
Estaba en el Zócalo de Ciudad de México y miraba el Palacio de Gobierno, que fue antes el Palacio Virreinal. Y no me importaban nada los murales de Diego Rivera, porque no me interesan el muralismo ni las masas, prefiero las personas únicas dando su alma y su personalidad unas a otras. Pero me acordé de que allí la adolescente sor Juana era dama de honor de la virreina Leonor del Carreto.
Y de que asistía a tertulias en el palacio y escribía sonetos para las tertulias de escritores y destacaba su personalidad en las tertulias. Y provocaba un afecto único en otras personas por lo fascinante de su personalidad.
Sor Juana Inés de la Cruz, en su poema “Primero sueño”, habla de que en la noche se apagan en el hombre y en la naturaleza los sentidos ruidosos y charlatanes. Y el alma vigilante y libre trata de intuir el secreto de la naturaleza entera.
Luego intenta reconstruir todo poco a poco. A partir del sueño. Hasta que llega el día e interrumpe esa visión increíble con sus estorbos. Es un intento entusiasta de conectar con el mundo en el secreto de la noche.
Cuando el alma está libre y no se distrae con nada, como dice san Juan de la Cruz. Cuando el ser duerme pero el corazón vela, como dice el Cantar de los cantares.
En estrofas gongorinas expone cómo se apaga todo, y la vida se centra en lo más secreto y lo más puro. Y el alma se lanza a las estrellas y el conocimiento:
Así ella sosegada iba copiando
las imágenes todas de las cosas
y el pincel invisible iba formando
de mentales, sin luz, siempre vistosas
colores, las figuras.
Así se lanza a la imaginación en el sueño. A reconstruir un mundo como Descartes. Pero no sólo con la lógica limitada, sino con la imaginación y la lucidez directa. Comparan a sor Juana con Descartes, pero esa comparación tiene sus límites.
No sólo ya de todas las criaturas
sublunares, mas aún también de aquellas
que intelectuales claras son estrellas.
Y ve también lo invisible, como lo veía Rilke en las noches extrañas de tormenta de sus Poemas a la noche:
Y en el modo posible
que concebirse puede lo invisible
en sí mañosa las representaba
y al alma las mostraba.
Comparan a sor Juana con Descartes pero esa comparación es muy limitada. Lo que tienen en común es la idea de crisis total, de cuestionarlo todo y empezar desde cero. De mirarlo todo otra vez. Y ella lo hace en un sueño.
También señalan su gongorismo, y ella qué iba a hacer si vivía en el mundo del barroco. El barroco también le daba su inquietud y su ansia desmesurada. El deseo de reescribir todo con otras palabras.
Pero en sor Juana está también la reivindicación del sueño. En sor Juana está ese dramático apasionamiento, ese desgarramiento de intentar lo desmesurado. Ese vitalismo pugnaz. Que ocurre en un sueño, cuando se pone todo entre paréntesis, se dejan a un lado todas las certidumbres y tópicos del día.
Como le ocurrió a John Donne en un sueño sobre su amada. Y al final dice que su amada supera el sueño, que sólo con el sueño podría compararla. Y dice el deán de la catedral de Londres: “Amor, por nada menos que por ti / habría roto este sueño feliz”.
Pero también la realidad entera vista con ojos profundos. Como hace sor Juana con ojos libres y profundos en un sueño. Adonde no llegan las convenciones ni las mezquindades. En un claustro se puede estar muy desconectado, pero también se puede conectar más profundamente con todo, como hacía santa Teresa. Como las esculturas de Scopas, de ojos tan profundos como agujeros.
Y con la personalidad entusiasmada. Hablan de razón cartesiana y de intelectualismo en sor Juana (siempre desde la óptica moderna, que se considera superior), pero yo veo en ella más que nada entusiasmo. Y una posibilidad de reescribirlo todo. Y de experimentarlo otra vez.
Hablamos tanto de santa Teresa, con razón. O de Frida Kahlo con su vitalismo recio tras la columna rota. Como una cierva inatrapable en el bosque, más allá de mediocridad muralista de Diego Rivera. O de aquella poeta china que quemaba perfumes sola e intensa hace cientos de años. Pero también podemos hablar de sor Juana Inés de la Cruz.
Desde un claustro de México conectada con el mundo entero. Con Europa, con las estrellas. Con el firmamento entero. Y con las fuentes del sueño. Ese sueño creador, del que mucho después hablaron Gaston Bachelard (El agua y los sueños) o Albert Beguin (El alma romántica y el sueño).
Y desde ese comienzo se puede escribir: “Hombres necios que acusáis / a la mujer sin razón”. Se puede uno sentir libre y dinámico. Con inspiración, esa palabra que tanto se desacredita ahora, pero que ha dado tanta vida al mundo y a los libros. Y a las mujeres y hombres entusiastas.
Estaba en el Zócalo de Ciudad de México y al mirar el Palacio de Gobierno yo me acordaba sobre todo (no me importaba todo lo demás) de la muchacha sor Juana y cómo destacaba su personalidad en la corte y cómo fascinaba a damas y caballeros. Y me acordé de su sueño, y de su fuerza literaria al contestar otras obras, y de su ánimo. Me acordé de su sueño principal, y eso me hacía vibrar, y no me importaban nada los murales de Diego Rivera, ni todas las grandes ideologías ni las revoluciones, sino la animación y el sueño rebelde de sor Juana. Igual que en la Casa Azul me atraía Frida Kahlo convertida en cierva del bosque y me dejaban indiferente todas las predicaciones y la pintura ruidosa de Diego Rivera.
Y mirando el Palacio me parecía que me encontraba con sor Juana en la base de una escalera, cuando todavía no era monja, pero ya mostraba ese rostro tan cautivador que se ve en sus retratos, y toda la espiritualidad de ese rostro.
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