Wladimir Soloviev
Soloviev dice que es posible un conocimiento de la entraña del universo a través del amor. Retrato del filósofo Wladimir Soloviev (1895), por Nikolai Yaroshenko

Cuando yo vagaba por las tabernas del barrio de Kitai Gorod en Moscú me acordé del fascinante escritor ruso Wladimir Soloviev. Era un filósofo neoplatónico, pero como Platón en realidad era un poeta. Y como Dostoievski inspiró el simbolismo ruso. En su juventud vio a una misteriosa dama de azul oscuro. Y él también se volvió azul oscuro. La identificó con Sofía y con la Virgen María de católicos y ortodoxos. La hizo símbolo de una sabiduría del corazón. Y se casó con una mujer llamada Sofía.

María Zambrano escribió sobre nuestro país España, sueño y verdad. En Rusia se contraponen sus grandes soñadores a sus imperialistas aplastantes como Stalin o Putin. Rara vez coinciden el sueño y el imperio, porque el sueño es esencialmente liberación. Pessoa habló del sebastianismo y el Quinto Imperio portugués místico, pero hablaba en términos espirituales y no pensaba en imponerlo por las armas.

En Santiago de Compostela, vagando por las bibliotecas universitarias, descubrí las obras de Soloviev y las leí con pasión. Para conseguir leer una de ellas tuve que aguantar un discurso de extrema derecha de un catedrático de la Facultad de Derecho. Miré con asombro a una alumna suya que hacía una tesis con él, pero la alumna miró hacia otro lado. Pero aguantar el rollo autoritario valió la pena. Así pude leer, traducidas del ruso al italiano, Crítica de los principios abstractos y Lecciones sobre la divinohumanidad.

Soloviev coincide con Dostoievski en el eslavismo. Pero dice que el rechazo de éste a los judíos y los católicos es su gran pecado.

En Crítica de los principios abstractos Soloviev señala los límites del conocimiento intelectual. Dice que la ciencia nos da la letra de la naturaleza, pero no su espíritu, nos señala su exterior pero no su cauce, no capta la vitalidad secreta de la naturaleza, marca las leyes pero no el amor. Afirmaciones muy similares hace Balzac en Serafita. Soloviev dice que es posible un conocimiento de la entraña del universo a través del amor. Ese amor se encarna en Sofía o la Sabiduría Suprema. La santa Sofía de las iglesias cristianas orientales, de Moscú o de Estambul. El cristianismo ortodoxo es más místico que el católico, tiene más misterio y fervor. Y Soloviev respiró en ese ambiente. Sofía sería el amor supremo por el cual nos acercamos a lo divino. Entonces descubrimos la divinidad en nosotros y nos vemos profundamente. Sofía sustenta la religión cálida de María. La que también aparece en los trovadores europeos de la Edad Media, incluso en Alfonso X el Sabio cuando escribió las Cantigas de Santa María. Y se aproxima a la concepción de san Francisco de Asís y sus seguidores. La que pone a la Mujer en la Divinidad. Igual que la Diosa Blanca que Robert Graves encuentra en las religiones célticas y antiguas inspira a los poetas. Y Platón también hablaba de la locura divina de los poetas.

Soloviev coincide con Dostoievski en el eslavismo. Pero dice que el rechazo de éste a los judíos y los católicos es su gran pecado. Propone ver el mundo a través del amor, mirarlo apasionadamente. Directamente, por el contacto interior, como dice Guillermo de Auvernia en su filosofía agustinista, y no a través de las demostraciones y la lógica, como santo Tomás y los tomistas. Entonces el mundo se mostrará ferviente e iluminado, extraordinario, como mucho después verá Rilke. Los conceptos y los principios abstractos no nos acercan al mundo, sólo nos dan su esqueleto muerto. Necesitamos verlo a través de la experiencia concreta, de la experiencia amorosa. Eso mismo hacía el príncipe Mishkin en El idiota, de Dostoyevski. Al que todos creen idiota pero que se entera de todo, y conoce a las personas mejor que nadie.

En Lecciones sobre la divinohumanidad Soloviev le da todo su sentido apasionado (no de derecho canónico y fórmulas) al cristianismo. Dice que en el cristianismo lo divino y lo humano se unen y se reconvierten, se transforman el uno en el otro. Dios viene al mundo y habla con nosotros, y sufre y duda. Pasea con nosotros por las calles, se acerca a nuestro lenguaje y a nuestra experiencia. Y al venir a nuestro mundo lo alumbra y lo enciende (“quiero prender fuego a la tierra”, dice Jesús en algún lugar de los Evangelios). Lo incendia, lo llena de secreto y de gracia. Lo convierte en un sueño. Pero también el hombre se diviniza y se hace más interior y más profundo.

En Compostela esos libros me deslumbraron a mí cuando vagaba solo por las bibliotecas en busca de raras sabidurías.

La filosofía de Soloviev influyó mucho en la literatura y el arte, en el simbolismo ruso. Poemas de la bella dama de Alexander Blok se inspira en la Dama Azul Oscuro de Soloviev. También la Sonia de Crimen y castigo es una Bella Dama de la que se enamoran todos los compañeros de Raskolnikov en el tren a Siberia y los salva a todos de la desesperación. Lo mismo que esa mujer que comprende al atormentado protagonista de Memorias del subsuelo más allá de las palabras. También ella los ve a todos de verdad.

Y en Compostela esos libros me deslumbraron a mí cuando vagaba solo por las bibliotecas en busca de raras sabidurías, de saberes vividos apasionadamente. Me indicaban otras posibilidades de conocimiento y de vida, me cuestionaban este mundo racionalista y mecánico que nos enjaula y nos agobia. Y nos quita sueños y perspectivas. Y nos quita el aprecio a los demás. Si sabemos que todo el mundo lleva sueños dentro de sí se nos hará más difícil matarla, en nombre de un imperio o de una ideología. Y reconoceremos su personalidad sin decir como Putin: o eres ruso o no eres nadie.

Los rusos de ahora necesitan a esos otros rusos de sensibilidad y de sueño. De lucidez y de mente abierta a los demás. Como Kandinsky con sus composiciones visuales, como Tchaikovski y su cascanueces. Así se liberarán de Putin o de Stalin o de los zares esclavistas. Los sueños son la vida honda y rebelde. Y si no, que lean a Gaston Bachelard, El aire y los sueños. Y seguirán sueños, no programas. Y conectarán con los sueños ucranianos.

Antonio Costa Gómez
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